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sábado, abril 20, 2024
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Cómo la caridad nos mueve

Encontró la alegría después de sobrevivir la bomba atómica

Por el padre Scott Bailey, párroco de la iglesia Cristo Resucitado en Denver.

Existen días, como la Navidad, en que la Iglesia nos llama a cada uno de nosotros a alegrarnos. Pero ¿cómo se supone que debemos hacerlo? Si eres como yo, no siempre es tan fácil poner una sonrisa para poder sentirte alegre. ¿Qué significa entonces “alegrarse siempre en el Señor” (Fil 4,4)?

Quizá debamos recurrir a la vida de un gran hombre y siervo de Dios del siglo pasado: el Dr. Takashi Nagai. El Dr. Nagai creció en el seno de una familia sintoísta en Nagasaki, Japón. Cuando empezó a estudiar medicina y ciencias en la universidad, se consideraba un ateo que no creía en el alma. Para él, la única realidad era la que se puede ver y medir. Pero su visión del mundo se tambaleó durante el tercer año de universidad, cuando su madre sufrió un derrame cerebral y se estaba muriendo. “Mi madre, en esa última y penetrante mirada, derribó el marco ideológico que yo había construido. […] A mí, que estaba tan seguro de que no existía el espíritu, este suceso me decía lo contrario, ¡y no pude sino creer! Los ojos de mi madre me decían que el espíritu humano sigue vivo después de la muerte”.

Los años siguientes fueron una montaña rusa para el Dr. Nagai. Perdió la capacidad auditiva de un oído. Se hizo amigo de una familia católica y comenzó a explorar la fe católica. Luego se hizo católico, se casó y formó una familia. Tiempo después fue llamado a servir a los soldados heridos en la guerra. Durante la guerra, su padre y su hija murieron; y él desarrolló leucemia. Y por si fuera poco, en 1945, se lanzó la bomba atómica sobre Nagasaki.

 

Alegría en la tragedia

Unas 40 000 personas murieron inmediatamente por la bomba atómica, y otras 40 000 morirían lentamente por la radiación. El Dr. Nagai estaba en el laboratorio de radiología del hospital cuando ocurrió. Saliendo de los escombros, él y otros profesionales médicos comenzaron a rescatar a los pacientes y pusieron en marcha una unidad médica móvil. Al cabo de dos días, pudo volver a casa en busca de su mujer. El terreno estaba despojado de todo: ya no había casas, árboles ni hierba. Encontró los restos calcinados de su mujer, que sostenía un rosario de metal cuando falleció. Sus hijos habían estado fuera de la ciudad con su familia en el momento de la explosión y estaban a salvo.

Podría haber estado enfadado y amargado. Podría haber odiado a la humanidad por los males de la guerra o podría haber odiado a Dios por permitir tal destrucción. En cambio, el Dr. Nagai pasó los seis años restantes de su vida dando charlas y escribiendo. Quería que la gente volviera a elegir el amor. Quería que la gente encontrara paz, esperanza y belleza en medio de las dificultades. Intentó ayudar a la gente a tener “ojos para ver” la bondad de Dios en medio de las dificultades, e incluso a encontrar la alegría.

El Dr. Nagai eligió la caridad. La caridad es ese don de Dios que nos permite amar a Dios y crecer en intimidad con él. La caridad genuina se desborda en el amor al prójimo. Se nos da en el bautismo y se renueva en nosotros cada vez que recibimos a Cristo en la santa Eucaristía. Pero todavía tenemos que elegirla. El amor cristiano no es un sentimiento, es una decisión.

“A menos que hayas mirado a los ojos de la muerte amenazante y hayas sentido su aliento caliente, no puedes ayudar a otro a levantarse de entre los muertos y saborear de nuevo la alegría de estar vivo”. DR. TAKASHI NAGAI

Una elección

Elegir la caridad nos acerca a Dios y nos transforma. La caridad nos hace más parecidos a él. Piénsalo por un segundo. Si se lo permitimos, Dios nos hará más parecidos a él; él es puro amor. Piensa en todo lo que eso conlleva: ¡alegría, paz y misericordia!

No podemos forzarnos a sentir la alegría. No podemos forzarnos a sentir paz. Pero sí podemos elegir amar a Dios y al prójimo. Cuando elegimos la caridad, somos movidos a la alegría, a la paz y a la misericordia. Me gusta esa imagen de ser movidos porque deja claro que no somos nosotros los que creamos nuestra propia alegría, paz o misericordia. El Señor nos mueve para que esas cosas empiecen a identificarnos. Nuestro trabajo es elegir la caridad que Dios nos ofrece. Y a partir de ahí, nos veremos movidos a una alegría más profunda, a una paz más profunda y a las obras de misericordia.

Por muy quebrantado que esté el mundo que nos rodea, los sufrimientos de esta vida podrían ayudarnos a amar más, e incluso a encontrar más alegría. El Dr. Takashi Nagai dijo una vez: “A menos que hayas sufrido y llorado, no entiendes realmente lo que es la compasión, ni puedes dar consuelo a alguien que sufre. […] A menos que hayas mirado a los ojos de la muerte amenazante y hayas sentido su aliento caliente, no puedes ayudar a otro a levantarse de entre los muertos y saborear de nuevo la alegría de estar vivo”.

En esta Navidad, esforcémonos por responder a la invitación del Señor a la caridad. Al caminar en amistad con el Señor, nos sentiremos movidos a compartir con otros “la alegría de estar vivos”.

Este artículo se publicó en la edición de la revista de El Pueblo Católico titulada «Déjate transformar por la caridad». Lee todos los artículos o la edición digital de la revista AQUÍ. Para suscribirte a la revista, haz clic AQUÍ.

 

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