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miércoles, abril 24, 2024
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Adiós, profesor Jirafales

Rubén Aguirre, el profesor Jirafales de la vecindad donde vivía “el Chavo”, la número 8 del barrio inventado por Roberto Gómez Bolaños, Chespirito, ha muerto ayer a los 82 años de edad.

Natural de Saltillo, Coahuila, fue reconocido como el maestro más famoso de América Latina (la serie del Chavo ha sido, con mucho, la más vista por los niños en la región).

El profesor Jirafales (de jirafa, por su talla de 1:90, comparado a la pequeña estatura de los demás actores) será siempre recordado con su eterno ramo de flores, el sombrero que se le caía en el cordel del tendedero de doña Florinda, a quien cortejaba (la madre de Quico, el niño mimado de la viuda) y su educación que le obligaba a dejar pasar a las damas y a tratar de enseñar a los niños a hablar correctamente el español.

Aguirre, en su vida, fue muchas cosas; actor de reparto, conductor de programas infantiles, cronista taurino, pero, sobre todo, fue el eterno maestro que sufría las torpezas de los niños de la vecindad cuando –educadamente—iba a ver a doña Florinda, quien le invitaba “una tacita de café” tras haber sido golpeado por un balón o haber recibido un chorro de agua de las travesuras del Chavo, la Chilindrina, Quico, don Ramón o, a veces, hasta del cobrador de la renta, el señor Barriga; de su hijo Ñoño o, incluso de “la bruja del 71”, doña Clotilde.

Su carrera lo hizo conocido en todos los rincones del continente. Entrañaba la figura del viejo profesor mexicano, entregado a su modesto modo de vida, pero con una enorme dignidad.

Nunca iba sino vestido de traje a cortejar a la viuda, mamá de Quico, quien en la vida real (Florinda Meza), fue la esposa del actor principal y genio detrás de esta serie y de la del “Chapulín Colorado”: Roberto Gómez Bolaños.

Las tramas sencillas, a veces pueriles, del “Chavo del Ocho” llenaron –siguen llenando— los hogares de los niños latinoamericanos.

Todos los personajes tenían frases memorizables: el Chavo: “Es que no me tienen paciencia”; Quico (a la invitación de su madre de no “Tesoro, no le hagas caso a esa chusma”): “Chusma, chusma, chusma”, o “Ya cállate; ya cállate, que me desesperas”.

La de Jirafales, más que una frase fue un método para cuando le colmaban la paciencia: repetía cuatro o cinco veces “Ta-ta-ta-taa”, para calmarse y no agredir a los chicos que lo atosigaban en su cortejo.

Muchas veces la serie se trasladó al salón de clases del profesor, donde Rubén Aguirre se desgañitaba por enseñar a los alumnos, entre ellos los personajes de la vecindad.

Su trato, incluso ante las burlas, demostraba caballerosidad.  Fue un personaje entrañable, que, víctima de la diabetes, la penuria económica y la edad, falleció en su casa de Puerto Vallarta, Jalisco. A la orilla del m

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