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jueves, abril 25, 2024
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¿Por qué es tan importante la caridad?

Por el padre James Thermos, director espiritual en el seminario San Juan Vianney de Denver.

Dos dólares

Recuerdo que cuando tenía seis años me enfrenté con un dilema navideño: empezaba a darme cuenta de que los regalos que recibía de mis padres en Navidad me los daban porque me amaban. El problema era que yo no tenía dinero para comprarles un regalo a ellos y, de la misma manera, demostrarles cuánto los amaba. Mi querido padre vino al rescate, dándome dos dólares (¡mucho en aquel entonces!) para que yo pudiera elegir algo para mi mamá. Con alegría elegí una pequeña estatua de Jesús y sus padres abrazándose; una muestra de mi amor por ellos.

Dios sale a nuestra ayuda

El siervo de Dios Luis María Martínez, quien fue arzobispo primado de México, revela en su hermosa obra La Verdadera Devoción al Espíritu Santo la naturaleza de la caridad y por qué es tan importante: Dios nos ama a través del Espíritu Santo. Y para que podamos corresponder a su amor infinito, el Espíritu Santo derrama en nuestras almas su semejanza, que es la caridad.

¿Qué significa esto? Que Dios ha encontrado una manera en que tú y yo podemos amarlo a él con el mismo tipo de amor que él derrama en nuestros corazones. En Jesús somos “bautizados con el Espíritu Santo y fuego” (Mateo 3,11). Este Espíritu Santo es el amor infinito y habita dentro de nosotros. Sin embargo, existe un dilema: ¿cómo podemos amarlo nosotros a él con un amor infinito si tú y yo somos solo sus criaturas? La respuesta es que el Espíritu Santo nos da la caridad, un amor sobrenatural y divino, en su semejanza, para que podamos corresponder a ese amor. Es como si nos diera dos dólares para poder amarlo.

¿Por qué es tan importante?

Porque es un don sobrenatural de amor que recibimos en el bautismo y que nos da “superpoderes”; es decir, nos permite responder al amor de Dios con un amor digno de él y amar a nuestro prójimo, a nuestro enemigo, la creación y todo lo que existe con un amor como el de él mismo, con la caridad. En mi propia pobreza, sé que no tengo suficiente “amor humano” para dar mi vida por mi prójimo, y mucho menos por mi enemigo. Al apoyarme en el Espíritu Santo, puedo amar con Jesús, en él y a través de él. Así mi pequeño “yo” puede participar del amor infinito de Dios por cada persona.

Nos hace santos

Este tipo de amor es un “fuego purificador”. Quema en mí todo lo que no refleja este amor infinito: el egoísmo, el orgullo, la envidia, la pereza. Todo lo que no se parece al amor hermoso, misericordioso, gozoso del Dios trino. Pero tenemos que seguir diciendo “sí” a la obra del Espíritu Santo de hacernos santos, de hacernos más semejantes a él. Para ello, el Espíritu Santo, nuestro abogado y amigo, viene una vez más en nuestra ayuda con sus siete dones: sabiduría, entendimiento, consejo, fortaleza, ciencia, temor de Dios y piedad.

Todos estamos siendo transformados en la semejanza de Cristo. En la profecía de Isaías escuchamos que el espíritu del Señor (con sus siete dones) reposará sobre Jesús (Is 11,1-10). En cada uno de los dones tenemos la oportunidad de poner nuestro don de la caridad en acción. Este mismo Espíritu Santo descansa sobre nosotros y quiere “preparar el camino del Señor”, quiere brindar paz a nuestras almas y armonía a nuestros pensamientos, emociones y deseos. De esta manera formará en nosotros la madurez de Cristo: “Morará el lobo con el cordero, y el leopardo con el cabrito se acostará; el becerro y el león y la bestia doméstica andarán juntos” (Is 11,6-7).

Misión

Después de recibir en nuestro bautismo el don más precioso, el Espíritu Santo, y con él sus siete dones y el don de la virtud teológica de la caridad (junto con las virtudes teológicas de la fe y la esperanza), estamos preparados para participar en su misión: llevar la cruz y trabajar para que todas las personas puedan compartir el amor del Hijo por el Padre, como hijos adoptivos.

¿Quién podría haber imaginado o pensado pedir el don de la caridad para poder ser capaces de responder al amor infinito de la Santísima Trinidad con un amor infinito propio? ¡Qué alegría! Gracias, Padre, por este regalo inmerecido. Eres nuestro verdadero Padre. Gracias por los “dos dólares”.

 

Este artículo se publicó en la edición de la revista de El Pueblo Católico titulada «Déjate transformar por la caridad». Lee todos los artículos o la edición digital de la revista AQUÍ. Para suscribirte a la revista, haz clic AQUÍ.

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