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jueves, abril 18, 2024
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Consejos del Papa a las mamás

En el mes de la madre ofrecemos unas reflexiones iniciales sobre cómo el Papa invita en el capítulo quinto de la Exhortación Apostólica Amoris Laetitia a las mujeres a vivir la heroica vocación a la maternidad.

Los hijos son un don esperado que los hace amados incluso antes de que lleguen. A ello se refiere el Papa Francisco en el capítulo quinto de su Exhortación Apostólica Post- Sinodal Amoris Laetitia (La alegría del amor), titulado “Amor que se vuelve fecundo”.

El Papa Francisco llama a cada hijo un “reflejo viviente de su amor (de los esposos), signo permanente de la unidad conyugal y síntesis viva e inseparable del padre y de la madre” (165).

Ellos nunca serán un error. “¡Esto es vergonzoso!” (166), dice el Papa con firmeza. Siempre hay que aceptarlos como un don de Dios, incluso cuando no estuvieron dentro de los cálculos iniciales de la pareja. Ningún sacrificio es demasiado costoso cuando se hace por ellos. A los padres se les ha confiado ese don precioso. Su papel está en educarlos, acogerlos y velar siempre por la salvación de su alma.

El Papa destaca el valor de las familias numerosas las cuales representan “una alegría para la Iglesia”, pues expresan “su fecundidad generosa” (167). Y hace alusión a su predecesor San Juan Pablo II quien dice que los esposos al cooperar con la generación de una nueva vida “dan más allá de sí mismos la realidad del hijo, reflejo viviente de su amor, signo permanente de la unidad conyugal y síntesis viva e inseparable del padre y de la madre» (Familiaris Consortio, 176) y exhortó a vivir una paternidad responsable entendida como “la facultad que los esposos tienen de usar su libertad inviolable de modo sabio y responsable, teniendo en cuenta tanto las realidades sociales y demográficas, como su propia situación y sus deseos legítimos” (Carta a la Secretaria General de la Conferencia internacional de la Organización de Naciones Unidas sobre la población y el desarrollo, 18 marzo de 1994).

Dulce espera

El embarazo es el momento en el que la madre participa en el “misterio de la creación, que se renueva en la generación humana” (San Juan Pablo II: Audiencia general, 12 de marzo de 1980). Esos nueve meses están llenos de sueños. En ellos la mujer se pregunta cómo será y qué vida tendrá el bebé que está gestándose en su vientre. “La madre que lo lleva en su seno necesita pedir luz a Dios para poder conocer en profundidad a su propio hijo y para esperarlo tal cual es” (170), dice el Papa.

Por ello pide a las mujeres gestantes que cuiden su alegría incluso en medio de los temores o preocupaciones, de los comentarios ajenos o los problemas que puedan surgir cuando se espera a un hijo.

¿Y si no ha llegado en el mejor momento? Pedirle al Señor que llene de fortaleza a los esposos para aceptar plenamente a aquel nuevo ser. Los hijos no son una respuesta a las expectativas personales. Son seres humanos. “No es importante si esa nueva vida te servirá o no, si tiene características que te agradan o no, si responde o no a tus proyectos y a tus sueños. Porque “los hijos son un don. Cada uno es único e irrepetible […] Se ama a un hijo porque es hijo, no porque es hermoso o porque es de una o de otra manera. No porque piensa como yo o encarna mis deseos. Un hijo es un hijo” (170). Esperarlo con ternura, aceptarlo sin condiciones y acogerlo gratuitamente son los consejos del Papa Francisco a los padres de hoy.

Los niños necesitan el amor de su padre y su madre, que los ayuden en su madurez íntegra y armoniosa. Necesitan del amor de cada uno, pero también del amor entre ellos. Papá y mamá, dice el Papa, muestran “el rostro materno y el rostro paterno del Señor” (172).

Presencia materna

Francisco destaca el hecho de que la mujer quiera estudiar, trabajar y luchar por sus objetivos personales. Sin embargo, aconseja a las madres a estar junto a sus hijos en sus primeros años de vida y advierte de los riesgos que trae la ausencia del calor y la ternura que solo ellas pueden brindarles. Les recuerda la necesidad de ejercitar su “genio femenino”: su maternidad, su ternura, su compasión, su capacidad de acoger – cualidades que también le otorgan deberes en su misión en esta tierra, necesarios para el bien de todos.

El capítulo quinto de este documento está, pues, lleno de consejos profundos y muy actuales que invitan a las madres a vivir de acuerdo con su vocación para que sean “el antídoto más fuerte ante la difusión del individualismo egoísta”, dice. Añade que “una sociedad sin madres sería una sociedad inhumana, porque las madres saben testimoniar siempre, incluso en los peores momentos, la ternura, la entrega, la fuerza moral” (174).

Para leer la exhortación apostólica completa haga click aquí

 

 

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