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jueves, marzo 28, 2024
InicioOpiniónMons. Jorge H. Rodríguez“Me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gal 2:20)

“Me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gal 2:20)

(Foto tomada de la película La Pasión de Cristo)

Estamos iniciando una vez más el tiempo de Cuaresma. Veremos multitudes de una-vez-al-año llenando las iglesias para recibir la ceniza; oiremos hablar otra vez de la necesidad de la conversión, del ayuno, la oración y la limosna y la gente hará sus promesas de Cuaresma. En las parroquias se organizarán servicios penitenciales. Todas estas prácticas cristianas son muy laudables y producen grandes frutos de purificación y santificación para celebrar la Semana Santa y la Pascua.

Pero todo eso hay que vivirlo, no por el prurito de sentirme mejor, más fuerte, con más autocontrol sobre mis pasiones y gustos, sino como una respuesta de amor a Cristo que “me amó y se entregó a sí mismo por mi” (Gal 2:20). La Cuaresma es, sobre todo, un tiempo para recordar, agradecer y amar.

Ni un solo día de nuestra vida debería pasar sin pensar en Cristo crucificado, sin recordar al mártir del Gólgota que colgó en la cruz por mis pecados. La Cuaresma vuelve a poner de frente mis pecados y el crucifijo. No hay verdad más profunda que la de nuestra salvación por la muerte y resurrección del Señor. Cristo, nuestro salvador y nuestro redentor es el corazón de la Cuaresma, de la pasión y de la resurrección, así como de la vida eterna a la que estamos llamados. Por eso San Pablo dice: “La vida que ahora vivo en la carne, la vivo por fe en el Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí”.

El crucifijo que llevamos al cuello o que colgamos en nuestras casas quiere ser un recuerdo de esa verdad: “me amó y se entregó a sí mismo por mí.” Santa Teresa de Ávila, grande maestra de vida espiritual decía: “De ver a Cristo, me quedó impresa su grandísima hermosura”. Ojalá que así, cada vez que veamos la imagen de Cristo crucificado, se quede más impresa en nuestra alma esa imagen, y resuene en nuestro corazón: “¡por amor a ti!”.

Cuando recibimos la ceniza en nuestra frente recordamos nuestra naturaleza pecadora y destinada a la muerte; cuando trabajamos en nuestra conversión, es porque deseamos alejarnos de nuestros pecados; cuando hacemos penitencia nos dolemos del mal que hicimos y buscamos repararlo; cuando practicamos el ayuno y la abstinencia demostramos nuestro deseo de dominar las pasiones que nos pueden llevar a pecar. Porque entendemos que el pecado es lo que provocó el tormento y la muerte de cruz de Jesús, de Nazaret. Y nos duele que todo esto lo haya tenido que vivir para salvarnos de nuestros pecados. Por eso la Cuaresma, con sus prácticas litúrgicas y devocionales tradicionales es un modo de vivir lo que San Pablo decía a los Gálatas: “La vida que ahora vivo en la carne, la vivo por fe en el Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí”. Aprende de memoria esta frase de la Escritura y repítela todos los días en tu corazón. De este modo no perderás el verdadero sentido de la Cuaresma. Y tu conversión será una verdadera transformación de amor.

Así lo expresaba santa Catalina de Siena cuando escribió en una de sus cartas: “¡Abraza a Jesús crucificado, alzando hacia Él la mirada! ¡Considera el ardiente amor por ti, que ha llevado a Jesús a derramar sangre de cada poro de su cuerpo! Abraza a Jesús crucificado… ¡Ardan tu corazón y tu alma por el fuego de amor obtenido de Jesús clavado en la cruz! Debes, entonces, transformarte en amor, mirando al amor de Dios, que tanto te ha amado” (De las “Lettere” (cartas) de Santa Caterina da Siena (1347-1380), carta n. 165).

Obispo Jorge Rodríguez
Obispo Jorge Rodríguez
Mons. Jorge H. Rodríguez sirve como obispo auxiliar en la arquidiócesis de Denver desde el 2016.
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