Con Halloween a la vuelta de la esquina, es posible que tengamos muchas preguntas sobre esta celebración. Posiblemente tengamos preguntas como «¿Puedo dejar que mis hijos celebren Halloween? ¿Es moral que se disfracen y pidan dulces? ¿No es una fiesta pagana? ¿Cómo les explico si es bueno o malo? ¿Qué puedo hacer para que mis hijos no sean afectados negativamente por todo lo que ven y lo que la cultura celebra?». Estas son preguntas válidas que es bueno considerar, especialmente si queremos ser buenos católicos y hacer lo mejor para educar a nuestros hijos.
En este artículo hablaremos brevemente sobre la naturaleza de Halloween, cuál es su origen y desarrollo histórico, al igual que algunos aspectos a considerar para tener más claridad sobre esta fiesta y no caer en el fanatismo o la escrupulosidad, pero tampoco en el paganismo moderno que consume cada vez más nuestra cultura. La intención aquí no es condenar a nadie, sino solo proponer algunas consideraciones para cada católico. En cuanto a la pregunta de si celebrar Halloween es algo moral, solo esperamos que cada persona considere los siguientes puntos y reflexione sobre ellos. En sí, son principalmente tres cosas las que se toman en cuenta para juzgar la moralidad de un acto: la intención, el acto en sí y el contexto alrededor del acto. Esperamos aquí dar algunas consideraciones necesarias para poder tomar la mejor decisión en cuanto a esta celebración.
Primeramente, consideremos la naturaleza de Halloween: ¿de dónde viene esta fiesta y qué se celebra? La palabra Halloween es una contracción de la frase en inglés All Hallows Eve, la cual se traduce a “la víspera de Todos los Santos”. Es como la Noche Buena, noche anterior a la Navidad, pero de la fiesta de Todos los Santos. Esta fiesta fue originalmente instituida por el papa Gregorio III en el siglo octavo, al dedicar una capilla en la Basílica de San Pedro. Un siglo después, el papa Gregorio IV la hizo una fiesta solemne, un día de precepto, y cambió la fecha del mes de mayo a principios de noviembre.
Es importante mencionar también que el cambio de fecha fue influenciado por la tradición de los católicos alemanes. Por coincidencia, la fiesta se alinea con el tiempo de la celebración celta, Samhain, la cual celebraba el final de la temporada de cosecha y el principio del invierno. Aparentemente, los celtas celebraban esta fiesta antes de convertirse al catolicismo, pero la dejaron de celebrar después de su conversión. Sin embargo, como podemos ver, aspectos de esta celebración ha resurgido en la cultura en los últimos tiempos.
Desde un punto de vista histórico, sí se puede decir que Halloween tiene un origen profundamente católico, pero ¿qué es exactamente lo que celebra la cultura hoy en día? ¿La víspera de Todos los Santos o algo más? Creo que la respuesta es más que evidente. Lo que la cultura celebra es algo muy diferente a lo que celebra la Iglesia. Es importante entender esto, ya que como católicos tenemos una responsabilidad de no dejarnos llevar por la corriente y de dar testimonio autentico sobre las verdades y tradiciones de nuestra fe. Exactamente qué celebramos y cómo lo hacemos es sumamente importante.
En la medida de lo posible, debemos intentar retomar el sentido verdadero, tanto de la solemnidad de Todos los Santos, como de la Navidad o la Pascua, las cuales también han sido distorsionadas por una cultura materialista. Como católicos, es importante expresar y dar verdadero significado a lo que celebramos y expresarlo sin ambigüedad. Nuestra cultura lo necesita. Hay aspectos de Halloween que no son intrínsecamente malos, como pedir dulces o disfrazarse, siempre y cuando no sea de algo degradable, como disfrazarse de un demonio o de algo que no nos edifica (véase Ef 4, 29-31). Sin embargo, a veces esto puede causar confusión en nuestro testimonio y crear una clase de sincretismo. Es preciso recordar que “estamos en el mundo, pero no somos del mundo” y que somos llamado a establecer el reino de los cielos en la tierra (véase Jn 17, 15-17; Mt 10, 7). Si no lo hacemos nosotros, ¿quién lo hará?
