Por la Dra. Elizabeth Klein, profesora adjunta de Teología Augustine Institute
Durante la mayor parte de la historia, el matrimonio se ha considerado algo natural, un hecho evidente que no requería explicación. Pero hoy en día, cuando cada vez son menos los jóvenes que deciden casarse —y muchos menos los que lo hacen en un contexto religioso—, cabe preguntarse: ¿qué sentido tiene casarse? ¿Y qué sentido tiene casarse por la Iglesia?
Desde hace mucho tiempo, la Iglesia católica ha enseñado los “tres bienes del matrimonio” para resumir las razones para casarse; al fin y al cabo, hacemos algo porque es bueno, porque reconocemos ciertos bienes que vale la pena tener. Estos tres bienes son los hijos, la fidelidad y el vínculo sacramental. Quizá a primera vista no suenen muy emocionantes (sobre todo la parte de los hijos, ¡al menos para mucha gente hoy en día!), pero veamos cada uno para darnos una idea del significado de estos maravillosos dones del matrimonio.
Hijos
Desde una perspectiva católica, la primera razón para casarse son los hijos. Esta perspectiva es contracultural y puede resultar inquietante: ¿qué pasa si alguien no quiere tener hijos? ¿Y si una pareja no puede tener hijos? Así que quizá lo primero que hay que decir a favor de esta idea es que el matrimonio, tanto dentro de la Iglesia como fuera de ella, es el cimiento de la sociedad. Es a través del matrimonio que la raza humana continúa y que nuevas personitas se crían para ser miembros respetables de una determinada comunidad local (ciudad, país, etc.) y de la Iglesia.
Podemos dar por sentado este hecho, pero se trata de un bien muy grande, que de hecho se está viendo amenazado en muchos países desarrollados, donde la tasa de natalidad ha descendido por debajo del 2.1 necesario para reemplazar a la población actual. Parece que la gente ha perdido la fe en la familia como fuente de unidad y florecimiento en la vida. Sin embargo, los estudios sobre la felicidad humana demuestran una y otra vez que el matrimonio y la familia son los principales factores que brindan satisfacción individual. Los seres humanos fueron creados para el amor: para amarse unos a otros y para que ese amor se abriera a los demás. En la mayoría de las familias, esos otros a los que abrazamos y por los que aprendemos a sacrificarnos son los hijos.
Además, un padre cristiano está llamado a más que solo tener hijos y convertirse en una mejor persona a través de su cuidado. Un padre cristiano experimenta también la alegría sobrenatural de criar a un hijo de Dios en la Iglesia, de ver cómo actúa la gracia de Dios en su vida. Es a través del matrimonio que Dios trae a la existencia a personas capaces de experimentar la vida en el cielo con él.
Fidelidad
El segundo bien del matrimonio es la fidelidad, también llamada de forma más general “la fe conyugal” o “el bien de los cónyuges”. En el sentido más básico, esto significa permanecer con otra persona y ser fiel (sexualmente y en otros aspectos) solo a esa persona de por vida. También me parece que este bien es necesario ahora más que nunca, pues desde hace tiempo muchos abandonaron la idea de la fidelidad. Hemos visto los efectos de esta decisión, así como la de un mundo en que los “amigos” virtuales y las relaciones similares no logran llenar el vacío en el corazón. Nuestro mundo cambia con extrema rapidez: estamos expuestos a constantes noticias de última hora, nuevas tecnologías y circunstancias económicas que cambian con rapidez. Pero como seres humanos anhelamos estabilidad y fiabilidad, y queremos tener la seguridad de que somos amados y de nuestro valor sin importar la situación.
Ser verdaderamente fiel en el matrimonio consiste en obtener ese gran bien: un amor inquebrantable, del que podemos depender incluso en los momentos más difíciles. Este bien es a menudo lo que se destaca en las películas que presentan la historia de una pareja que culmina con los votos: “En la salud y en la enfermedad, hasta que la muerte nos separe”. Esto satisface un anhelo profundo de nuestro corazón y construye una familia feliz.
Sin embargo, este segundo bien va más allá de la fidelidad en el sentido más estricto ya mencionado. También, como escribe el papa Pío XI, “florece más fácil y mucho más agradable y noblemente, considerado otro motivo importantísimo, a saber: el amor conyugal, que penetra todos los deberes de la vida de los esposos y tiene cierto principado de nobleza en el matrimonio cristiano” (Casti connubii 23). En otras palabras, implica el moldeamiento mutuo de los dos cónyuges a medida que se apoyan el uno en el otro y crecen juntos. Supone dependencia, amor y amistad esponsales.
Vínculo sacramental
Por último, el vínculo sacramental es un bien que solo pertenece al matrimonio cristiano. ¿Qué significa esto? La Iglesia no ignora, por supuesto, que hay personas que se casan, tienen hijos y permanecen fieles, aunque no sean cristianas y no se casen por la Iglesia. A este tipo de matrimonio fuera de la Iglesia lo llamamos “matrimonio natural”, una institución también concebida y fundada por Dios en el jardín del Edén. Sin embargo, mediante el matrimonio de Cristo con la Iglesia en la cruz, el Señor elevó el matrimonio natural a algo sobrenatural: el matrimonio cristiano. Cuando una pareja se casa en la Iglesia, los esposos reciben ciertas gracias de Dios para ser imagen del amor de Cristo en el mundo y cumplir con su misión de esposos. Dado lo difícil que es el matrimonio hoy en día, podemos apreciar que Dios desea ayudarnos a permanecer fieles, a criar hijos y todo lo demás.
Pero incluso más allá de esta ayuda, el vínculo sacramental —la conexión invisible y espiritual que adquieren un hombre y una mujer casados por la Iglesia— transfigura la vida matrimonial en una nueva realidad. Al igual que cuando el sacerdote pronuncia las palabras de la consagración en la Misa y el pan y el vino se convierten en el cuerpo y la sangre de Cristo, también cuando un hombre y una mujer profesan sus votos ante el altar, se produce una verdadera transformación en su vida. Su relación ya no consiste solo de bienes humanos, como el afecto y el cuidado (aunque estos son buenos), sino que es también una relación que muestra en el mundo la belleza sobrenatural del matrimonio de Cristo con la Iglesia.
Al igual que Cristo entregó su vida por nosotros, los matrimonios entregan su vida el uno por el otro y, al hacerlo, se convierten en fuente de gracia para el mundo y contribuyen a su santificación (a que sea más santo, a que sea un lugar mejor). Al casarse por la Iglesia, el matrimonio recibe la fuerza del Espíritu Santo y se convierte en un poderoso signo del amor de Dios en el mundo. ¡Qué bendición!
Este artículo fue traducido del inglés y se publicó en la edición de la revista de El Pueblo Católico titulada «La llave para un matrimonio santo». Lee todos los artículos o la edición digital de la revista AQUÍ. Para suscribirte a la revista, haz clic AQUÍ.
Este artículo ha sido traducido y adaptado del original en inglés por el equipo de El Pueblo Católico.