Por el padre Greg Cleveland, OMV, director del Centro Lanteri de Espiritualidad Ignaciana
Nuestras decisiones importan. La vida es una cuestión de elecciones, y cada elección que haces te hace a ti. Todos sabemos lo difícil que puede ser tomar decisiones y, a veces, preferimos no tomarlas. Afortunadamente, no estamos solos al tomar decisiones. Dios viene en nuestra ayuda con su Espíritu Santo y nos prepara de mil maneras para que podamos hacer su voluntad. Durante el proceso de discernimiento arquidiocesano, hemos reflexionado sobe la voluntad de Dios para nuestras familias, nuestras parroquias, nuestra diócesis y nuestra Iglesia universal. El proceso de discernimiento ha sido alentador y ha dado algunas propuestas impresionantes a través de la oración, el diálogo y la escucha del Espíritu. Asimismo, muchas personas se preguntan cómo pueden discernir la voluntad de Dios a nivel personal. Exploremos algunos de los principios y prácticas para discernir la voluntad de Dios.
Definición de ‘la voluntad de Dios’
¿Qué entendemos por voluntad de Dios? Es su decisión, voluntad y elección conscientes de hacer algo, especialmente con nuestra cooperación. Dios es supremamente libre, y su voluntad es eficaz, cumpliendo lo que él desea. Cuando cooperamos libremente en hacer la voluntad de Dios, seremos felices y contribuiremos a la construcción de su reino. Cuando rezamos el padrenuestro, decimos: “Venga tu reino, hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo”. La voluntad de Dios es cierta y universal para nosotros por dos razones. Primero, él desea nuestra salvación: “Porque esto es bueno y agradable delante de Dios nuestro Salvador, el cual quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad” (1 Timoteo 2,3-4). Segundo, él desea nuestra santificación, nuestro crecimiento en santidad y amor: “Pues la voluntad de Dios es nuestra santificación” (1 Tes 4,3). Cada decisión que tomemos debe concordar con estos dos objetivos.
Más allá de estas ideas universales, Dios quiere que usemos nuestras mentes y corazones para discernir cómo vivir de acuerdo con el plan que él ha revelado. Dios está interesado en los detalles de mi vida. En su providencia, me ama y cuida de mí y del bien común de todos. Él desea que yo busque y encuentre activamente su voluntad y coopere en elegirla y ejecutarla. ¿Por qué es esto tan desafiante? Pues ciertamente nos hace crecer en la virtud, desarrollando los dones del intelecto y la voluntad con sabiduría, prudencia y tantas otras buenas cualidades. Necesitamos ser iluminados, capacitados y formados por Dios, para que cumpla su voluntad en nosotros: “Que el Dios que da la paz… los capacite en todo lo bueno para hacer su voluntad” (Heb 13, 20-21).
El Señor ya revela su voluntad para nosotros de muchas maneras cuando formamos nuestra conciencia en las Escrituras y la autoridad de enseñanza de la Iglesia. Se nos dan instrucciones como los diez mandamientos y las bienaventuranzas, tal como las vivió Jesús. La Iglesia aclara y nos enseña la verdad sobre quiénes somos y cómo vivir nuestra vida cristiana. Los deberes de nuestro estado en la vida informan nuestras elecciones. Por ejemplo, en el matrimonio las metas de unidad y procreación tienen muchas implicaciones en la manera en que se vive esa vocación. La enseñanza moral de la Iglesia sobre las virtudes nos muestra cómo vivir bien en cada situación, como la moderación en el placer, la valentía frente a los obstáculos, la justicia en dar a cada uno lo que le corresponde y la prudencia en la aplicación de los principios. Incluso con toda esta ayuda, las opciones aún pueden ser difíciles.
¿Cómo nos imaginamos que es hacer la voluntad de Dios? Mucha gente visualiza el proceso como la relación de jefe y empleado. Dios, el jefe, me da órdenes en el trabajo, como cavar un hoyo o mover ladrillos, y recibo una recompensa o un cheque por hacerlo. ¡No hay mucha comunicación o relación allí! Una mejor imagen es la de dos cónyuges, un esposo y una esposa. Ambas personas expresan sus opiniones y deseos de resultados esperados. Hay un diálogo amoroso en la oración entre el Señor y yo. Veo su punto de vista y él ve el mío. Hay reciprocidad en la decisión y cada uno trata de complacer al otro haciendo lo mejor para cada uno según la situación. De acuerdo con esta imagen, mi relación con Dios está en el centro del escenario y las decisiones fluyen de la oración. A veces, el Señor incluso nos manifiesta su voluntad a través de nuestros deseos, “porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad” (Filipenses 2,13). En todo esto hay un fundamento de confianza y amor a Dios. Él tiene planes para nosotros y desea nuestra mayor libertad para elegirlos. Una vez que Dios nos tenga en gran estima, en paz en su abrazo, experimentaremos momentos de claridad, algunos más fuertes que otros, sobre lo que tiene reservado para nosotros.
