«¡Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de compasión y Dios de toda consolación, que nos consuela en toda tribulación nuestra para poder nosotros consolar a los que están en toda tribulación, ¡mediante el consuelo con que nosotros somos consolados por Dios!» (2 Cor 1,3-5).
San Pablo nos dice que Dios mismo es compasión y consolación, y que, a nosotros, que hemos recibido estas gracias de Dios, se nos pide que las compartamos con los demás. Pero ¿cómo podemos hacer esto en nuestra vida diaria?
Hace un par de meses, un hombre recibió una llamada de su hija, y la hija le dijo: «Papá, me gustaría que me acompañaras al hospital para visitar a un pariente de un amigo mío. Está enferma y me gustaría rezar con ella». Sorprendido por la invitación, el hombre miró su reloj y su calendario. Su hija nunca le había pedido algo así antes, pero inspirado por su motivación, aceptó ir. Al llegar al hospital, el hombre y su hija entraron en la habitación de la persona enferma, se presentaron y preguntaron si podían orar por ella. Ella aceptó alegremente y respondió diciendo: «Tengo miedo. No creo que salga con vida de este lugar. Mi cumpleaños es en dos días, y me gustaría estar en casa con mi familia, pero que se haga la voluntad de Dios». El hombre y su hija hicieron una breve oración con y por la persona según sus temores y deseos. ¡A la semana siguiente se enteraron de que la mujer por la que habían orado pasó su cumpleaños en casa con su familia y había mejorado de manera considerable!
La Biblia está llena de pasajes y escenas de personas que sufren de enfermedades. Sin embargo, a través de la misericordia del Señor en respuesta a la intercesión de individuos, a menudo observamos curaciones milagrosas. En los Evangelios, Jesús cuida constantemente de los enfermos y los que sufren de forma pastoral. También es importante notar que él realizó muchas de estas sanaciones ante sus discípulos para enseñarles la importancia de este ministerio de compasión. El ejemplo de Cristo a sus discípulos está también destinado hoy a cada uno de nosotros.
La Iglesia lleva a cabo este ministerio a través de la oración el acompañamiento de los enfermos y los que sufren. Ella nunca ha dejado de orar e interceder por los enfermos y afligidos, y, por esta razón, el arzobispo de Denver pide a todos que se unan a él en su intención de orar por los enfermos y los que sufren. Dios es, ha sido y seguirá siendo compasivo y misericordioso con todos, especialmente con los enfermos. A través de nuestras propias experiencias de aflicción, tal vez podamos ver cómo Dios nos ha consolado a través de otros que han experimentado aflicciones similares. Al igual que la hija de aquel hombre, nosotros también podemos salir en misión para servir y orar por aquellos que están experimentando sufrimiento. ¡Recuerda que al Señor le encanta actuar incluso a través de nuestras acciones más pequeñas!
Si no podemos visitar a los enfermos en persona, oremos para que Dios les traiga su compasión y consolación a través de nuestras oraciones. No olvidemos que Jesús también está en los enfermos y en los que sufren, (y visitarlos es una de las obras de misericordia). Oremos por los que están enfermos, especialmente por los que no conocemos y por los que no tienen a nadie que ore por ellos. Además, recordemos orar por aquellos que trabajan en el campo médico y cuidan de los enfermos, para que, según la voluntad de Dios, a través de ellos los enfermos reciban sanación, compasión y consolación.
Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, ruega por los enfermos.