Es bueno, entonces, considerar cómo llevar esto acabo. Aunque no tenga nada de malo pedir dulces o disfrazarse de Caperucita Roja o Blancanieves, es bueno reflexionar sobre qué tiene que ver esto con la solemnidad de Todos los Santos y cuál es su significado católico, si es que hay alguno. Si no existe conexión alguna, lo que celebramos es otra cosa y no All Hallows Eve. En este caso, debemos estar alerta, ya que esto nos puede vincular, aunque indirecta e inconscientemente, con ciertos aspectos que van en contra de nuestra fe, como lo es el ocultismo y ciertas prácticas paganas que se han normalizado con esta fiesta. Es cierto que no debemos ser fundamentalistas, pero es necesario tomar esto en cuenta, especialmente en cuanto a un tema tan controversial y rodeado de tanta confusión. De nuevo, es importante buscar formas auténticas de expresar el verdadero sentido de esta fiesta y no de una forma que solo imita lo que celebra la cultura.
En cuanto a la escrupulosidad, es verdad que no podemos caer en el error de condenar todo como perverso simplemente porque está relacionado con algo que es aparentemente malo o con lo que no estamos de acuerdo. Es necesario distinguir entre una cosa y la otra. Como ya mencionamos, disfrazarse o pedir dulces no es en sí malo. Sin embargo, también invitaría a los católicos a tomar en cuenta la importancia del contexto en que esto se hace. Que algo no sea malo en sí mismo tampoco quiere decir que no exista la posibilidad de que pueda conducirnos al error o al pecado. Por ejemplo, pasar tiempo con amigos no es en sí malo, pero, si esto se hace en un ambiente que no es sano y por mucho tiempo, sí nos pude llevar al pecado.
De la misma manera, aunque ciertas prácticas culturales de Halloween no son malas en sí, vale la pena considerar el contexto. Nuestras intenciones pueden ser buenas, pero no siempre pensamos en sus posibles efectos. Concretamente, desde un punto de vista psicológico, es bueno para los padres de familia reflexionar sobre cómo el entorno de Halloween puede afectar negativamente a sus hijos en particular. Por ejemplo, ¿qué efecto tendrá en nuestros hijos ver a personas disfrazadas de algo diabólico, profano o indecente? ¿Cómo les puede afectar el ambiente de este día? ¿Vale la pena exponerlos a estas cosas? Existen muchas maneras en que podemos evitar los aspectos negativos, pero eso significa que debemos ser muy intencionales sobre cómo lo haremos y medir las consecuencias. Ahora más que nunca no bastan las buenas intenciones, y no nos podemos darnos el lujo de ser católicos o padres de familia pasivos.
Otro elemento esencial que debemos considerar es el aspecto espiritual: cómo nos puede afectar espiritualmente lo que hacemos y la manera en que celebramos. No toma mucho para darnos cuenta de que la cultura ha adaptado una espiritualidad neopagana. La cultura se apasiona cada vez más con lo sobrenatural, con el más allá y con lo diabólico, con prácticas contrarias al reinado de Cristo. La curiosidad y obsesión con la muerte y lo oculto son evidentes, especialmente alrededor de esta fiesta. Recordemos el testimonio de aquellos católicos que practicaron el ocultismo antes de su conversión a Cristo y cómo han hablado sobre el contexto diabólico de ciertos grupos alrededor de Halloween. Para algunos es un día principal para llevar a cabo sacrilegios y rituales profanos que van en contra de la ley de Dios. Todo esto pide precaución. Por eso, debemos reflexionar sobre si estamos contribuyendo a estos errores o dando a entender a nuestros hijos que no hay ningún problema con prácticas ocultistas o neopaganas.
Por último, es importante recordar que estamos en una batalla espiritual y que nuestra lucha no es “contra la carne y la sangre, sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus del mal que están en las alturas” (Efesios 6, 12). De nuevo, no tenemos que ser fundamentalistas, fanáticos o espiritualizar demasiado las cosas, pero no podemos tampoco ignorar la realidad espiritual en la que se encuentra la cultura. Recordemos que el mal triunfa a causa de que el justo no hace nada. ¿Cómo nos está invitando Cristo a establecer su victoria en nuestra cultura?