Cómo discernir y seguir la voluntad de Dios
Ahora que tenemos una imagen de la voluntad de Dios, ¿cómo podemos descubrirla y practicarla? San Ignacio de Loyola, maestro del discernimiento, aconseja dos condiciones previas para disponernos a encontrar la voluntad de Dios. La primera es tener siempre presente mi fin sobrenatural: la alabanza y el servicio de Dios y la salvación de mi alma. Todo lo demás es un medio para ese fin y debe encajar en ese contexto. Segundo, Ignacio quiere que estemos desapegados y abiertos a la voluntad de Dios. A menudo, nos apegamos a nuestros propios deseos y agenda y solo nos gustaría que Dios aprobara nuestros proyectos predeterminados. Ignacio nos aconseja pedir a Dios la gracia de la indiferencia a cualquiera de las dos o mejores opciones para que podamos ser libres de gravitar hacia la elección que él indica. Para lograr esta santa indiferencia, debemos evitar aferrarnos a nuestra propia agenda.
San Ignacio nos muestra entonces tres formas diferentes en las que Dios nos revela su voluntad. La primera es “cuando Dios nuestro Señor mueve y atrae la voluntad de tal manera que sin dudar ni poder dudar esa alma bien dispuesta sigue lo que se le propone” (Ejercicios espirituales 175). Por ejemplo, san Mateo actuó de esta manera al seguir el llamado de Jesús. El papa Francisco experimentó la certeza de su llamado al sacerdocio al recibir el sacramento de la penitencia a los 17 años. Esta primera forma incluye la acción directa y clara de Dios y resulta en nuestra propia certeza más allá de toda duda de que el llamado es de Dios. También incluye nuestra disponibilidad inmediata, provocada por la gracia de Dios, para seguir su invitación. Dios ilumina nuestra mente y condiciona nuestra voluntad para elegir aceptar su invitación en verdadera libertad.
El segundo modo en que Dios nos llama es “cuando se obtiene suficiente claridad y conocimiento por experiencia de consolaciones y desolaciones y por experiencia de discreción de varios espíritus” (Ejercicios espirituales 176). Ordinariamente, Dios nos mueve hacia su voluntad a través de consolaciones espirituales, y los espíritus enemigos (el mundo, la carne y el diablo) buscan disuadirnos de hacer la voluntad de Dios a través de desolaciones espirituales. Aquí nos beneficiamos de una comprensión de la enseñanza de Ignacio sobre el discernimiento de espíritus y un director espiritual que puede ayudarnos a dar sentido a estos movimientos dentro de nuestros corazones.
La tercera forma de discernir la voluntad de Dios es mediante el uso de nuestra razón iluminada por la fe (Ejercicios Espirituales 177). Para este método deliberativo, san Ignacio recomienda enumerar las ventajas y desventajas de cualquier decisión y sus consecuencias, especialmente teniendo la vida eterna como meta principal. Recomienda sopesar los diferentes criterios para la decisión en función de su importancia relativa. Por ejemplo, al decidir si casarse con una persona, se podría dar más importancia al criterio de las convicciones religiosas del futuro cónyuge que a su capacidad para proporcionar una alta calidad de vida a la familia.
En este método deliberativo de elección, la prudencia sobrenatural —un conocimiento de la realidad iluminado por la fe— jugará un papel importante. La prudencia sobrenatural nos ayudará a saber lo que es bueno y justo según la revelación y los principios universales como los diez mandamientos, las bienaventuranzas, las virtudes teologales y cardinales, nuestros valores y nuestros principios morales. También debemos estar en contacto con la realidad, lo que está sucediendo en nuestras situaciones concretas. Asimismo, querremos colocar nuestras ideas y propuestas ante el juicio de amigos, autoridades y asociados. Es posible que puedan dirigirnos a otras fuentes de información, sabiduría o competencia. Finalmente, debemos reconocer el papel que la providencia de Dios puede desempeñar en el futuro, teniendo la previsión de anticipar eventos futuros y sus efectos.
Las decisiones sí importan. Forjan nuestro curso de vida y nuestra identidad como personas. Tomar decisiones puede ser un desafío, pero cuando oramos y ponemos nuestra mente en ello, el Señor viene en nuestra ayuda y manifiesta su voluntad para nosotros.