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La Resurrección: ¿Simple creencia o hecho histórico?

Este artículo fue publicado en la edición de la revisa de El Pueblo Católico titulada “EL GRAN RESCATE”. Para suscribirte y recibir la revista en casa, HAZ CLIC AQUÍ.

Por el Dr. Alan Fimister, profesor adjunto de Teología en el seminario St. John Vianney de Denver.

Negaciones de la Resurrección

Durante la última Cena, nuestro Señor dijo a sus discípulos:

“En verdad, en verdad os digo que el que crea en mí hará también las obras que yo hago, y hará mayores aún, porque yo voy al Padre” (Jn. 14:12).

Está profecía se ha hecho evidente en muchas de las maravillas que han formado parte de la vida de los santos a lo largo la historia de la Iglesia. Sin embargo, ningún miembro de su cuerpo místico ha igualado las obras de nuestro Salvador. Solo Cristo, desde más allá de la tumba, resucitó él mismo de entre los muertos. No existe alma humana que tenga el poder de devolverle la vida a su propio cuerpo. Si pudiera, no lo hubiera abandonado desde un principio.
Nadie se paró afuera de la tumba de Cristo y le pidió a Dios que resucitara a Jesús de entre los muertos. Jesús mismo, en unión con el Padre y el Espíritu Santo, se levantó de entre los muertos:

“Por eso me ama el Padre, porque doy mi vida para recobrarla de nuevo. Nadie me la quita; yo la doy voluntariamente. Tengo poder para darla y poder para recobrarla; esa es la orden que he recibido de mi Padre” (Jn. 10:17-18).

Por lo tanto, en la Resurrección, más que en cualquier otro milagro, Cristo mostró su divinidad.

DEÍSTAS, ATEOS Y CREYENTES

Existen dos tipos de personas que buscan negar la Resurrección de nuestro Señor Jesucristo. Los primeros son los que niegan la realidad de los milagros, generalmente los ateos o los deístas (que creen en un solo Dios, pero no en la religión revelada, como el cristianismo). No debemos enfocarnos demasiado en este tipo de objeciones. Como enseña san Pablo:

“En efecto, la ira de Dios se revela desde el cielo contra las maldades e injusticias de los hombres que aprisionan la verdad con la injusticia, pues ellos tienen claro lo que se puede conocer de Dios, ya que el propio Dios se los manifestó. Porque lo invisible de Dios, desde la creación del mundo, se manifiesta a la inteligencia a través de sus obras; su poder eterno y su divinidad. En consecuencia, son inexcusables” (Rm 1,18-20).

En otras palabras, san Pablo está diciendo que, hasta cierto punto, el ateo y el deísta no solo se equivocan, sino que mienten. Son “hombres que con su maldad reprimen la verdad… no tienen excusa”.
Un hombre podría afirmar que ha visitado Italia, y nosotros podríamos (groseramente) dudar de su afirmación, pero aun así él podría demostrárnoslo. Sin embargo, si negamos la existencia de Italia por completo, nuestro problema es mayor y requiere un remedio completamente diferente. Jesús no resucitó para comprobar que Dios existe. El solo hecho de que existen criaturas cambiantes, frágiles, mortales, imperfectas y transitorias es suficiente para demostrar la existencia del Dios todopoderoso y eterno. Jesús resucitó de entre los muertos para mostrarnos que él es Dios y que su palabra es vida: “Jesús realizó en presencia de los discípulos otros muchos signos que no están escritos en este libro. Estos han sido escritos para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre” (Jn. 20,30-31).
El segundo grupo de negadores son aquellos que aceptan la existencia de Dios y la posibilidad de lo milagroso, pero niegan específicamente los relatos de la Resurrección en el Nuevo Testamento.

IMPROBABILIDAD DE CONSPIRACIÓN

Con respecto a esto, lo primero que hay que recordar es que el Nuevo Testamento es el documento mejor atestiguado de todo el mundo antiguo. Hay más manuscritos y fragmentos de los libros del Nuevo Testamento que de cualquier otro documento del Imperio Romano clásico o de otro tiempo anterior. Lo más seguro es que esto se debe a que los monjes que preservaron los textos antiguos se preocuparon más por el Nuevo Testamento que por cualquier otro texto, pero esto no cambia nada. De ser considerados fidedignos, los hechos y las enseñanzas registradas en el Nuevo Testamento obviamente lo hacen más importante que cualquier otro texto en la tierra.
Además, ninguno de los discípulos ganó nada terrenal predicando la Resurrección. Todos fueron torturados, todos, menos uno, murieron por ello. Una conspiración tan elaborada para fingir la Resurrección sería muy improbable, demasiado prolongada y carecería de todo sentido.

Testigos presenciales del Evangelio

Tomando en cuenta esta realidad, un investigador intelectualmente honesto debe investigar los relatos de la Resurrección en el Nuevo Testamento. Sin embargo, los relatos de la Resurrección en los cuatro evangelios, los Hechos de los Apóstoles y la primera carta de san Pablo a los Corintios son todos sorprendentemente diferentes. Las otras partes de los evangelios, desde el Bautismo en el Jordán hasta la Pasión, son muy similares. Sin embargo, los relatos de la Resurrección presentan muchas diferencias.

