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jueves, abril 18, 2024
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El Espíritu Santo es nuestra defensa contra el miedo

Jesús parecía haberse marchado para siempre, pero cuando el Espíritu Santo descendió sobre los apóstoles como una ráfaga de viento y se manifestó con lenguas como de fuego que se posaron sobre cada uno de ellos, la presencia de Cristo en su interior y en medio de ellos se hizo patente. Este domingo celebramos la fiesta de Pentecostés, día en que el Espíritu de Dios otorgó a los primeros creyentes la convicción y los dones necesarios para proclamar el Evangelio hasta los confines de la tierra.
La fiesta judía de Pentecostés, que coincidió con el día de la venida del Espíritu Santo, era un día santo que conmemoraba el momento en que Dios hizo la alianza con el pueblo de Israel y le dio la ley contenida en la Torá en el Monte Sinaí. Que los apóstoles hayan recibido el don del Espíritu Santo en el mismo día no significa que la alianza haya sido abolida, sino más bien que el Espíritu renovó la promesa de Dios de convertir a Israel en su “propiedad personal entre todos los pueblos” (Ex 19,5).
El mismo Espíritu que dio vida a Adán y Eva, que dio orden al caos en la creación del mundo, que concibió a Jesús en el vientre de María y que después lo resucitó de entre los muertos, ungió y capacitó a la Iglesia primitiva para llevar la buena nueva de la salvación al pueblo judío y al resto del mundo.
Como cristianos en la actualidad, quizá no comprendemos que en la tradición judía no existía el concepto del Espíritu Santo como la tercera persona de la Trinidad. Al contrario, solo se hablaba del “espíritu de Dios” o “espíritu del Señor”.
Sin embargo, a través de la experiencia de Pentecostés, Dios quiso revelarse plenamente, así la Iglesia comenzó a entender con más claridad lo que Jesús quiso decir cuando aseguró que enviaría “otro Paráclito” que estuviera con nosotros “para siempre” (Jn 14,15). “El Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre –explicó Jesús–, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho” (Jn 14,26). Esta enseñanza y guía del Espíritu Santo renuevan nuestra alma y mente, y su poder es capaz de sanar incluso nuestro cuerpo.
Esta verdad es precisamente lo que necesitamos oír en este tiempo de la historia, un tiempo marcado por el miedo, la enfermedad y la inestabilidad. También la vida de la Iglesia primitiva antes de la Resurrección de Jesús y la venida del Espíritu Santo en Pentecostés fue un periodo marcado por el miedo y la incertidumbre. San Pedro no proclamó a Jesús en las sinagogas hasta después de Pentecostés, pues él y los demás discípulos estaban escondidos porque tenían miedo. Sin embargo, después de la efusión del Espíritu Santo en Pentecostés, Pedro proclamó a Jesús con audacia, y 3000 personas creyeron ese día. Esta transformación testifica que cuando ponemos nuestra confianza en la fortaleza de Dios y no en nosotros mismos, Él puede hacer milagros.
Este fin de semana tenemos la oportunidad de confiar en Dios al regresar a la Santa Misa en persona. He decidido, junto con el obispo Sheridan y el obispo Berg, restablecer la obligación de asistir a Misa los domingos, con la excepción de aquellos que tengan razones o preocupaciones de salud serias para no hacerlo. Esta decisión nos brinda la oportunidad de entregar cualquier miedo que podamos tener al Señor, y pedirle la audacia que proviene del Espíritu Santo para poder valorar lo que Él valora, para adorar al Señor y recibir su gracia en la Santa Misa.
El cardenal Raniero Cantalamessa, predicador de la Casa Pontificia, señaló que “los apóstoles y santos rezaban para saber qué hacer”, en vez de solo pedirle a Dios que bendijera lo que ya habían planeado (El misterio del bautismo de Jesús). Sigamos su ejemplo en la celebración de Pentecostés y el regreso a la Misa. Pidamos al Espíritu Santo que nos guíe y nos ayude a confiar en Jesús.
Para obtener más información sobre el regreso a la Misa dominical, visite archden.org/regreso.

Arzobispo Samuel J. Aquila
Arzobispo Samuel J. Aquila
Mons. Samuel J. Aquila es el octavo obispo de Denver y el quinto arzobispo. Su lema es "Haced lo que él les diga" (Jn 2,5).
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