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La Misa no es un invento católico, es el legado de los apóstoles

Desde el principio del cristianismo, la celebración eucarística era la manera principal en que los cristianos rendían culto a Dios. Incluso tenemos pruebas de que creían en la presencia real de Cristo en la Eucaristía.

Los escritos de varios defensores y testigos de la fe que vivieron antes del año 200 d. C. nos ayudan a comprobar que la manera en que adoramos a Dios hoy en día es la misma en que lo hacían los primeros cristianos, que la Misa no fue un invento de la Iglesia católica, sino que fue un don transmitido por los apóstoles e instituido por Cristo. Veamos algunos de los escritos de san Ignacio de Antioquía, san Justino mártir y san Ireneo de Lyon que ilustran esta realidad.

Presencia Real

Durante la última cena, Jesús dijo a sus discípulos: “Tomad, comed; esto es mi cuerpo. Y tomando la copa, y habiendo dado gracias, les dio, diciendo: Bebed todos de ella; porque esto es mi sangre” (Mt. 26, 26-28). Estas palabras quedaron plasmadas en la historia, pero hasta el día de hoy, muchos protestantes aseguran que fueron simbólicas. Sin embargo, el testimonio de los siguientes padres apostólicos nos dice todo lo contrario: ellos creían que la Eucaristía era el verdadero cuerpo y la verdadera sangre de Cristo, y lo defendían.

San Ignacio de Antioquía (107 d. C.)

Alrededor de 107 d. C., san Ignacio de Antioquía, quien fue discípulo directo de los apóstoles, escribió una serie de cartas a las iglesias de Asia Menor advirtiendo sobre la presencia de herejías que rechazaban la encarnación y sostenían que Cristo no había tenido un cuerpo real, y que, por tanto, rechazaban la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía. A esto, san Ignacio responde reafirmando la enseñanza de la Iglesia recibida de los apóstoles y rechazando a todo aquel que no cree en la presencia real de Jesús en la Eucaristía.

“Se apartan de la Eucaristía y de la oración, porque no confiesan que la Eucaristía es la carne de nuestro Salvador Jesucristo, la misma que padeció por nuestros pecados, la misma que, por su bondad, resucitó el Padre. Así, pues, los que contradicen al don de Dios, mueren y perecen entre sus disquisiciones. ¡Cuánto mejor les fuera celebrar la Eucaristía, a fin de que resucitaran! Conviene, por tanto, apartarse de tales gentes, y ni privada ni públicamente hablar de ellos” (Carta a los esmirneanos, 7).

De acuerdo con el testimonio de san Ignacio, aquellos que rechazaban la encarnación, rechazaban la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía y morían espiritualmente al apartarse de este don de Dios. Por tanto, desde el año 107 d. C. tenemos un testimonio claro de un obispo, que recibió el evangelio directamente de los apóstoles, de que las palabras de Jesucristo en la última cena no fueron solo simbólicas.

San Justino mártir (160 d. C.)

Aproximadamente en el año 160 d. C. san Justino mártir, considerado el mayor apologeta de su tiempo, escribió una descripción de cómo los primeros cristianos llevaban a cabo la celebración eucarística. San Justino también mantuvo que la Eucaristía no es un alimento cualquiera, sino la “carne y sangre de aquel Jesús hecho carne”. Gracias a su testimonio, hoy en día podemos comprobar que este culto litúrgico que todavía celebramos existió desde los primeros cristianos.

Esta breve descripción de san Justino mártir sobre la Misa data alrededor del año 155 d. C. y se encuentra en su Primera apología, una defensa de la fe ante las acusaciones injustas contras los primeros cristianos dirigida al emperador y al pueblo romano. A continuación, el texto de san Justino dividido en las partes de la Misa (Primera apología, 65).