MATEO, JUAN Y MARCOS

Según la atribución tradicional, los apóstoles Mateo y Juan fueron testigos presenciales. Marcos quizás estuvo presente en Jerusalén en el momento de la Pasión. Vivió en Jerusalén con su madre durante los primeros años de la Iglesia y a menudo es identificado como el joven que corrió desnudo desde el huerto de Getsemaní, un incidente que solo él registra. Por tanto, Marcos también es parcialmente un testigo presencial de los acontecimientos de la Semana Santa.
 

DIVERSIDAD EN LOS TESTIMONIOS AUTÉNTICOS

La diversidad de los relatos de la Resurrección es, de hecho, un dato revelador del testimonio auténtico de un testigo presencial.

Ante un evento de tal magnitud como la Resurrección, es normal que la experiencia y primera impresión de cada persona haya sido distinta. Además, los testigos apostólicos tendrían la gran obligación de dar testimonio de la Resurrección exactamente como la habían experimentado.

APARICIONES REGISTRADAS DE JESÚS

A pesar de que en algún momento nuestro Señor resucitado se apareció a quinientos discípulos en Galilea y caminó con los once por las afueras de Jerusalén (Lucas 24:50), sus apariciones tras la Resurrección fueron muy valiosas y calculadas. Sabemos que Jesús se apareció a Pedro y Santiago, pero no sabemos nada más al respecto (Lc. 24,34; 1Cor 15,5.7). Aun así, se consideraron importantes, ya que fueron registra[1]das. Sabemos de diez apariciones en total: cinco el Domingo de Pascua y cinco en los cuarenta días antes de la Ascensión. No obstante, puede que esta no sea una lista completa.

TEXTO HUMANO Y DIVINO

El Concilio Vaticano II nos dice de las Sagradas Escrituras que “Dios eligió a hombres, que utilizó usando de sus propias facultades y medios, de forma que obrando Él en ellos y por ellos, escribieron, como verdaderos autores, todo y sólo lo que Él quería”. Los textos sagrados están libres de todo error y, sin embargo, muestran las marcas de haber sido escritos por autores humanos que eran falibles y limitados. Marcos nos dice que un grupo de mujeres, junto a María Magdalena, llegó a la tumba esa mañana y vio al ángel que la custodiaba. Mateo coincide con el relato, pero nos da detalles mucho más dramáticos sobre la forma en que se abrió la tumba. Uno podría considerar estos detalles como adornos extras hasta que uno se da cuenta de que Mateo debió haber tenido acceso exclusivo a otra información que solo podría haber venido de los soldados que custodiaban la tumba.

Más apariciones

LUCAS Y HECHOS DE LOS APÓSTOLES

En su evangelio, Lucas parece asumir, pero nunca afirma ni supone, que la Ascensión ocurrió poco después de la Resurrección. Cuando escribió los Hechos, sabía mejor lo que había sucedido y tuvo cuidado de resaltar que Jesús “se presentó a ellos después de su pasión y les dio numerosas pruebas de que vivía” (He 1,3). Del mismo modo, Juan describe la visita de María Magdalena a la tumba vacía, pero sin tomar en cuenta a otros testigos ni al encuentro con el ángel, posiblemente porque en la emoción del momento, ella no explicó ningún detalle. Pero él revela el relato más completo de sus palabras: “Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde lo han puesto” (Jn 20,2).
La aparición de la Resurrección con la que termina el Evangelio de Mateo es el único evento que parece encajar con la referencia de san Pablo a una ocasión en la que “se apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los que todavía la mayor parte viven, aunque otros ya murieron” (1Cor 15,6). Es de suponer que Lucas conocía estas palabras, pero carecía de relatos de las apariciones en Galilea, por lo que las omitió, para que no parecieran inexplicables al lector. Dado que la aparición del Señor en la montaña de Galilea fue el momento en que se proclamó el mandamiento a evangelizar y bautizar a todas las naciones, es de suponer que la información al respecto circuló con menos libertad debido a la “disciplina arcani”, la práctica de reservar las enseñanzas sobre los sacramentos para quienes habían sido iniciados.

PRUEBA DE TESTIMONIOS FIDEDIGNOS

Uno podría suponer que las aparentes inconsistencias en los relatos de la Resurrección podrían presentar un problema para el investigador escéptico, pero no es así. De hecho, afirman la fiabilidad de estos relatos. Todas tienen una explicación, y, al resolverlas, surge una imagen mucho más completa de los hechos descritos; las aparentes inconsistencias acaban reforzando cada relato de una manera que los propios escritores no podrían haber previsto.
Tal como confirmaría cualquier historiador o investigador criminal, una serie de narrativas idénticas sería un signo de complicidad y posible falsificación. La nota segura de la realidad histórica se produce a través de informes aparentemente confusos que, tras una inspección más cercana, producen una imagen clara y tridimensional.

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Este artículo se publicó originalmente el 6 de abril del 2021.

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