Por Sandra Morales, directora asociada de la Pastoral Familiar de la arquidiócesis de Denver.
Para escribir este artículo me propuse explorar lo que significa ser madre tanto en el ámbito secular como en el ámbito católico, con la intención de encontrar diferencias significativas y reflexionar sobre ellas. Sin embargo, me sorprendí al descubrir que lo que Dios ha inscrito en nosotras, las mujeres, desde el principio, continúa presente en lo más profundo de nuestro ser, a pesar de los cambios e ideologías que vivimos en nuestros tiempos.
El mundo secular nos dice que las madres son pilares fundamentales para sus hijos. Que una relación saludable con la madre tiene un impacto positivo en la autoestima de los hijos. La madre nos muestra cómo es la vida, nos ayuda a entender el mundo, nos brinda su oído atento, nos da consejos alentadores, es incondicional, ofrece un amor sincero y verdadero que no conoce límites. Y todo esto es precisamente lo que la Iglesia también nos enseña sobre el papel de la madre. Su misión de criar a los hijos es su tarea central, y la madre unida a Cristo da fruto de vida eterna.
Con todo esto en mente puedo deducir que una madre católica se reconoce, en primer lugar, como hija de Dios, creada a su imagen y semejanza, lleva en su interior “la riqueza de ser mujer”[1], llamada a dar vida, y esa vida la da de mil maneras. Esto me recuerda el significado del nombre de Eva en hebreo, que significa “dadora de vida”. Y esto es precisamente lo que la madre ofrece a sus hijos: vida, en todos los aspectos.
Una madre católica es una mujer que practica la fe católica porque ha dado su “sí” a Jesús y está convencida de lo que la Iglesia enseña. Vive de acuerdo con los principios y enseñanzas que la Iglesia trasmite sobre la crianza y educación de los hijos. No es perfecta, pero se deja perfeccionar constantemente por el Señor. No busca la grandeza del mundo, sino engrandecer con amor el corazón de quienes la rodean, en particular el de sus hijos.
La madre católica trasmite la fe a sus hijos con su testimonio del día a día. Con cada prueba, dificultad o sufrimiento, les muestra a sus hijos que Dios está obrando constantemente en ellos. Se toma el tiempo para hablarles sobre el Evangelio, juega y trabaja con ellos para que descubran el mundo que les rodea y ve a cada hijo como el regalo de Dios que es, sin intentar cambiarlo, sino aceptándolo tal como es y ofreciendo sus oraciones y sus sacrificios para que su corazón sea trasformado por Dios.
En los 26 años que Dios me ha concedido estar al lado de mis hijos, cada día he aprendido algo nuevo sobre la maternidad. Con cada uno de mis hijos, mi forma de ser madre ha sido diferente, ya que cada uno tiene sus propias necesidades y personalidad única. Esta experiencia ha llevado mi maternidad a madurar y me ha enseñado cosas nuevas cada día, tanto a nivel humano como espiritual, dependiendo de mi disposición y apertura al aprendizaje.
Después de mi primer encuentro con Jesús, mi experiencia de la maternidad alcanzó un nivel diferente. Gracias al amor de Dios, he aprendido, y sigo aprendiendo, a amar a mis hijos por quienes son, no por quienes yo quería que fueran. Esto ha sido revelador para mí. Además, vinieron a mi mente todas las mujeres que me han enseñado a ser madre: mi propia madre, mis abuelas, mis amigas y otras madres que he conocido a lo largo de mi camino con Dios. Ellas han sido una parte fundamental de mi crecimiento como madre, y las admiro profundamente. Son mujeres hermosas, llenas de un amor tan grande por sus hijos que estarían dispuestas a dar la vida por ellos en cualquier momento.
¡Qué maravilla es poder contar con su ejemplo y su apoyo!
Al igual que nuestra madre María estas madres – y todas las madres católicas – le dan un “si” constante al Señor. Por todo este esfuerzo, quiero expresar mi más profundo agradecimiento. Cada día, se levantan temprano para asegurarse de que sus hijos tengan un desayuno caliente, ropa limpia, un hogar ordenado y comida cuando regresan de la escuela. Rezan incansablemente y derraman lágrimas por cada uno de sus hijos en su situación de vida particular. A pesar de los desafíos, confían en Dios y aceptan su misión de amar y luchar por ellos, sabiendo que sus hijos las necesitan. Gracias por salir en busca del hijo que se desvía y por esperar su conversión, justo como lo hace Jesus por sus ovejas perdidas.
Gracias porque a pesar de sus responsabilidades laborales, aún tienen espacio en sus corazones para escuchar, sanar heridas, consolar y atender las necesidades de sus hijos. Gracias por ayudarlos a descubrir que son un don de Dios, que son amados incondicionalmente. A través de su testimonio de amor y entrega, sus hijos pueden conocer a Jesús y comprender que lo que ustedes hacen por ellos, Jesús lo hizo primero por toda la humanidad y por cada uno de ellos.
Querida mamá, tu maternidad puede transformar el mundo. ¿Cómo? Formando a tus hijos en adultos responsables, enseñándoles valores sólidos, ofreciendo un testimonio de fe auténtica, construyendo una familia sólida fundamentada en una moral católica, participando en la Santa Misa y recibiendo los Sacramentos. Permaneciendo en una comunidad de fe, ofreciendo tus oraciones y orando con otros, ofrece tus sacrificios por el bien de tus hijos y de los demás. Promueve el respeto a la vida de principio a fin.
Recuerda que gracias a tu apertura a la vida el mundo cuenta con: doctores, enfermeras, presidentes, abogados, ingenieros, cocineros, costureras, nuevos matrimonios, nuevos hijos, sacerdotes, religiosos, religiosas, pero sobre todo con grandes santos y santas que siguen señalando el camino al cielo.
Queridas madres de familia, sigan luchando y esforzándose para que sus hijos sean santos, no porque los quieran perfectos, sino porque a través de su testimonio, guía y oraciones los lleven al encuentro con Jesus Eucaristía, y así, Dios, a través de ti, pueda mostrarles su amor y conquistar sus corazones.
Que Dios encuentre dócil nuestros corazones, así como encontró el de María, para que nos siga transformando cada vez más en las mujeres y madres que debemos ser, para que a su vez nosotras le ayudemos a transformar el mundo, un hijo a la vez. Y que la próxima vez que nos pregunten, “¿Qué clase de mundo le estamos dejando a nuestros hijos?”, podamos contestar con fe y esperanza: “Estamos luchando por dejar hijos santos que colaboren con Dios en la transformación del mundo, una persona a la vez”.
Que nuestra santísima madre María sea nuestro modelo de mujer y madre a seguir.
Poema especial para las madres:
Yo los amo Señor, que ya no puedo…
Después de Ti y la Virgen, están ellos,
Ellos son de mi vida los destellos,
En ellos estás Tú mi fe y mi credo.
Son de mi alma el poema más hermoso,
Sus ojos y sus manos me enternecen,
Su ir y venir inquietos me estremecen…
Y mirándome en ellos sufro y gozo.
¡Oh, qué saber el tuyo tan profundo!…
Dar el ser atributo es de tu gloria.
Ser madre es, a mi ver, en Ti fundida,
Y en tu concepto prodigo y fecundo,
en cierto modo, trasmitir la vida…
y en Ti y contigo redimir al mundo.
Maria Evelia Monterrubio y Sáenz[2]
¡FELIZ DIA DE LAS MADRES!
[1] La Riqueza de Ser Mujer, Segunda Edición, Maga Albarrán
[2] La Riqueza de Ser Mujer, Segunda Edición, Maga Albarrán