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La mujer que perdonó a los asesinos de su familia durante el genocidio de Ruanda

La angustia de una muerte inminente atravesó el cuerpo de Immaculée “como mil agujas”. “¿Cómo será morir?”, pensó angustiada. Afuera del pequeño baño donde estaba escondida con otras siete mujeres oyó a los asesinos que, con pistolas, machetes y lanzas, se acercaban para registrar la casa. Era solo cuestión de segundos: “¿Qué me harán?”.

Fue entonces que comenzó su feroz batalla interior contra la duda, la ira y la falta de perdón. “¿Cómo puedo perdonar a la gente que quiere matarme? Si tuviera el poder de Dios, los mataría a todos en un instante”, pensó.

Escondite

El genocidio que se desató en el país africano de Ruanda en 1994 surgió de las tensiones políticas y étnicas que existían entre las dos tribus principales de la nación: hutus y tutsis.

La advertencia más clara de una tragedia próxima la dio la Virgen María, que bajo la advocación de Nuestra Señora de los Dolores se apareció a tres niñas en 1981 en la pequeña ciudad de Kibeho. Advirtió que ríos de sangre correrían por Ruanda si la gente no cambiaba su forma de actuar y seguía a Dios.

Sin embargo, los acontecimientos de un genocidio premeditado para acabar con los tutsis se pusieron en marcha tras el derribo del helicóptero del presidente en 1994. Las campañas que por años habían intentado deshumanizar a los tutsis ahora exponían sus más viles intenciones abiertamente por la radio: “Mátenlos a todos. ¡Acaben con esas cucarachas! No olviden a los niños. Hay que limpiar el país”.

Immaculée Ilibagiza, una joven tutsi, recuerda el día en que todo comenzó. Su padre, un hombre profundamente devoto, le dio su rosario y le ordenó esconderse en la casa del vecino. El vecino, a pesar de ser miembro de la tribu contraria, era un hombre honesto y de fe.

Durante 91 días permaneció escondida en un pequeño baño sin poder decir ni una sola palabra… mientras hombres sanguinarios mataban a cientos de miles de tutsis a plena luz del día.

Rencor profundo

Fotografías de víctimas del genocidio en el Centro Memorial del Genocidio en Kigali, Ruanda. Foto de Adam Jones, Wikimedia Commons.

Para Immaculée, el providencial conflicto con el odio y el perdón comenzó un par de días después de llegar a aquel baño.

Cuando estaba a punto de ser descubierta, oyó una voz interior que le gritaba: “¡Abre la puerta, acaba con la tortura! Te van a matar de todas formas”.

Pero otra voz le decía: “No abras la puerta. Pídele a Dios que te ayude. Él es todopoderoso. Eso significa que puede hacer cualquier cosa. Aún tienes una oportunidad”.

Fue entonces que hizo una promesa que le cambió la vida: “Dios, no lo sé todo sobre ti, pero seguiré buscándote. Nunca volveré a dudar de tu existencia”.

Los hombres pasaron por alto la puerta del baño, que estaba escondida detrás de un mueble.

Para cumplir su promesa, pidió una Biblia al dueño de la casa y, por primera vez, empezó a leerla con atención. Fue entonces que realmente llegó a comprender que Dios la había creado por amor y la llamaba a la dicha del cielo. Deseaba intensamente llegar ahí. Solo bastaba seguir las palabras y los mandamientos de Jesús.

“Eso no es tan malo comparado con la eternidad del cielo”, pensó. “Puedo hacerlo”.

Dios le pide perdonar

Sin embargo, esto cambió cuando Immaculée leyó las palabras punzantes de Jesús: “Perdonen a los que los odian… Recen por los que los persiguen”.

“Me di cuenta de que estaba en problemas: Dios me estaba diciendo que no podría ir al cielo si no perdonaba a los que querían matarme”, recuerda Immaculée.

