Por Scott Carter
Coordinador de la Oficina de Beatificación del Padre Emil Kapaun
Diócesis de Wichita, Kansas
El testimonio de un sacerdote santo tiene un profundo efecto en quienes lo rodean. Al estar en la persona de Cristo, el sacerdote está en una posición única para guiar a otros hacia Jesús y llevar a Jesús a su gente, sin importar las circunstancias o dificultades.
El Siervo de Dios Emil Kapaun es un poderoso ejemplo de esa verdad.
Los primeros años de Emil Kapaun
El Siervo de Dios Emil Kapaun nació en el 1916 de inmigrantes checos en la pequeña comunidad agrícola de Pilsen en Kansas.
Para alguien que rara vez se aventuraba lejos de casa, creció con un corazón misionero notable. Inspirado por el ejemplo de sacerdotes y religiosos valientes de la sociedad misionera columbana en China, Emil sintió el llamado de llevar el amor de Cristo a todos los rincones del mundo.
Ordenado sacerdote en 1940 para la diócesis de Wichita en Kansas, el padre Emil Kapaun pronto encontró su vocación de servir en las Fuerzas Armadas, actuando como capellán del Ejército de los Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial y, más notablemente, en la guerra en Corea.
El “pastor con botas de combate”
Al darse cuenta de que la paz de Cristo puede reinar incluso en medio de los horrores del campo de batalla, el “pastor con botas de combate” estaba decidido a vivir con valentía.
Era conocido por aventurarse hasta las primeras líneas de las batallas para llevar esperanza a sus “chicos”, ya fuera en forma de una manzana, una bebida de su cantimplora o una oración. Durante los tiroteos, se arrastraba para llegar a los heridos en el campo de batalla para darles la unción y llevar a los vivos a un lugar seguro. De alguna manera, lograba hacer esto sin un rasguño, aunque un francotirador le disparó la pipa de la boca y tuvo que saltar a zanjas llenas de barro muchas veces.
Su valentía santa incluso lo llevó a celebrar la Misa dentro del alcance del enemigo en varias ocasiones.
Después de que el padre Emil se acercó a un grupo de soldados en el campo de batalla, un oficial en el cuartel general del batallón dijo: “Padre, la situación está bastante peligroso aquí en este momento, y no creo que deba estar aquí.”
Lejos de desanimarse, el padre respondió: “Entonces creo que necesitamos una Misa, capitán, y si puede disponer de los hombres por unos minutos, la celebraré.”
La Misa se celebró en medio del fuego de artillería y peligro, y, sin embargo, los hombres fueron milagrosamente salvados.
Para el padre Emil, era crucial llevar a Cristo a sus hombres, incluso si los peligros terrenales se interponían en el camino.
Luz en los campos de prisioneros
Eventualmente, esos peligros terrenales lo alcanzaron. Emboscado y superado en número por los chinos que entraron en la guerra, la unidad del santo sacerdote fue diezmada. Aunque el capellán tuvo la oportunidad de escapar, permaneció voluntariamente con sus hombres cuando fueron capturados. El padre Emil Kapaun moriría eventualmente en cautiverio, pero no antes de llevar la luz de Cristo a la oscuridad de los campos de prisioneros.
En los campos, todos los servicios religiosos, especialmente la Misa, estaban prohibidos. Esto habría sido una prueba particularmente difícil para alguien que es reconocido por celebrar la Misa en un campo de maíz sobre el capó de un Jeep.
Sin embargo, el tiempo de cautiverio reveló otro aspecto del ministerio sacerdotal del padre Emil Kapaun: el ministerio de la identidad y la presencia.
Un sacerdote es más que simplemente lo que hace. Sí, el sacramento del orden sagrado da a un hombre la capacidad de conferir los sacramentos en beneficio de la Iglesia, pero es mucho más que eso.
El orden sagrado conforma a un hombre a Cristo de una manera única. Lo convierte en un alter Christus, un otro Cristo. Al igual que el bautismo y la confirmación, el sacramento del orden sagrado deja una marca indeleble en el alma que no desaparecerá, incluso en la eternidad. Cuando vemos a un sacerdote, debemos ver a Cristo presente con nosotros.
Jesús vino a reconciliarnos con el Padre y a traernos su amor. Sin embargo, vivimos en un mundo donde el amor de Dios a menudo está velado y puede perderse fácilmente en las dificultades y desafíos que enfrentamos. Pero la presencia de un sacerdote santo puede ayudarnos a ver más allá del velo.
Esto es exactamente lo que hizo el padre Emil Kapaun en el campo de prisioneros. En las condiciones infernales donde dos docenas de hombres morían cada día, era fácil que los hombres se desanimaran. La realidad del mal estaba poderosamente presente.
Sin embargo, la determinación del padre Emil en el momento de su ordenación —de entregarse a Dios alegremente, sin importar las circunstancias— era una determinación de hacer presente a Cristo. Lo hizo de muchas maneras: hirviendo agua limpia para que los hombres pudieran beber, cuidando a los enfermos y lavando sus ropas, quitando piojos a hombres que no podían o no querían, y siempre siendo una voz de aliento y perdón.
“Dios estaba muy cerca de nosotros”
El testimonio del ministerio del padre Emil a quienes lo rodeaban transformó corazones y orientó a los soldados sufrientes hacia Emanuel, Dios-con-nosotros.
Para el teniente William Funchess, esa transformación comenzó cuando conoció al santo capellán, quien le ofreció un sorbo de agua tibia de una taza improvisada hecha a mano con una chapa de metal.
Después de beberse el trago de nieve que había sido derretida y calentada sobre un fuego, William agradeció al padre Emil.
“Esa fue la primera bebida de agua que había tenido en casi dos meses,” dijo, habiendo sobrevivido hasta ese momento comiendo nieve fría del suelo. “Esa fue la mejor bebida de agua que he tenido en toda mi vida,” admitió más tarde.
Desde ese primer encuentro y “la mejor bebida de agua,” el padre continuó sirviendo a William y a los otros hombres bajo su cuidado espiritual. A través de ese ministerio, el teniente vio su vida transformada, incluso frente a la crueldad, el sufrimiento y el abuso.
“Antes de conocer al padre Kapaun en el campo de prisioneros, creía en Dios pero sentía que Dios estaba lejos,” dijo William. “Después de conocer al padre, me di cuenta de que Dios estaba muy cerca, estaba a nuestro alrededor. El padre Kapaun nos hablaba de Dios casi todos los días, oraba con nosotros casi todos los días, y me convenció de que Dios estaba muy cerca de nosotros. Nos dijo que todo lo que teníamos que hacer era alcanzarlo.”
El impacto de un sacerdote santo
Las pequeñas cosas que hizo el Siervo de Dios Emil Kapaun eran simples, pero las realizó con tanto amor y propósito que todos reconocieron a Jesús detrás de ellas. El padre Emil Kapaun reflejaba a Cristo tan bien que muchos soldados bromeaban diciendo que empezaba a parecerse a Cristo.
Después de su muerte, los prisioneros tallaron un crucifijo en su memoria para que Jesús permaneciera presente entre ellos.
Aunque su cautiverio continuó por dos años más, sabían que Cristo estaba con ellos; el testimonio sacerdotal del Siervo de Dios Emil Kapaun lo había hecho real.