¿Alguna vez has reflexionado en el gran don de la libertad? ¿Sobre el costo intangible de este don? ¿En los recursos, esfuerzos, sacrificios y vidas que inevitablemente se requieren para obtenerla? Es obvio que ninguna nación en la tierra jamás disfrutará perfectamente el don de la libertad a causa de la naturaleza caída del hombre, pero eso no significa que no se pueda disfrutar ampliamente este don tan noble. La libertad, de hecho, es uno de los más grandes dones que Dios ha dado y dejado al hombre aun después de su caída, ya que este fluye del haber sido creados a su imagen y semejanza. A diferencia del resto de la creación no espiritual, Dios da al hombre un intelecto y libre albedrío, lo cual le da la capacidad de elegir. Son estas cualidades que diferencian al hombre del resto de la creación, y ni Dios mismo viola este gran don del hombre, ya que Dios lo ama incondicionalmente y lo invita a responder libremente a este amor.
Ser libre
Pero ¿qué significa ser verdaderamente libre? ¿Qué significa tener libre albedrío? Lo que en los Estados Unidos de América se celebra el 4 de julio es solo un aspecto de la libertad en su totalidad. Este aspecto se refiere a la libertad de la opresión y de los vínculos injustos con otro Estado de poder, en su caso, Gran Bretaña. Es por eso que a esta celebración se le llama el Día de la Independencia, refiriéndose al evento que llevaría a la libertad de esta opresión. Esta clase de libertad es buena y justamente se celebra no solo en este país. Sin embargo, no abarca todo lo que significa ser libre.
La libertad es más que no ser oprimido injustamente o no estar sujeto a un tirano poderoso. Este es solo un aspecto. El otro aspecto es la capacidad de elegir lo que es bueno, verdadero y bello. Es esto lo que lleva a la plenitud de la libertad y a lo que significa ser humano, lo que exalta la humanidad del hombre y lo que lo hace más semejante a Dios. Elegir lo que degrada su humanidad no es libertad sino opresión, lo que quiere decir que el hombre puede ser opresor de sí mismo, aun sin darse cuenta.
Libertad y relación con Dios
El libro del Éxodo es un buen ejemplo de ambos aspectos de la libertad: de la clase de libertad que se celebra en los Estados Unidos y de la clase de libertad a la que es llamado el hombre, es decir, a la independencia de toda opresión que degrada su humanidad para poder elegir lo que Dios le ofrece.
La salida de Egipto es para Israel un Día de Independencia, su liberación de la opresión. Es por eso que este evento se convierte en el evento más importante para Israel, no solo por su eventual prefiguración sobre lo que Dios en última estancia hará por Israel —liberarlo del pecado—, sino principalmente por su importancia histórica. Dios libera concretamente a Israel del yugo de la opresión, y es por eso que Dios consecuentemente ordena a su pueblo celebrar la Pascua a cada año. El Éxodo de Egipto se convierte símbolo de liberación de la esclavitud y de la opresión para Israel. Dios pasa sobre Egipto para liberar a Israel. El celebrar, entonces, es en esencia recordar.
Pero Dios no solo libera a Israel de la opresión y la esclavitud, sino que en su bondad también libera a Israel para que pueda entrar libremente en una relación con él. Es por eso que lo primero que Moisés pide al faraón, como mandamiento de Dios, es dejar que su pueblo vaya en “un viaje de tres días al desierto para ofrecer sacrificios a Yahvé” (Ex 5,1-3). El primer paso a la plenitud de la libertad es la liberación de la explotación y la tiranía opresiva, pero esto solo es el principio. Para llegar a la plenitud de la libertad se necesita elegir lo que es bueno, verdadero y bello, ¿y que hay más bueno, verdadero y bello que entrar en una relación íntima con el Dios infinito y misericordioso?
De hecho, es precisamente para esto que el hombre es creado, este es su fin (telos), entrar en una relación con Dios, quien “de pura bondad ha creado libremente al hombre para que tenga parte en su vida bienaventurada” (Catecismo, 1). En última estancia, esto se realiza en Cristo, en quien se adquiere esta vida bienaventurada, ya que él mismo es “el camino, la verdad y la vida” (Jn 3,16). El hombre, entonces, no puede ser más libre que cuando elige libremente la invitación de obedecer a Dios y entrar en relación con él, es solo al “buscarlo, conocerlo y amarlo con todas sus fuerzas” que puede llegar a la plenitud de la libertad (Catecismo, 1).