Esta idea le resultaba tan incómoda que decidió cerrar la Biblia y mejor optó por rezar el rosario que su padre le había dado. Mientras lo rezaba, experimentó algo nuevo: una paz inigualable.

Se aferró tanto a esta oración que cada día rezaba 27 rosarios y 14 coronillas de la divina misericordia. Solo así evitaba caer en pensamientos de rabia y desesperación.

Pero al cabo de unos días, la suave mano de Dios volvió a llamarla al perdón.

Mientras rezaba el padrenuestro, la frase “así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden” la inquietaba tanto que decidió omitirla por completo para no mentirle a Dios.

Lo hizo por varios días, hasta que sintió una voz que le decía: “Espero que sepas que la oración de nuestro Señor no fue creada por el hombre. Jesús mismo dijo esas palabras, y él no puede cometer errores”.

“En ese momento comprendí el significado de la entrega”, dijo Immaculée. “Sentí que Dios me decía: ‘No tienes que saber hacerlo todo por tu propia cuenta. Déjamelo a mí’. Y le dije: ‘Está bien, rezaré la oración, pero aún no sé cómo perdonar. Por favor, ayúdame’”.

La ayuda de Dios no se hizo esperar. Su lucha contra la ira llegó a su fin al pie de la cruz, cuando leyó las palabras de Jesús en el Calvario: “Perdónalos, Padre, porque no saben lo que hacen”.

“Fue en ese momento que lo entendí de verdad. Fue como si Jesús me diera la fórmula del perdón. Me estaba diciendo: ‘Los que intentan matarte no lo entienden, ni siquiera miden las consecuencias de sus actos para ellos mismos… Ser como ellos no cambiará nada. Aprende de mí”, recordó Immaculée.

Se dio cuenta de que cualquier persona, mientras estuviera con vida, aún tenían la oportunidad de pasar del odio al amor con la gracia de Dios, como había sucedido con ella.

“Entonces supe que pasaría el resto de mi vida rezando por la gente que vive con odio”, dijo Immaculée.

Personas de todas las edades fueron asesinadas en sus casas, lugares públicos e incluso iglesias durante el genocidio de Ruanda. Foto de Scott Chacón, Wikimedia Commons.

Verdadera libertad

No era la misma cuando salió del cuarto de baño al cabo de tres meses. Solo a través de la gracia divina que recibió pudo enfrentar la espantosa realidad: más de un millón de personas habían sido asesinadas, entre ellas sus padres, hermanos, primos y amigos.

Sin embargo, en medio de todo, la presencia de Dios nunca la abandonó: “Sentí que Dios me abrazaba fuerte y me decía: ‘El viaje de tus seres queridos ha terminado aquí en la tierra, pero el tuyo aún no ha terminado… Lo único que aún puedes hacer es elegir cómo vivir el resto de tu vida, por corta o larga que sea’”.

Años después regresó a Ruanda y, en persona, perdonó a todos los que habían matado a sus familiares; algunos eran personas con las que se había criado.

Quienes han ido en peregrinación a Ruanda con Immaculée no pueden evitar quedarse perplejos al ver cómo abraza alegremente a un hombre y luego dice: “Su hermano mató a mi hermano”.

“Conozco el dolor y el daño del rencor y la falta de perdón”, dice Immaculée a todos. “Así que te ruego: atrévete a perdonar. Sostente de Dios, reza el rosario, lee la Biblia, ve a Misa… Hay tanta alegría, tanta libertad en perdonar. Atrévete a hacerlo”.

Este artículo se publicó en la edición de la revista de El Pueblo Católico titulada «Resurección tras el perdón». Lee todos los artículos o la edición digital de la revista AQUÍ. Para suscribirte a la revista, haz clic AQUÍ.

Vladimir Mauricio-Pérez
Vladimir Mauricio-Pérez
Vladimir Mauricio-Pérez fue el editor de El Pueblo Católico y el gerente de comunicaciones y medios de habla hispana de la arquidiócesis de Denver.
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