40.9 F
Denver
martes, marzo 19, 2024
InicioRevistaEl plan de Dios para nosotros es un don de misericordia

El plan de Dios para nosotros es un don de misericordia

La misericordia de Dios está ligada a su amor y fidelidad hacia el ser humano. Esta realidad se pone de manifiesto desde el principio, desde el primero pecado del hombre.

Tras la caída de Adán y Eva, Dios hace una promesa de redención, anuncia su plan de salvación con el que revertirá dicha transgresión y sus consecuencias en Jesús (cf. Gen 3,15). Pero ¿qué lleva a Dios a ser tan misericordioso? La respuesta no es complicada: su amor por nosotros. La Escritura nos dice que Dios creó todo bueno. No tenía necesidad del hombre, pero en su infinita bondad lo creó para que participara en el amor infinito y la plenitud de la Santísima Trinidad. Esta es la razón que lo llevó a mostrar su infinita misericordia a través de la historia y, sobre todo, en su hijo Jesucristo.

Antiguo Testamento: Dios es leal y amoroso

Después de la caída de Adán y Eva, Dios no dejó de guiar al ser humano y mostrarle su amor y misericordia. Eligió un pueblo a través del cual se revelaría al resto de la humanidad y estableció una alianza con él.

El Antiguo Testamento nos muestra que la misericordia de Dios está ligada a su lealtad y amor: “He contado tu fidelidad y tu salvación, no he negado tu misericordia y tu lealtad en la gran asamblea” (Sal 40,11); “Señor, Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad” (Ex 34,6).

Basta recordar las muchas ocasiones en que el pueblo de Dios se reveló contra él y prefirió seguir su propio camino, así como la manera en que Dios los trajo de nuevo hacia él y les prometió la salvación.

Dos tipos de misericordia

San Juan Pablo II explica que en el Antiguo Testamento se utilizan dos términos distintos que se puede traducir como “misericordia” o “amor”: hesed y rah mim. Hesed se refiere al amor misericordioso de Dios en el contexto de una relación. De manera más concreta, se emplea en referencia a la alianza que Dios establece con el pueblo elegido. Cuando el pueblo de Israel infringía la alianza y no respetaba sus condiciones, Dios no tenía la obligación de ser fiel a su parte del “contrato”. Pero era entonces que la misericordia divina mostraba su aspecto más profundo: un amor “más fuerte que la traición, [una] gracia más fuerte que el pecado” (Dives in misericordia, nota 52).

Por esta razón Israel no podía exigir de Dios la misericordia: el Señor la otorgaba cuando Israel había violado las condiciones que le correspondían. Solo podía tener la esperanza de que Dios se la concediera.

Por su parte, rah mim, nos dice san Juan Pablo II, se refería al tipo de misericordia que una madre da a su hijo. No es un amor que el hijo pueda ganarse, sino que es totalmente gratuito. Dios expresa este amor de diferentes maneras, como cuando dice: “Pero ¿puede una mujer olvidarse del niño que cría, o dejar de querer al hijo de sus entrañas? Pues bien, aunque alguna lo olvidase, yo nunca me olvidaría de ti” (Is 49,15).

Estos son los dos tipos de amor-misericordia que Dios muestra en el Antiguo Testamento. Aun cuando el pueblo elegido decide abandonar su camino una y otra vez, Dios tarde o temprano lo libera de sus enemigos y le promete la salvación.

Cristo, “misericordia encarnada”

Dios manifiesta su amor-misericordia plenamente en la venida de su hijo Jesucristo. Como dice san Juan Pablo II, Jesús es la misericordia misma: “[Jesús] no solo habla de [la misericordia] y la explica usando semejanzas y parábolas, sino que además, y ante todo, él mismo la encarna y la personifica. Él mismo es, en cierto sentido, la misericordia” (Dives in misericordia, 2).

El amor-misericordia de Dios supera el mal y el pecado del hombre a tal grado que Dios mismo decide hacerse hombre para salvarnos del pecado y la muerte. Así lo atesta san Pablo: “…se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador y su amor al hombre, no por las obras de justicia que hubiéramos hecho nosotros, sino según su propia misericordia” (Tito 3,5).

