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viernes, marzo 29, 2024
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“El párroco que necesito”

Esta es la época del año en que se anuncian los cambios de párrocos y de vice-párrocos en la arquidiócesis de Denver. Las expectativas son altísimas. Cada uno tiene su idea del párroco que quiere en su parroquia: “me cae…”, “no me cae…”, “no es como el anterior…”, “¡ah, el anterior era estupendo!…” Y cada quién tiene su propia idea del párroco ideal que le cae para su parroquia.

Del sacerdote se espera que predique igual que San Pablo, que sea entretenido, que sepa relacionarse con la gente, que haga milagros con el dinero de la colecta, que mantenga todo limpio, ordenado y que esté a la mano para cuando se necesite, que no se enoje, que siempre esté alegre, que no se enferme, que no se ausente, que sea terapeuta, director espiritual, consejero matrimonial, paño de lágrimas, que sepa todo de todo, domador de teenagers, y muchas otras expectativas más. Pero, en realidad, lo único que interesa, lo único que verdaderamente se necesita, es que sea un sacerdote santo: un sacerdote que cuando nos hable, notemos que está enamorado de Cristo; que nos celebre los sacramentos con fe y unción; que nos enseñe a rezar y a vivir una relación de amor con Dios y con el prójimo, y que trate a todo con el mismo amor de Cristo.

Un sacerdote santo, es un don del cielo que hay que pedir. Es algo que no se puede producir en la tierra y que no viene de la naturaleza humana del hombre llamado por Dios para esta vocación. La santidad es siempre don de Dios. Por ello, una de las oraciones más conocidas por los sacerdotes termina con estas palabras: “¡Oh, Señor, envía a tu iglesia santos y fervorosos Sacerdotes!”.

Cada año la Iglesia observa el Día Mundial de Oración por la Santificación de los Sacerdotes, que se celebra en la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, y que esta vez será el viernes 8 de junio.

Yo creo que muchos pueden afirmar lo mismo que el famoso director de cine y actor Mark Walhberg: «Un sacerdote me casó. Mis hijos fueron bautizados por un sacerdote. Y cuando algún miembro de mi familia falleció, todos fueron enterrados por un presbítero. Mis pecados son perdonados cuando voy a confesarme con un sacerdote. Cada vez que voy a Misa, es través de las manos de un sacerdote que recibo el cuerpo y la sangre de Jesucristo, que me fortalece para compartir mi fe católica con los demás”. Por eso, concluía él, necesitamos “buenos y santos sacerdotes.”

Les pido que este 8 de junio eleven una pequeña oración por su párroco y por todos los sacerdotes de la arquidiócesis: no pidan otra cosa para ellos más que la santidad.

Obispo Jorge Rodríguez
Obispo Jorge Rodríguez
Mons. Jorge H. Rodríguez sirve como obispo auxiliar en la arquidiócesis de Denver desde el 2016.
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