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jueves, abril 25, 2024
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El “ser” vale más que el “hacer”

Por: Mary Beth Bonacci

Regresé hace poco de la Catholic Leadership Conference (Conferencia de liderazgo católico n.d.t) o, como me gusta llamarle “los mejores días del año”.

En medio de la actual crisis de la Iglesia, fue inspirador pasar varios días con líderes laicos santos y comprometidos, quienes están dispuestos a hacer lo necesario para sanar este fragmentado cuerpo de Cristo.

¡Y sí que me inspiro! Hablamos acerca de lo que vamos a hacer. Juntos y también separados. Hablamos acerca de dar lo mejor de nosotros para ganar almas para Cristo. Regresé muy emocionada y con muchas ganas de hacer algo.

Sospechaba que no estaba sola en esto. Aquellos que amamos a Dios o que al menos lo profesamos, siempre estamos pensando en las cosas grandes que vamos a hacer por Él. Llevaremos con nosotros una lista de cosas que hemos hecho y se la presentaremos el día del Juicio Final. Hemos predicado, hemos servido, nos hemos convertido. Por supuesto ¡hemos hecho muchas cosas!

Y entonces, una vocecita dentro de mí me preguntó: Pero, ¿qué vas a ser? Cada vez me resulta más evidente que esta crisis se produjo en gran parte por hombres que pudieron haber tenido de muchos modos y en muchos niveles, buenas intenciones.

Quizás hubo un tiempo en el que muchos de ellos querían hacer un bien a la Iglesia y al mundo. Quizás no. Pero, de cualquier modo, es claro que ellos al final no fueron hombres santos. Algunos de ellos hicieron cosas indescriptiblemente horribles. Otros tomaron pobres decisiones a raíz de estas cosas indescriptibles. Muchos, de innumerables maneras, pusieron el poder y el prestigio encima del bien de los fieles. No en las acciones de los hombres verdaderamente santos.

Entonces, si la falta de santidad fue la que causó todo este problema, ¿cuál crees que sería la solución?

Yo creo que, antes que nada, la solución es que todos nosotros seamos más santos.

Recuerda por qué vino Cristo. Por supuesto, Él nos dijo que hiciéramos cosas. Y que evitáramos hacer otras cosas. Pero todo eso es solo para dar paso a en quién nos convertiríamos. En Él nos convertimos en una nueva creación. Tenemos que disminuir para que Él aumente en nosotros.

En esta “nueva creación” nos quiere en las calles haciendo cosas. Nos quiere santos, hombres y mujeres que escuchen su voz, atiendan su llamada y traigan su amor al mundo. No sé tú, pero yo sola soy incapaz de alcanzar muy poco. Y menos discernir lo que debería estar haciendo. Lo que podría ser más efectivo. Dónde mis talentos pueden hacer el mayor bien. Cuando se trata de este reino, Él sabe qué es lo mejor, mucho más que yo.

Él no puede obrar en nosotros si nuestros egos continúan atravesándose en nuestro camino. Él nos necesita comprometidos, profundamente cambiados, listos para ser dirigidos por Aquel que es la fuente de la verdadera sanación.

Afortunadamente, para mí y para el mundo, los líderes católicos con los que estuve en aquella conferencia son esas personas. Son humildes. Son Santos. Están completamente “vendidos” para Cristo. Son los hombres y las mujeres que “se la juegan toda” actuando en ese propósito, poniendo de su parte para restaurar su Iglesia.

¿Cómo hacemos esto? A través de la oración, de los sacramentos – especialmente la confesión y la Eucaristía. A través de la misa, de la lectura sobre la vida de otros hombres y mujeres que ardían por Él – es decir, los santos. A través del estudio de la Palabra y del conocimiento al que más nos ama, cuyo Espíritu nos trae una nueva vida. Y a través de rendirnos a Él.

Entonces, si has estado sentado preguntándote qué hacer por la Iglesia en medio de esta crisis – o si no lo has hecho aún – ¿Qué tal si empiezas por ahí? Y luego, agárrate fuerte.

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