39.3 F
Denver
viernes, abril 19, 2024
InicioLocalesJóvenesJoven parroquiano de Aurora quiere ser como el P. Pio

Joven parroquiano de Aurora quiere ser como el P. Pio

Vladimir Mauricio-Pérez, un joven de 20 años, comparte su experiencia luego de haber visitado a Nuestra Señora de los Dolores, en el pueblo de Kibeho, en Ruanda.  Vladimir estudia Teología y Filosofía en Benedictine College – Atchison, Kansas y pertenece a la Parroquia St. Pius X, en Aurora.

Desperté a las 4 a.m. al sonido de tambores y alabanzas que retumbaban en las colinas que cubren el hermoso país de Ruanda. Por fin había llegado al lugar al que el Señor me había llamado. Ya estaba ahí después tantas pruebas y apuros. El camino para llegar a este hermoso país Africano había estado marcado por grandes pasos de fe, ya que fue necesario recaudar casi $7,000 dólares, de los cuales la mayoría llegaron al último momento. En fin, la aventura había sido suficiente, para hacer el viaje digno de contarse. Sin embargo, lo que el Señor me tenía preparado no tenía comparación.

Ruanda es un pequeño país situado en el corazón de África, un país marcado por las apariciones de la Virgen María en 1980, pero marcado también por el egoísmo y pecado del hombre, que trajo la muerte de alrededor de un millón de personas en el genocidio de 1994.  Nuestro grupo de 12 estudiantes de Benedictine College fue con un propósito: reflejar el amor de Dios a los niños de Ruanda. A pesar de nuestra misión, Nuestra Señora nos tenía preparado algo que no esperábamos: una experiencia que cambiaría para siempre nuestras vidas.

Para mí, todo comenzó al lado de Immaculée Illibagiza, una sobreviviente del genocidio de Ruanda, quien después de todo lo vivido, fue a la cárcel a perdonar a su vecino, por haber asesinado a su familia. Compartir esta experiencia al lado de una mujer tan ejemplar, fue una bendición muy grande. Me impresionó ver cómo alguien que había pasado por una tragedia como esa, aún podía reír tanto y amar a Dios como ella lo hace.

Immaculée no quería solamente que fuéramos a servir, sino a recibir. La mayor parte del tiempo estuvimos en Kibeho, el pueblo donde se apareció la Virgen María. Bajo el nombre de “Nuestra Señora de los Dolores”, la Virgen se apareció a tres jovencitas. A través de ella pidió que rezáramos el Rosario diariamente y que ofreciéramos todos nuestros dolores por la conversión de las almas, y en reparación de nuestros pecados.  Nos llamó también a rezar el Rosario de sus Siete Dolores, por medio del cual prometió quitar vicios y convertir corazones. Este Rosario ha probado ser milagroso, y entre otros, ha sanado a parejas estériles que han concebido.

Tuvimos la oportunidad de hablar con Anathalie, una vidente, a quien la Virgen le pidió que viviera una vida de sufrimiento por la salvación del mundo. Ella aceptó y ahora sufre de enfermedades. Hay días en los que pierde la vista y otros en los que siente como si tuviera miles de alfileres en su cuerpo. Sin embargo, Anathalie cuenta que el dolor más grande es el no ver a la Virgen. Cuenta que el estar en la presencia de Nuestra Señora es como estar en el cielo. Su compostura y reflejo de amor, paz y ternura lo llevan a uno a hincarse, ya que nadie puede estar de pie ante tanta belleza.

Al reflexionar en todo ello, sentí un nudo en la garganta. Me di cuenta que la historia de Ruanda era mi historia, que si bien yo había aceptado a Dios en mi vida, aún seguía hundido en mi egoísmo y mi pecado; que en vez de ofrecer mis sufrimientos me enojaba, y en vez de amar me preocupaba por mí mismo.

El egoísmo en Ruanda acabó en el genocidio. ¿En qué acabaría el mío? ¡Ya no quería vivir así! Tantas veces había intentado cambiar pero siempre fallaba en el intento. Y así fue que en mi noche oscura, frente a la estatua de Nuestra Señora de Kibeho, lloré como un niño. Le supliqué: “Ayúdame, Madre. Quiero sufrir contigo pero no puedo. No sé hacerlo. Soy débil. Dame la gracia que necesito. Ayúdame.”

En ese instante me di cuenta que me había llamado para pedirme que uniera mis sufrimientos a los de Ella, y que empezara a negarme a mí mismo, haciendo feliz a los niños pobres que me rodeaban.

Hoy en mi corazón hay un deseo más profundo de ser como el Padre Pío, Juan Vianney y tantos santos que no pedían consolación, sino sufrimiento. De la misma manera te invito a ti a que ofrezcas tus sufrimientos a Jesús y a María. Si has leído este mensaje es porque a ti también Nuestra Madre te llama. Tu sufrimiento es una oportunidad de bendición. No lo desperdicies.

 

Artículos relacionados

Lo último