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lunes, abril 15, 2024
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El amor a María, nuestra Madre, es una cuestión del corazón

Este artículo fue publicado en la revista de El Pueblo Católico. Haz clic aquí para recibirla en tu casa.

«Como un niño en brazos de su madre» (Sal. 131,2)

Se trataba de un viaje de 12 horas y media en el avión de Munich a Denver. Yo estaba sentado en la segunda fila y enfrente de mí, en primera fila, a plena vista, estaba una mamá joven con su bebé, probablemente de seis meses. Doce horas es mucho tiempo y los pasajeros buscaban el mejor modo de pasarlo: leyendo, tratando de dormir, viendo alguna película o buscando distraerse de algún modo para ver si así pasaba el tiempo más rápidamente. Para aquella joven madre no hubo lectura ni películas. Las doce horas las pasó con su niño: calmándolo cuando lloraba, entreteniéndolo con algún juguete, moviéndolo de aquí para allá… El bebé siempre en sus brazos. A un cierto punto, cuando bajaron las luces del avión invitando a todos a dormir un poco, vi que ella se había dormido y el niño también. El bebé dormía plácidamente agazapado sobre su mamá, con la carita bien pegada a ella. Y la mamá, profundamente dormida pero bien abrazada a su hijito.

Me vino en ese momento el pensamiento de las innumerables horas en que Jesús, un bebé de pocos meses, también se habría dormido agazapado en su madre, y las veces que María se habría quedado dormida con él mientras lo abrazaba dulcemente. A lo largo de esas incontables horas pegados el uno al otro, con los corazones latiendo muy cerca el uno del otro, a veces viendo fijamente el rostro de su madre, horas durmiendo sobre ella, se forjó un lazo purísimo e inquebrantable, que sonaba en la voz de Jesús llamando a esta mujer “mamá”, incluso antes de expirar en la cruz. Nueve meses en el seno de la madre, primeros años con los ojos fijos en la mujer que llamamos “mamá”, ponen en el corazón del hombre una ternura irrenunciable por esa mujer.

Los católicos entendemos la relación de Jesús con su madre, María, no solo en el altísimo significado teológico y solidez bíblica, sino también en su dimensión humana. Todo lo que leemos en las Escrituras sobre esta relación tiene que ser entendido desde ese lazo humano materno y filial, tierno y cariñoso entre Jesús y su mamá. Vivieron juntos 30 años, día y noche compartiendo, tratándose con cariño, gozando las pequeñas cosas de una vida pobre y hablando de Dios.

En el Antiguo Testamento se mencionan 84 nombres de madres. En muchos casos la madre aparece como la mujer más importante en la vida de un hombre. Es parte del alma judía la intensa relación del hombre con su madre. El rabino Soloveitchik dice que “la madre siempre verá en su hijo, no importa su edad, al bebé que ella dio a luz». Para la madre “la imagen de su bebé, la memoria de ese pequeño en sus brazos, la imagen de ella jugando, sonriendo, abrazando, alimentándolo y bañándolo, nunca se desvanece. Ella siempre ve a su hijo como un pequeño que necesita de su ayuda y compañía, al que ella tiene que proteger como un escudo”. Y por esa relación que se establece entre ella y su hijo, para el buen judío no hay amor más grande que el amor a su madre, después del amor a Dios. El Midrash judío dice que cuando Dios quiso indicar el amor más grande en sentido humano, usó el de un hijo por su madre.

Jesús, el hombre de Nazaret -judío por raza y cultura- y el hombre con el alma más sensible y perfecta que haya jamás existido, amó a su madre con toda la infinitud de su corazón humano y divino. El pueblo católico venera y comparte este sentimiento con el Salvador, y por eso llama a María “Madre” y le pide su protección y cariño. Es una cuestión del corazón.

Obispo Jorge Rodríguez
Obispo Jorge Rodríguez
Mons. Jorge H. Rodríguez sirve como obispo auxiliar en la arquidiócesis de Denver desde el 2016.
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