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domingo, noviembre 16, 2025
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¿Conoces a Jesús… o solo sabes sobre él?

La fe no es solo una idea, sino una relación: un encuentro vivo con la Persona de Jesucristo.

Por Tanner Kalina

“¿Conoces a Jesús?”

Dejo que la pregunta quede en el aire. Es mi favorita cuando acompaño a alguien en el camino del discipulado.

Una mirada en blanco.

“…Pues, creo que sí”.

“¿Crees?”

Una sonrisa.

“Déjame preguntarte otra cosa. ¿Me conoces a ?”

“Sí”.

“¿‘Crees’ que me conoces?”

“No”.

“Entonces, ¿por qué crees que conoces a Jesús?”

“Mmm… Bueno, creo que sé sobre Jesús, pero no sé si realmente lo conozco —no como te conozco a ti o a otra persona”.

“Ah. ¿Crees que realmente puedes conocer a Jesús?”

“Supongo”.

“¡Hermano, vamos! ¿Sí o no?”

Una risa.

“Sí”.

Misión cumplida. Creo firmemente que un paso crucial —y a menudo olvidado— en la evangelización es ayudar a las personas a distinguir entre saber sobre Jesús y conocerlo personalmente. Esa diferencia toca el corazón mismo de la fe.

En términos psicológicos modernos (que el ámbito cristiano ha adoptado), debemos ayudar a quienes acompañamos espiritualmente a distinguir entre sus conceptos de Dios y sus imágenes de Dios.

Un concepto de Dios es lo que alguien sabe intelectualmente sobre Dios; una imagen de Dios es lo que conoce a través de su experiencia con él. Dicho de otro modo: religión y relación.

A menudo, las personas tienen una desconexión entre ambas.

Sin generalizar demasiado, muchos católicos se enfocan solo en desarrollar un concepto correcto de Dios, mientras que muchos protestantes se preocupan principalmente por tener una imagen fuerte de Dios. Con frecuencia, los seguidores de Cristo descuidan uno u otro, pero ambos son necesarios para ser verdaderos discípulos de Jesús.

Por tanto, la tarea de la evangelización consiste en ayudar a las personas a desarrollar conceptos de Dios sólidos y correctos, junto con imágenes de Dios vivas y auténticas que reflejen esos conceptos.

Al evangelizar, debemos preocuparnos por la buena teología y la catequesis, pero no podemos quedarnos ahí.

También debemos ayudar a las personas a desarrollar una vida de oración y a frecuentar los sacramentos.

Concepto de Dios e imagen de Dios. Ambos.

Entonces, si alguien a quien acompañamos tiene una desconexión entre los dos, ¿cómo podemos ayudarle a unirlos? ¿Cómo podemos ayudarle a desarrollar una imagen de Dios que refleje su concepto de Dios? En otras palabras, ¿cómo ayudamos a alguien no solo a saber sobre Jesús, sino a conocerlo verdaderamente, de persona a persona?

Una palabra: encuentro.

Los encuentros son el puente entre nuestras imágenes y nuestros conceptos de Dios. Alinean lo que sabemos con a quién conocemos.

Los encuentros son momentos en los que nos relacionamos con la Persona en quien creemos.

Cuando trabajé con el Congreso Eucarístico Nacional, “encuentro” fue uno de nuestros principales lemas para el Avivamiento Eucarístico Nacional, y me encantó cómo lo definimos: “un despertar del sentido de Dios en uno mismo”.

En muchos de sus escritos, el papa san Juan Pablo II hablaba de ese “sentido de Dios”, una conciencia de que Dios es real, cercano e íntimamente involucrado en nuestra vida. Los encuentros son esos momentos en que nos volvemos plenamente conscientes de la realidad y la cercanía de Dios. Como seguidores de Jesús, necesitamos encontrarnos con él, y no solo una vez: debemos encontrarlo continuamente.

Mi pregunta natural después de “¿Conoces a Jesús?” es: “¿Lo has encontrado?”

Según la respuesta de la persona a la que acompaño, trato de animarla a buscar encuentros: en los sacramentos, en la oración y en la comunidad.

El párrafo 1084 del Catecismo de la Iglesia Católica afirma: “Cristo actúa ahora por medio de los sacramentos, instituidos por él para comunicar su gracia”. En otras palabras, cada vez que recibes un sacramento, tienes un encuentro garantizado con Cristo —cada vez. Cuando vas a confesarte, lo encuentras a través del sacerdote. Cuando recibes la Eucaristía, recibes su presencia plena. En cada sacramento, cada vez, te encuentras con él.

El párrafo 2558 del Catecismo resume nuestra relación con Jesús como nuestra oración. Cuando entramos en el espacio sagrado de la oración, nos colocamos en disposición de encontrar a Cristo. Cuando guardamos silencio, aquietamos el corazón para poder escucharlo. Al menos, calmamos la mente para reconocer que él está cerca y actúa. De manera similar, cuando leemos la Sagrada Escritura, nos encontramos con su Palabra viva.

El párrafo 949 del Catecismo dice: “La fe de los fieles es la fe de la Iglesia recibida de los apóstoles, tesoro de vida que se enriquece cuando se comparte”. Es decir, la comunidad cristiana también conduce al encuentro. Quienes viven desde el encuentro con Dios tienen la gracia única de ayudar a otros a hacer lo mismo.

Estas tres prácticas —frecuentar los sacramentos, cultivar una vida de oración y fomentar la comunidad— nos ayudan a encontrarnos con Jesús, haciendo que nuestra imagen de Dios se alinee con lo que sabemos por la enseñanza de su Iglesia.

Por eso los primeros cristianos “se mantenían constantes en la enseñanza de los apóstoles, en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones” (Hechos 2, 42). La enseñanza de los apóstoles les daba un concepto claro de Dios, mientras que la comunión, la fracción del pan (la Misa y los sacramentos) y la oración les permitían encontrar a Cristo y formar una imagen clara de él.

Como evangelizadores, ayudemos a otros a distinguir entre lo que saben sobre Dios y cómo lo conocen personalmente. Y desde ahí, guiémoslos al encuentro con él, alimentando continuamente tanto su mente como su corazón.

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