Pero al manifestar la profundidad de la misericordia amorosa de Dios, Cristo se ve obligado a enfrentar la falsa idea de misericordia adoptada por los fariseos y maestros de la ley. Su enseñanza es motivo de escándalo porque contradice la rectitud de sus opositores —comía con publicanos y pecadores— pero aún más porque perdona los pecados, algo que solo Dios puede hacer.

¿Qué es necesario para recibir la misericordia?

El acto más grande de amor y misericordia es, por supuesto, su pasión y muerte, pero Jesús también nos enseña la esencia de la misericordia a través de las parábolas, entre las cuales se destaca la parábola del hijo pródigo. En ella se enfatiza la misericordia del padre que espera el regreso de su hijo, quien lo había abandonado en busca de una falsa libertad. La fidelidad del padre hacia su hijo refleja el hesed de Dios, manifestado en todo el Antiguo Testamento.

Aún más, la parábola nos enseña dos cosas esenciales sobre la misericordia de Dios.

En primer lugar, para recibir la misericordia es necesario reconocer nuestro pecado. Ya que la misericordia se concede a alguien que ha hecho algún mal deliberadamente, es imposible recibirla si uno no reconoce el mal que ha hecho.

En segundo lugar, el amor de Dios no permanece en un corazón que no es misericordioso (1 Jn 3,17), y la misericordia de Dios no penetrará en el corazón humano si no perdonamos a los que nos ofenden (Mt 6,14-15)” (Catholic Bible Dictionary, 603).

Hoy: Iglesia, Eucaristía y confesión

San Juan Pablo II dice que la misericordia “constituye el contenido fundamental del mensaje mesiánico de Cristo y la fuerza constitutiva de su misión” (DM, 6). Por ello, Dios quiso que la Iglesia diera testimonio de la misericordia de Dios de generación en generación.

La Iglesia profesa y proclama la misericordia de Dios de manera única a través de la Eucaristía y el sacramento de la confesión. La Eucaristía, al ser el cuerpo y la sangre, el alma y la divinidad de Jesucristo, es un testamento del amor-misericordia de Dios, que “siempre desea unirse con nosotros, saliendo al encuentro de los corazones humanos” (DM, 13).

Por otra parte, en la confesión “cada hombre puede experimentar de manera singular la misericordia, es decir, el amor que es más fuerte que el pecado”. El papa nos dice que no hay pecado humano que prevalezca por encima de esta fuerza del perdón que brota del sacrificio de Cristo.

Lo único que puede limitar la misericordia de Dios es la falta de recepción por parte del hombre, es decir, la falta de arrepentimiento ante el mal que ha hecho. Si el hombre no considera que ha cometido un mal, entonces tampoco considera que necesita misericordia. La misericordia se da ante una transgresión, una injusticia, y solo se puede recibir cuando uno reconoce que ha actuado injustamente.

Por ello, la Iglesia llama a todos los hombres a la conversión a Dios, que “consiste siempre en descubrir su misericordia”. Dios desea nuestra plenitud, pero a veces nuestras propias ideas de lo que constituye el bien y el mal pueden privarnos de este don tan maravilloso. Por eso, esta Cuaresma dejemos que la palabra de Dios forme nuestra mente, para que podamos recibir su misericordia inagotable en la confesión y la Eucaristía, y así lleguemos a la gloria del cielo.

Este artículo se publicó en la edición de la revista de El Pueblo Católico titulada «La misericordia desbordante de Dios». Lee todos los artículos o la edición digital de la revista AQUÍ. Para suscribirte a la revista, haz clic AQUÍ.

Vladimir Mauricio-Pérez
Vladimir Mauricio-Pérez
Vladimir Mauricio-Pérez es el editor de El Pueblo Católico y el gerente de comunicaciones y medios de habla hispana de la arquidiócesis de Denver.
Artículos relacionados

Lo último