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¿Qué es la caridad? La amistad con Dios

Por el padre Daniel Ciucci, párroco de la iglesia de La Preciosísima Sangre en Denver

Cuando era niño, el trabajo de mi papá nos obligaba a mudarnos mucho, tanto que asistí a una escuela diferente cada año desde segundo a octavo grado. Recuerdo que más que nada deseaba tener un mejor amigo, pero a la vez consideraba que buscar uno era una tontería, una hazaña imposible. Así que, como joven, recuerdo que cuando oía que Jesús decía a sus discípulos: “… a ustedes los he llamado amigos”, no podía sino relacionar sus palabras con la ascensión —cuando Jesús se va—, tal como cualquier otra amistad que yo había tenido en mi vida.

Esta idea de amistad me acompañaría por muchos años más, incluso hasta mi sacerdocio. Creía que cuando los apóstoles, impulsados por el Espíritu Santo, habían salido a enseñar y bautizar con valentía, estaban trabajando para Jesús más que con él, y mucho menos porque tenían una amistad con él.

Significado de la caridad

Digo esto porque la caridad conlleva una amistad con Cristo y los demás. El Catecismo define la caridad como “la virtud teologal por la cual amamos a Dios sobre todas las cosas por él mismo y a nuestro prójimo como a nosotros mismos por amor de Dios” (CIC 1822).

Cuando ese amor, esa amistad, no está viva, podemos creer que tenemos que continuar la labor de Jesús con nuestras propias fuerzas, y tenemos como único recurso trabajar más duro. Caí en la cuenta de que a veces yo trabajaba más duro, pero buscaba fuerzas en la reserva ya casi agotada del fervor idealista de mi juventud. Mas nunca me renovaba o recobraba mis fuerzas a través de una amistad íntima con Jesús.

Cuando basamos nuestra vida espiritual en hacer cosas “para” Jesús, y no “con” él, podemos caer en el agotamiento y ver a Jesús como un jefe y a nosotros mismos como trabajadores suyos que mendigan por un poco de reconocimiento suyo.

Amistad Transformadora

Por eso, la amistad con Cristo es necesaria. Es una relación transformadora y recíproca. Requiere que demos y recibamos. Y si la amistad se basa en la benevolencia mutua, entonces conlleva el intercambio de bienes. De esta manera, los amigos comparten su intelecto —su manera de ver las cosas—.

Esto les permite buscar la verdad juntos y obtener una visión más clara de la realidad tal como es que supera lo que mis opiniones quieren que sea. La amistad conlleva también el intercambio de voluntades y de los propios afectos. Es esencial para una amistad expresar con vulnerabilidad la manera en que los eventos de mi vida me afectan.

Entrega mutua

Aún más, a menudo oímos hablar sobre la entrega de uno mismo en relación al acto conyugal, pero la entrega también pertenece a la amistad con Dios y con otros. Después de todo, el matrimonio es un tipo de amistad. Es la manera en que Dios prefiere describir su relación con nosotros, su pueblo. La entrega de uno mismo, de nuestro intelecto, voluntad y afectos a Dios no nos defraudará.

Todos alguna vez nos hemos atrevido a entablar una amistad solo para ser defraudados. Pero Jesús nunca nos defraudará —él es amor puro, la caridad misma—. Esto es importante, porque, como he podido comprobar en mi propia vida, la raíz del chisme, la queja o el pesimismo a menudo proviene del miedo de no ser recibido. Eso nos lleva, con frecuencia, a dejamos llevar en vez de entregarnos.

Por Cristo, con Él y en Él

Es en esta entrega mutua que en cada Misa el sacerdote dice: “Por Cristo, con él y en él”. Nunca dice “para él”. No se trata de trabajar más duro, ni siquiera de trabajar de manera más inteligente, sino de trabajar con Jesús, en su presencia, en amistad; compartir mi vida con él, que es amor.

Jesús destaca esta realidad cuando dice: “Sin mí no pueden hacer nada” (Jn 15,5). Bien podemos decir: “Pero, Jesús, puedo realizar mi trabajo yo solo, y no lo hago nada mal”. Y es verdad, quizá lo hagamos muy bien, pero igual cuando lleguemos a las puertas del cielo, Jesús podrá decirnos: “No te conozco. Nunca fuiste mi amigo” (cf. Mt 7,23).

San Andrés, ejemplo de amistad

El apóstol san Andrés son muestra un ejemplo vivo de la relación a la que estamos llamados. Andrés es uno de los discípulos que siguieron a Jesús desde el principio. Su amistad y transformación comenzó cuando decidió seguir al Mesías.

Una antífona para su fiesta en la liturgia de las horas dice: “El Señor amaba a Andrés y apreciaba su amistad”. “Apreciar”, ¡qué palabra! Dejar que Jesús me ame y aprecie ha sido una de las labores más difíciles de mi vida. Implica que deje de luchar arduamente por ser el sacerdote que yo creo que él quiere que sea para dejar que él me ame hasta convertirme en el sacerdote que en verdad quiere que sea. Como Andrés, la caridad implica que primero nos dejemos amar por él.

Andrés también nos muestra que la amistad con Cristo debe compartirse; debe llevarnos a la amistad con los demás. Así vemos que la caridad no es mera filantropía —dar dinero—, sino la entrega de sí; es crecer en al amor a Dios y al prójimo. Después de todo, las personas decían con admiración al ver a los primeros cristianos: “¿Ves cómo se aman los unos a los otros?”.

Que nosotros, como Andrés, también dejemos que Jesús nos ame. Entreguémonos a él para que aprecie nuestra amistad, haga crecer nuestra amistad con el prójimo y lleve a su Iglesia a la plenitud de la caridad.

 

Este artículo se publicó en la edición de la revista de El Pueblo Católico titulada «Déjate transformar por la caridad». Lee todos los artículos o la edición digital de la revista AQUÍ. Para suscribirte a la revista, haz clic AQUÍ.

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