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miércoles, abril 24, 2024
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La inquebrantable vida de Zamperini

Sufrir los rechazos típicos de un inmigrante en Estados Unidos, padecer de neumonía, dedicarse a la delincuencia de poca monta y lograr superarla con el atletismo. Ir como soldado a pelear a la Segunda Guerra Mundial y en medio de ella, naufragar por 47 días.  Ser prisionero de dos campos de concentración japoneses durante dos años y recibir allí las peores torturas y humillaciones.

Con solo 26 años, Louis Zamperini ya había vivido todas estas experiencias, las cuales supo recoger Laura Hillebrand en el libro Inquebrantable, y Angelina Jolie en la película que lleva el mismo nombre.

Zampireni falleció el año pasado con 97 años. Su vida puede dejarnos dos grandes enseñanzas:

La primera es la de la de la superación de aquel jovencito por el que nadie apostaba y quien era muchas veces la vergüenza de su familia. Superación que consistió en cambiar la delincuencia por los entrenamientos que lo llevaron a ganar a los 17 años, el campeonato de atletismo de California de 5.000 metros, y dos años más tarde, clasificar para los juegos olímpicos de invierno que se realizaron en Berlín en 1936, donde logró sorprender hasta al mismo Hilter, según cuenta Hillebrand en su biografía.

La segunda enseñanza es la resistencia tan fuerte frente a las pruebas que vivió Zampireni cuando fue enviado a la guerra y que dan a su biografía el nombre de inquebrantable.

Pruebas como el naufragio, en el que estuvo más de un mes perdido el Océano Pacífico, en una pequeña barca inflable, rodeado de tiburones y comiendo los pescados crudos que lograba agarrar del mar. En la misma barca vio morir a su amigo Francis McNamara, quien después de un mes de estar a la deriva en el mar, no logró resistir.

¿Puede un ser humano aguantar tanto? Me preguntaba mientras veía en la pantalla grande la vida de Zampireni. Ni siquiera el naufragio o los horrores que pasó en los campos de concentración, le quitaron esas ganas de agotar hasta el más remoto recurso para permanecer con vida y para creer en ella.

La película me hizo pensar en el valor de la fortaleza. Aunque la resistencia de Zamperini fue especialmente física, sin una consistencia interior no hubiera podido soportar tanto dolor.

Su historia nos enseña a saber entrenar tanto el cuerpo como el alma para momentos difíciles que de vez en cuando rondan nuestra existencia – a algunos más que a otros, es verdad – pero que nos hacen madurar y forjar nuestro interior.

¡Cuántas veces el sufrimiento bien llevado como el de Zamperini se convierte en un maestro, que nos motiva a superar nuestros propios límites, a ser cada vez más fuertes y a ensanchar nuestra capacidad de perdón! Perdón que el ex soldado y atleta supo ofrecer a sus mismos captores cuando en 1950 visitó Japón y se reencontró con ellos.

La suya es una vida ejemplar que la literatura y el cine han querido narrar, quizás para despertar en sus lectores y espectadores ese corazón inquebrantable que puede tener cualquier ser humano y el cual se acrisola cuando pasa por la prueba del dolor.

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