Libertad y rebeldía
Pero hay algo más en el libro del Éxodo. A pesar de todo lo que Dios hace por Israel, este le da la espalda en la primera oportunidad que encuentra. Aunque Israel tiene que ser probado al cruzar el desierto para adquirir su libertad, Dios no lo abandona. Dios es fiel aun en la infidelidad de Israel. Entonces, con el ejemplo de Israel, que es símbolo de la humanidad, aprendemos que la batalla por la verdadera libertad es la batalla de todo ser humano, lo cual no es evidente solo en la historia de Israel.
Lo mismo podemos ver en los Estados Unidos, que después de sus comienzos cristianos y su gran prosperidad, ahora se encuentra en decadencia a causa de dar más y más la espalda a Dios, en quien, por lo menos exteriormente, había puesto su confianza (“En Dios confiamos”). Pero esto no debe sorprendernos; el desorden y la desgracia son consecuencias inevitables sin Dios. La creencia de que, si somos libres, “podemos hacer lo que queramos” no solo está fundada en un mal entendimiento de lo que es la libertad, sino también en una falta de conocimiento sobre el propósito de esta. Como ya hemos mencionado, la libertad no solo consiste en no ser oprimido, sino en poder elegir lo que es bueno, verdadero y bello. Hacer lo que yo quiera no es libertad, elegir lo que es opuesto a estas tres cosas —que son aspectos trascendentales en Dios— no me hace libre, sino más esclavo del pecado, como lo podemos ver en el caos que esta creencia ha creado.
Consecuencias del libertinaje
En el caso de Israel, elegir la idolatría no solo rompe su relación con Dios, sino que consecuentemente lleva a la muerte, ya que no hay vida en estar apartado de Dios o en oposición a él. Esto es verdad, no solo para Israel o para los Estados Unidos, sino también para cada uno de nosotros. Solamente a través de una íntima relación con Dios el hombre puede vivir en verdadera libertad. El hombre no puede determinar lo que es bueno, verdadero y bello por sí mismo. Cuando lo hace, las consecuencias son terribles, como lo vemos en el jardín del Edén, en el caso de Israel, en este país y posiblemente en nuestras propias vidas.
El desorden y el caos son inevitables cuando decidimos por nosotros mismos lo que es bueno. Es por eso que el profeta Isaías exclama: “¡Ay de aquellos que llaman bien al mal y mal al bien, que cambian las tinieblas en luz y la luz en tinieblas, que dan lo amargo por dulce y lo dulce por amargo!” (Is 5,20). La pena, la tristeza y la amargura son inevitables cuando el hombre se aparta de la verdad, sin la cual la libertad verdadera es posible. Es cierto que el hombre es llamado a ser libre, y que es algo noble pelear por la libertad, aun hasta el punto de dar la vida por ella. Pero como lo expresa el apóstol san Pedro, somos llamados a ser libres, “pero no hagan de la libertad un pretexto para hacer el mal. Sean libres como servidores de Dios” (1 Pe 2,16). O en las palabras de san Pablo: “Nuestra vocación, hermanos, es la libertad. No hablo de esa libertad que encubre los deseos de la carne, sino del amor por el que nos hacemos esclavos unos de otros” (Ga 5,13).
Elección
Reflexiona sobre tu propia vida y pregúntate qué clase de libertad has elegido. ¿La libertad que te ofrece Dios o el libertinaje que promueve el mundo? Es obvio que el mundo ha divorciado la libertad de la verdad y es por esto que grita desesperadamente por ser liberado, aun sin darse cuenta. Pero a pesar de esta la realidad, aun como buenos cristianos esto no nos da el derecho de acusar y lanzar la primera piedra. Nadie está libre de pecado, y el mundo se encuentra como “oveja sin pastor” a causa de la manera en que también nosotros hemos abusado de nuestra libertad en Cristo y no nos hemos hecho “esclavos unos de otros.” Cuando lo hagamos, veremos un gran cambio, no solo en nosotros mismos, sino en el mundo que nos rodea.

