No son pocas las personas que creen que el celibato es un invento o una imposición de la Iglesia Católica. Esto no es verdad. El celibato es una vocación y un llamado que el Señor Jesús hace, sólo a algunos, para que lo sigan con un corazón indiviso y entreguen su vida por entero al servicio de Dios y los demás. La Iglesia, fiel a las enseñanzas de Dios, se mantiene firme en ellas, más allá de la popularidad o impopularidad que ello implique. Mons. Jorge De los Santos, Vicario del Ministerio Hispano, nos ayuda a comprender este tema.
En la Biblia Jesucristo dice “Porque hay eunucos que nacieron así del seno materno, y hay eunucos hechos por los hombres, y hay eunucos que se hicieron tales a sí mismos por el Reino de los Cielos” (Mt 19, 12). Luego San Pablo afirma: “El no casado se preocupa de las cosas del Señor, de cómo agradar al Señor. El casado se preocupa de las cosas del mundo; está por tanto dividido” (1Cor 7, 32); en aquel tiempo el único estado de vida conocido era el matrimonio.
Estos textos dan «el espíritu» que late tras el celibato sacerdotal. En estos pasajes se ve que se trata de una vocación de Dios, en vistas al Reino de Dios y que, sólo sin razonar, puede alguien rápidamente afirmar que «es un invento de la Iglesia»; en efecto, más allá de la disciplina eclesiástica -que puede cambiar y de hecho fue cambiando con el paso del tiempo-, quedarán siempre en pie las claras palabras del apóstol: «el célibe se ocupa de los asuntos del Señor…, mientras que el casado de los asuntos del mundo… y está dividido». Si perdemos de vista estos textos, perdemos el centro de la cuestión.
Los rabinos -maestros judíos- enseñaban que el hombre, si no se casaba, estaba incompleto. Pero ya desde el Antiguo Testamento algunos hombres como Elías y Jeremías prefirieron ser célibes. Jesús dijo que si uno puede aceptar el celibato por el Reino, debe hacerlo; y San Pablo escribió que ésta era la mejor manera para aquellos dedicados al Reino. Ambos vivieron esta total dedicación a la voluntad del Padre para la salvación de las almas. Por tanto, no causó sorpresa que, con el tiempo, la Iglesia discerniera que esta gracia del celibato dada por Dios -el único que puede dar este regalo-, conjuntamente con el deseo de servir a Dios y a su pueblo, era una indicación de la vocación al sacerdocio. Esto no fue siempre requisito de la Iglesia en todas partes, pero casi inmediatamente en la historia encontramos que es muy recomendado y hasta exigido en algunos lugares.
A los sacerdotes Católicos de Rito Latino por los últimos 1000 años se les ha requerido el celibato; las Iglesias Católicas Orientales no lo exigen. Sin embargo en el caso de los Obispos, tanto en la Iglesia Católica como en la Ortodoxa, todos tienen que ser célibes. Ellos representan a Cristo en la diócesis y la esposa de Cristo es la Iglesia (Ef 5, 21-33). Así que es perfectamente apropiado que los Obispos no se casen nunca y de la misma manera tampoco los sacerdotes, aunque en algunas tradiciones se les permita casarse, antes de ser ordenados.
Es verdad que la práctica de la Iglesia durante los primeros siglos admitía candidatos casados a las Órdenes sagradas, siempre y cuando diesen testimonio de un matrimonio vivido de manera irreprensible. Además, es obvio que al comienzo de la predicación cristiana, cuando el celibato no era un estado admitido en la sociedad, los apóstoles no esperaban encontrar hombres célibes en número suficiente para regir las numerosas comunidades cristianas que iban surgiendo, pues simplemente no los había; y no se podía pensar que la recomendación de Pablo de que el servidor sea célibe, fuese inmediatamente aceptada y practicada en toda la Iglesia.
Fue en el siglo IV cuando algunas leyes empezaron a exigir el celibato sacerdotal entre diócesis de rito latino: esto se hizo manifiesto en el Concilio de Elvira; se reiteró en el Concilio de Letrán I en 1123, aunque dicha regulación no fue seguida de manera estricta. Finalmente, en el Concilio de Trento (1545-1563) se estableció de manera definitiva el celibato sacerdotal obligatorio, tal como se lo conoce en la actualidad; esto también fue en respuesta a la Reforma protestante que permitía, e incluso promovía, el matrimonio de los sacerdotes, al tiempo que suprimía las órdenes religiosas y sus votos.
Por todo lo dicho, la Iglesia entiende que el celibato sacerdotal es un verdadero don de Dios y que hay que preservarlo.