Por el Dr. R. Jared Staudt
Director de contenido de Exodus
«Es la economía».
Es lo que hemos estado escuchando sobre lo que realmente importa en nuestras elecciones. El crecimiento económico y los efectos consiguientes en nuestro nivel de vida. Es una línea de pensamiento peligrosa si lo piensas bien. ¿No se basa la economía de una nación en las personas? ¿El crecimiento económico es siempre bueno para las personas o puede enmascarar nuestra necesidad de algo más?
La Iglesia nos recuerda que las personas trascienden la economía, porque los bienes económicos existen para fomentar la realización del bien común. El secularismo amenaza los cimientos de la sociedad porque, sin Dios, perdemos de vista todo lo que está más allá de la prosperidad inmediata. San Pablo nos enseña que “no hay autoridad sino de parte de Dios” (Rom 13, 1). Nuestras propias voluntades no son el fundamento último de la justicia y la ley, porque hay un estándar de verdad y bondad más allá de nosotros mismos al que debemos responder. Sin una referencia trascendente, nuestras leyes se convierten en expresiones arbitrarias de puro poder, que conducen inevitablemente a la catástrofe.
El propósito
La sociedad existe para que juntos busquemos el bien. El Catecismo de la Iglesia Católica cita uno de los documentos cristianos más antiguos, la Epístola de Bernabé, para exponer el impulso de la comunión social: “No vivan aislados, cerrados en ustedes mismos, como si estuvieran ya justificados, sino reúnanse para buscar juntos lo que constituye el interés común” (§1905). Hay bienes que todos buscamos y que podemos realizar juntos con mayor facilidad. Eso incluye las necesidades materiales, pero también las superiores, porque a diferencia de los animales, no podemos satisfacer nuestras necesidades simplemente a nivel corporal. Queremos conocer la verdad, y por eso construimos escuelas. Queremos crear belleza, y por eso construimos estructuras que se elevan hasta los cielos. Y queremos encontrar algo que perdure más allá de esta vida pasajera. A lo largo de la historia, esto ha impulsado a la sociedad mientras que las personas se han unido para manifestar la verdad más profunda de que juntos se nos ha ordenado un bien más allá de este mundo que debe ser adorado y celebrado.
La sociedad existe para lograr el pleno florecimiento de la persona humana, que surge de la familia y está orientada hacia bienes superiores, como la búsqueda de la verdad y la virtud. La Iglesia siempre ha enseñado que la familia es el fundamento de la sociedad. Sin personas, no hay sociedad, y sin hijos no hay futuro. Actuar en contra del bien de la vida humana socava el propósito mismo de la sociedad y el fundamento del estado de derecho como garantía del bien. Nunca podemos considerar al gobierno como un bien absoluto porque debe respetar sus raíces en la familia y los bienes que la trascienden, incluyendo la dignidad de la persona humana. Una sociedad que ataca sus propios fundamentos en la dignidad de la persona humana y la familia caerá inevitablemente.
El estado grande vs. subsidiariedad
Hoy enfrentamos una crisis de este tipo, con el bien común socavado por una cultura de muerte que debilita nuestra identidad trascendente para rehacernos a nuestra propia imagen. El gobierno se ha convertido en un monstruo más grande que nuestra capacidad de control, que reparte vida y muerte en sus balanzas utilitarias desequilibradas. La tecnología ha facilitado el surgimiento del estado grande con su burocracia excesiva que extiende sus tentáculos en cada aspecto de nuestras vidas, creando pasividad ante as fuerzas políticas y económicas que se extienden por todo el mundo. Por primera vez, la sociedad puede ser gestionada de forma remota a gran escala, sacando la dirección política de las comunidades locales y alejándola de quienes conocen las necesidades sobre el terreno.
A través del principio de subsidiariedad, la Iglesia nos anima a recuperar la participación local en la vida cívica, dirigiendo la sociedad localmente siempre que sea posible. En Centesimus Annus, san Juan Pablo II nos enseña que “también debe ser respetado el principio de subsidiariedad. Una estructura social de orden superior no debe interferir en la vida interna de un grupo social de orden inferior, privándola de sus competencias, sino que más bien debe sostenerla en caso de necesidad y ayudarla a coordinar su acción con la de los demás componentes sociales, con miras al bien común” (48). Él nos llama a redescubrir un sentido político genuino arraigado en nuestras comunidades locales.
Incluso en medio de la crisis, seguimos siendo seres políticos, destinados a vivir en comunión con los demás, y no podemos alejarnos de los problemas de la vida moderna de una manera individualista. Para vivir una buena vida, debemos aprender a depender unos de otros, no de manera pasiva, sino construyendo una comunidad genuina para satisfacer las muchas necesidades insatisfechas de nuestro tiempo. Guiados por el principio de subsidiariedad, podemos recuperar el orden de la sociedad hacia el bien de la persona y de nuestra dependencia cooperativa de unos con otros para alcanzar los objetivos de la sociedad. Buscar el beneficio egoísta a expensas de los demás, socava fundamentalmente el bien común.
Solidaridad
Por eso la Iglesia también establece el principio de solidaridad, que san Juan Pablo II caracterizó como “defender a los más débiles” y “poner ciertos límites a la autonomía” (Ibid., 16). Una vez más, esto comienza localmente, ayudando a las familias a enfrentar los desafíos de la sociedad antes de imponer programas gubernamentales: “Para superar la mentalidad individualista, hoy día tan difundida, se requiere un compromiso concreto de solidaridad y caridad, que comienza dentro de la familia” (Ibid., 49). Si descuidamos el principio de solidaridad, también ponemos en peligro la subsidiariedad, porque el monstruo del estado intervendrá para abordar problemas que nos negamos a enfrentar.
Peter Maurin estableció el objetivo adecuado que debemos buscar: “Crear ese tipo de sociedad en la que sea más fácil para los hombres ser buenos”. ¿Qué otra cosa podríamos querer? La sociedad existe para que podamos lograr el bien, y el bien se realiza en la virtud, que a su vez requiere amistad y cooperación. Si no buscamos el bien en nuestras comunidades y construimos instituciones locales guiadas por la verdad, la virtud y la amistad, seguiremos siendo piezas que giran dentro de una máquina económica.
Es hora de reordenar la prosperidad económica hacia bienes superiores; ya no un fin en sí mismo sino un medio para alcanzar bienes mayores, como la caridad, la educación, las artes y, en última instancia, la gloria de Dios.