  • CELEBRACIÓN EN DOMINGO “El día que se llama día del sol [domingo] tiene lugar la reunión en un mismo sitio de todos los que habitan en la ciudad o en el campo”.
  • LITURGIA DE LA PALABRA, INCLUYENDO LA HOMILÍA “Se leen las memorias de los apóstoles y los escritos de los profetas, tanto tiempo como es posible. Cuando el lector ha terminado, el que preside toma la palabra para incitar y exhortar a la imitación de tan bellas cosas”.
  • ORACIÓN DE LOS FIELES “Luego nos levantamos todos juntos y oramos por nosotros […] y por todos los demás donde quiera que estén, a fin de que seamos hallados justos en nuestra vida y nuestras acciones y seamos fieles a los mandamientos para alcanzar así la salvación eterna”.
  • SIGNO DE LA PAZ “Cuando termina esta oración nos saludamos con un beso unos a otros”.
  • PRESENTACIÓN DE LAS OFRENDAS “Luego se lleva al que preside a los hermanos pan y una copa de agua y de vino mezclados”.
  • LITURGIA DE LA EUCARISTÍA “El que preside los toma y eleva alabanza y gloria al Padre del universo, por el nombre del Hijo y del Espíritu Santo y da gracias (en griego: eucharistian) largamente porque hayamos sido juzgados dignos de estos dones”.
  • RITO DE COMUNIÓN “Cuando terminan las oraciones y las acciones de gracias todo el pueblo presente pronuncia una aclamación diciendo: ‘Amén’. Cuando el que preside ha hecho la acción de gracias y el pueblo le ha respondido, los que entre nosotros se llaman diáconos distribuyen a todos los que están presentes pan, vino y agua ‘eucaristizados’ y los llevan a los ausentes”.

La descripción de san Justino es claramente reconocida hoy en día como la Santa Misa. En cuanto a la Eucaristía, san Justino reconoce claramente el pan y el vino como el cuerpo y la sangre de Jesucristo, dejando claro que Cristo pronunció las palabras en la última cena de forma literal.

“No los tomamos como pan o bebida comunes, sino que, así como Jesucristo, Nuestro Salvador, se encarnó por virtud del Verbo de Dios para nuestra salvación, del mismo modo nos han enseñado que esta comida —de la cual se alimentan nuestra carne y nuestra sangre— es la carne y la sangre del mismo Jesús encarnado, pues en esos alimentos se ha realizado el prodigio mediante la oración que contiene las palabras del mismo Cristo” (Primera apología, 66).

San Ireneo de Lyon (180 d. C.)

El tercer testigo de lo que fue la Iglesia primitiva es san Ireneo de Lyon, quien se pronunció en contra de las herejías que rechazaban la encarnación y la Eucaristía. En sus escritos, el santo defiende la fe y la Eucaristía remontando sus enseñanzas a los apóstoles, diciendo que aquellos que creen lo contrario obtuvieron sus creencias de otro lugar, no de los Doce.

“Porque, así como el pan que brota de la tierra, una vez que se pronuncia sobre él la invocación de Dios, ya no es pan común, sino que es la Eucaristía compuesta de dos elementos, terreno y celestial, de modo semejante también nuestros cuerpos, al participar de la Eucaristía, ya no son corruptibles, sino que tienen la esperanza de resucitar para siempre” (Contra las herejías, 4.8).

Estos tres ejemplos dan testimonio de que la Iglesia primitiva no solo meditó de manera muy profunda acerca de la Eucaristía, sino también que desde entonces esta era esencial para la Iglesia y se consideraba un tesoro recibido de los apóstoles, y no una invención posterior.

 

Este artículo se publicó en la edición de la revista de El Pueblo Católico titulada «El tesoro de los Apóstoles». Lee todos los artículos o la edición digital de la revista AQUÍ. Para suscribirte a la revista, haz clic AQUÍ.

 

Fuente: Joe Heschmeyer, The Early Church Was the Catholic Church, Catholic Answers.

Rocio Madera
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Rocio Madera es especialista en comunicaciones y publicidad para la arquidiócesis de Denver.
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