0.7 F
Denver
domingo, enero 19, 2025
InicioRevistaBeato Miguel Agustín Pro: Fe inquebrantable en tiempos de persecución

Beato Miguel Agustín Pro: Fe inquebrantable en tiempos de persecución

Por Laura Becerra, asistente de la pastoral juvenil de la arquidiócesis de Denver

Imagina cómo sería tu vida si no tuvieras la libertad de practicar tu fe en este país. Muchos pensamos que la persecución religiosa es algo del pasado, algo muy lejano a nuestra realidad, y damos por hecho la libertad de vivir nuestra fe y expresarla abiertamente. Sin embargo, es importante recordar que no hace mucho tiempo, hace poco menos de cien años, en México, nuestro país vecino, el gobierno implementó una serie de leyes que esencialmente prohibían la práctica de la fe católica. Las consecuencias para quienes no cumplían con estas leyes variaban desde la detención y tortura hasta la muerte.

Este periodo en la historia de México fue un terreno fértil para el surgimiento de muchos mártires, y así fue. Muchas personas perdieron la vida por defender y practicar su fe, como es el caso del beato padre Miguel Agustín Pro.

“¡Viva Cristo Rey!”, fueron las últimas palabras del padre Miguel Agustín Pro antes de ser ejecutado el 23 de noviembre del 1927 en la Ciudad de México, convirtiéndose en una víctima más de la persecución religiosa que asolaba al país en ese tiempo. Su ejecución es particularmente famosa porque el entonces presidente de México, Plutarco Calles, invitó a los medios de comunicación a presenciar el fusilamiento de este sacerdote jesuita, con el fin de hacer de él un ejemplo para el pueblo y para otros sacerdotes de lo que les sucedería si continuaban practicando la fe. Al día siguiente, la foto del padre Miguel Agustín, segundos antes de ser fusilado, apareció en las portadas de los periódicos. En la imagen, él estaba con los brazos extendidos en forma de cruz, con un rosario en una mano y una cruz en la otra. Así murió, como mártir.

Sabemos cómo murió, pero una reflexión sobre el resto de su vida nos revela cómo Dios preparó al padre Miguel Agustín para su eventual sacrificio.

¿Quién fue el padre Miguel Agustín Pro?

Quizás has oído hablar del beato Miguel Agustín Pro como el sacerdote bromista que durante la persecución solía usar disfraces para evitar ser arrestado. Nació el 13 de enero del 1891 en el pueblo de Guadalupe, Zacatecas, siendo el tercer hijo de los once que tuvieron Miguel y Josefa Pro. Fue bautizado por un sacerdote que había llegado recientemente de una peregrinación a Tierra Santa y que usó agua del río Jordán para darle la bienvenida a la fe católica, un hecho providencial para este futuro mártir. Sus padres inculcaron la fe a todos sus hijos, enseñándoles especialmente el respeto, el amor y la obediencia. Estos valores le ayudaron al padre Miguel Agustín cuando, ya siendo sacerdote, recibió órdenes de sus superiores de esconderse durante la persecución. Aunque no siempre estaba de acuerdo, obedecía.

Su padre, el señor Miguel, trabajaba como ingeniero en las minas, y en su adolescencia, el joven Miguel Agustín solía acompañar a su madre las minas, donde ella ofrecía caridad a las familias de los mineros. Fue allí donde aprendió sobre las duras condiciones de via de los trabajadores, quienes, a pesar de sus largas horas de trabajo, apenas lograban cubrir las necesidades básicas de sus familias. Su madre decidió abrir un hospital para atender a los mineros y sus familias y Miguel Agustín y sus hermanas ayudaban con las tareas diarias. En esta obra de caridad, la familia Pro enfrentó la persecución religiosa que ya se veía venir. El nuevo alcalde del pueblo ordenó, entre otras cosas, la prohibición de la presencia de cualquier sacerdote en el pequeño hospital para administrar la unción de los enfermos a los moribundos.

Su sacerdocio

El padre Miguel Agustín Pro fue ordenado sacerdote solo dos años antes de su ejecución, muriendo muy joven a los 36 años. Sin embargo, el amor por su vocación fue evidente desde el principio. Consideraba el sacerdocio como un don de Dios y todo lo que se derivaba de él como una gracia. En una carta a un amigo que estaba a punto de ordenarse, escribió: «Hay algo en mí que nunca antes había sentido. Lo veo todo de otra manera. No es fruto de mis estudios ni de una virtud más o menos sólida, y ciertamente no es nada personal ni humano. Proviene del carácter sacerdotal que el Espíritu Santo imprime en nuestras almas».

Después de solo meses de su ordenación, el padre Miguel Agustín comenzó a padecer varios problemas de salud, y sus superiores consideraron oportuno que regresara a México para estar con su familia y su gente, ya que había pocas esperanzas de que su salud mejorara. Nadie podía imaginar lo que sucedería durante los últimos dieciséis meses de la vida del padre Miguel Agustín.

(Foto: Dominio público)
(Foto: Dominio público)

Persecución

A su llegada a México en 1926, el padre Miguel Agustín fue testigo de la persecución que sufría su pueblo y, a pesar de su frágil estado de salud, se dedicó de lleno a su misión. Comenzó a celebrar Misas privadas en casas, escuchaba confesiones, organizaba horas santas y distribuía la Eucaristía en diferentes hogares, además de administrar los sacramentos del bautismo y matrimonio, todo mientras evadía a las autoridades. En varias ocasiones, la policía estuvo a punto de descubrirlo con su ministerio clandestino, pero con su astucia y el favor de Dios lograba evadirlos.

Deseaba poder dar la vida por su fe, y finalmente, ese día llegó. Fue sentenciado a muerte por un crimen que no cometió: el intento de asesinato del presidente electo. Las fotos de su martirio, en lugar de atemorizar al pueblo como esperaba el presidente Calles, provocaron que miles de personas salieran a las calles para darle el último adiós y agradecerle todo lo que hizo por ellos, inspirándolos a defender su fe, cueste lo que cueste.

Lección de fe

El padre Miguel Agustín Pro nunca apartó su mirada de Cristo, ni en los momentos de más
intensa persecución ni frente a la muerte inminente. Comprendía profundamente que este mundo no es nuestro destino final y que el poder de los gobernantes terrenales es efímero. Con su vida, nos enseñó que nuestra fe debe estar puesta solo en Dios, quien nos guía
hacia la eternidad.

Sigamos el gran ejemplo del beato Miguel Agustín Pro, quien, con toda su vida y también en la hora de su muerte, proclamó sin miedo: “¡Viva Cristo Rey!”

Artículos relacionados

Lo último