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¿Qué importancia tiene nuestro nombre?

Por Miriam Esteban Benito | Aleteia

Cuando nos presentamos a alguien desconocido, lo primero que hacemos es identificarnos con nuestro nombre.

Llamar a alguien por su nombre es un pequeño gesto que nos ayuda a establecer un contacto humano y personal, el cual, pasados los primeros momentos, se traduce poco a poco en una verdadera comunicación.

Tenemos tendencia a dar nombre a aquellas cosas a las cuales manifestamos cariño y apego. Un claro ejemplo se da cuando los niños dan nombre a sus muñecas, peluches o coches favoritos, ya que esto les hace únicos, les añade un plus: dar un nombre es signo de que lo nombrado no nos es indiferente.

Hay muchos padres que, cuando conocen el sexo del bebé, empiezan a pensar en como quieren llamarlo, y otros que siempre han tenido claros sus nombres favoritos, incluso desde antes de que la espera del bebé llegase.

En muchas ocasiones, elegir nombre para un niño puede resultar algo difícil: hay que pensar en cómo queda con los apellidos y hay que tener en cuenta los posibles apodos o diminutivos. Algunos padres incluso se plantean las posibles reacciones de compañeros de colegio ante el nombre que llevará su hijo. Todos queremos que nos suene agradable, que nos recuerde a una persona de la familia o cercana a nosotros, querida y admirada.

Nuestro nombre dice mucho de nosotros y de quienes nos lo han puesto, pero también nos da información de la sociedad y época en la que vivimos. Tiene una función más profunda que la simple ayuda a la identificación de la persona.

Más allá de los gustos

¿En algún momento hemos pensado que la decisión del nombre “de pila” (recibido en el Bautismo) es algo más que una cuestión de modas, preferencias o gustos?

El Catecismo de la Iglesia Católica, en el punto 2158 nos recuerda:

El nombre de todo hombre es sagrado. El nombre es la imagen de la persona. Exige respeto en señal de la dignidad del que lo lleva.”

La Biblia, haciendo alusión a este tema dice:

Según su nombre, así es él” (Samuel I, 25:25).

En el nombre elegido, el cristiano expresa su ser. Es llamativo ver cómo, en los evangeliosJesús no nos llama en masa, sino de una forma personal: 

y a sus ovejas llama por nombre” (Jn 10, 3).

También es significativo ver en la Biblia cómo algunos personajes que tenían un nombre antes de su conversión, cuando Dios les llamó, tomaron otro nombre o lo recibieron. Ejemplos de ello son san Pablo y san PedroCon el nuevo nombre, reciben una nueva identidad: en ese nombre va implícita su misión concreta en la vida.

Tenemos un rico Santoral con una gran cantidad de nombres, que nos hace posible conocer la vida de un santo cada día del año. Es una ayuda a través de la cual Cristo nos muestra la importancia del nombre en relación con la vocación que tenemos en esta vida.

Nos dijo san Juan Pablo II:

El Santo, cuyo nombre recibimos en el bautismo, debe ayudar a cada uno a formar toda la vida humana a medida de lo que ha sido hecho por obra de Cristo: por medio de su muerte y resurrección”. (4 de noviembre de 1981).

Llámale por su nombre

Hoy en día, tantas veces, las prisas cotidianas no nos permiten centrarnos en los que nos rodean (vecinos, compañeros de trabajo, conocidos…) y hacer el ejercicio de pararnos y memorizar su nombreCuando alguien te llama por tu nombre, sientes que te es cercano, que sabe de ti, que quiere comunicarte algo.

Llamar a cada uno por su nombre es un gesto humano que ayuda a crear un vínculo de atención, cercanía y delicadeza. Significa mostrar nuestra forma de vivir reconociendo la importancia de la existencia del otro.

De vez en cuando, deberíamos dejar a un lado nuestras ansiedades y urgencias para prestar más atención a los demás, para rezar de manera personal dando nombre a cada uno en nuestras oraciones, para dedicar una llamada a los que conocemos buscando sus nombres en nuestra agenda, “para regalar una sonrisa, para decir una palabra que estimule” como nos dice en la encíclica “Fratelli tutti” el papa Francisco, que continúa afirmando lo siguiente:

He ahí un hermoso secreto para soñar y hacer de nuestra vida una hermosa aventura. Nadie puede pelear la vida aisladamente.”

Y tú, ¿cómo te llamas?

Artículo publicado originalmente en Aleteia. 

Foto: Josh Applegate on Unsplash.

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