Por Mons. Robert Barron, fundador de Word on Fire
A lo largo de los años, he ido exponiendo lo que considero los fundamentos de la evangelización. Proclamar la buena nueva tiene que ver con anunciar la resurrección de Jesús de entre los muertos, declarar que Jesús es divino, celebrar el profundo humanismo del cristianismo y, por último, insistir en la indispensabilidad de la Iglesia como cuerpo místico del Señor. En esta columna, me gustaría reflexionar, aunque sea brevemente, sobre algunas estrategias prácticas y sencillas para la evangelización, cosas que tú puedes llevar a cabo para hacer público este mensaje.
En primer lugar: debes profundizar en el conocimiento de la tradición católica
Una encuesta reciente mostró que, entre los diversos grupos religiosos, los jóvenes judíos son los que menos conocen su propia herencia religiosa, pero en el segundo lugar de esta dudosa distinción están los jóvenes católicos. Esto es trágico. Tenemos una tradición sumamente inteligente, rica y profunda, que incluye las incomparables Escrituras, así como los tesoros de teología, espiritualidad, arte, arquitectura, literatura y el inspirador testimonio de los santos.
Conocer esta tradición es adentrarse en un mundo de significado densamente descriptivo e iluminador; no conocerla priva a uno de la alegría espiritual y, lo que es quizá aún más lamentable, lo incapacita para explicar la fe católica a quienes buscan entenderla mejor. Muchos católicos interrumpieron su educación religiosa formal en octavo grado o quizá en el último año de secundaria.
No es de extrañar que seamos relativamente malos evangelizadores. Así que decídete este año a leer un libro de teología bueno y serio, tal vez un clásico, como las Confesiones de San Agustín o La montaña de los siete círculos de Thomas Merton. Haz un esfuerzo este año por profundizar en un gran maestro literario católico, como Dante, G.K. Chesterton o Flannery O’Connor. O estudia las pinturas de Caravaggio y Miguel Ángel, y las esculturas y la arquitectura de Bernini. Practica la lectura de la Biblia en oración.
En una palabra, aprende la tradición del cristianismo católico para ser mejor portador de ella a los demás.
En segundo lugar: invita a alguien que conozcas a volver a la iglesia
La evangelización puede centrarse en la conversión de las naciones o en ayudar a que los cristianos protestantes vuelvan al catolicismo, pero también puede tener un enfoque más pequeño, como revitalizar a los católicos inactivos. Todos conocemos a alguien —un amigo, un compañero de trabajo, un familiar, quizá incluso un ahijado o ahijada— que ha dejado de asistir a Misa o de acudir a los sacramentos. Decídete a enviarle una nota, a llamarle por teléfono, a tener una buena conversación con él o ella… y anímale a volver a casa, a la Iglesia. Esta propuesta puede costarte; puede resultar un poco incómoda o embarazosa. La evangelización es siempre un riesgo. Por el bien de la salud espiritual de esa persona, asúmelo.
En tercer lugar: deja que el lenguaje de la fe sea algo natural en tu forma de hablar
Muchos católicos —consciente o inconscientemente— a la hora de expresarnos censuramos todo lo que pueda revelar nuestras convicciones religiosas. Desde pequeños aprendemos los modales de una sociedad pluralista: no es de buena educación hablar en público de política o, sobre todo, de religión. Por supuesto, nunca debemos ser agresivos ni prepotentes en lo que respecta a nuestra fe, pero tampoco debemos consentir las convenciones sociales que exigen que nuestra religión sea solo privada.
Nuestra fe debe ser omnipresente, debe invadir e influir en todas las dimensiones de nuestra vida, tanto pública como privada, tanto personal como profesional. Así, en tu lugar de trabajo, en reuniones sociales, entre amigos, permite que tus convicciones católicas se expresen verbalmente. Y lo no verbal puede ser igual de importante: coloca un crucifijo o una imagen de tu santo favorito en tu despacho; pon una cita bíblica de fondo en tu computadora. Si esto suscita una reacción o una pregunta, tanto mejor para la evangelización. ¿Cuántas personas de tu círculo de conocidos o de tu lugar de trabajo saben siquiera que eres católico? Yo diría que, si la respuesta a esa pregunta es “muy pocos” o “nadie”, entonces has sido demasiado renuente en tu labor diaria de evangelizar.
En cuarto lugar: no tengas miedo de rezar en público
¿Cuántas veces te has sentado con tu familia o con amigos católicos en un restaurante y te has limitado a comer sin bendecir los alimentos? Una vez más, no es necesario ser llamativo, pero una oración sencilla, sin afectación, ofrecida públicamente, puede ser un poderoso testimonio para los que te rodean. ¿Recuerdas ese cuadro emotivo pero eficaz de Norman Rockwell que representa a una anciana y a sus nietos inclinando la cabeza en oración antes de comer en una parada de camiones? Lo que siempre me ha gustado son las miradas de admiración perpleja de los presentes. No subestimes el poder evangélico de demostrar tu fe en público.
Jesús ordenó a sus discípulos proclamar el evangelio a todas las naciones. Esta llamada se dirigía no solo a los líderes de la Iglesia de entonces y de ahora, sino a todos nosotros, a todos los bautizados, a cada uno de los miembros del pueblo de Dios. No pierdas la oportunidad de ser un ángel de Dios, un portador de la buena nueva.
Este artículo se publicó en la edición de la revista de El Pueblo Católico titulada «Evangeliza como solo tú puedes hacerlo». Lee todos los artículos o la edición digital de la revista AQUÍ. Para suscribirte a la revista, haz clic AQUÍ.