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lunes, septiembre 16, 2024
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San José desde la perspectiva de María

Dos personas nos hubieran podido ofrecer la mejor descripción de José: Jesús, que siempre lo llamó “papá” y experimentó humanamente la paternidad en los brazos de ese hombre, y María, que se referiría a él como “mi esposo José”. María no menciona expresamente a José.

Solo se refiere a él cuando, angustiada, le dice a Jesús que se había quedado extraviado en el Templo:  «…tu padre y yo te andábamos buscando”. De José se habla en tercera persona, más como un sujeto de crónica que como una persona viva con sus propias emociones y experiencias.

Pero, para María, José no es tema de evangelios, sino su esposo, el padre adoptivo de su hijo. El hombre con quien vivió muchas situaciones propias de la vida humana y familiar. Ella sí conoció las emociones del corazón de José. Ella conoció cómo rezaba, qué le divertía, qué le hacía sufrir e incluso cuál era su platillo favorito y cuáles eran esos modos tiernos con que él la trataba.

De María se nos dice en el Evangelio que era una mujer contemplativa: un alma a la que le gustaba dar vueltas a las cosas en su corazón, buscando el sentido profundo de las situaciones y de las personas (Cf. Lc 2,19). La perspectiva del corazón de María era Dios.

EL CORAZÓN DE JOSÉ

Yo me la imagino en la casa de Nazaret viendo fijamente a José que juega con el niño o sudando mientras trabaja en la carpintería o rezando en la sinagoga. La mirada de María seguramente estaba llena de aprecio y gratitud por ese hombre que la aceptó, la defendió, la protegió y la acompañó en todas las vicisitudes que tuvieron que pasar juntos.
Ella lo vio triste, angustiado y humanamente destruido, sufriendo en silencio cuando descubrió que su prometida estaba embarazada. Ella vio la paz en su rostro cuando él le refirió lo que el ángel le había dicho en sueños. María observó en silencio la agitación y desasosiego de su joven marido por no encontrar hospedaje para ella, que estaba a punto de dar a luz.

María vio dibujado en el rostro de ese joven papá el terror y la turbación porque querían matar al niño que Dios le había encomendado que protegiera como padre. Ni qué decir de la mirada alarmada que le dirigió a María cuando escuchó aquello de que su hijo sería signo de contradicción y que a su esposa la iba a traspasar un espada. María también contempló el corazón angustiado de José porque se le había perdido su muchacho. Fueron muchos días y muchas horas que María pasó viendo a José, su marido, y dándole vueltas en su corazón para descubrir el misterio del alma de ese hombre. Pero María no nos dijo ni una sola palabra sobre José.

EL CORAZÓN DE MARÍA

Para descubrir la historia de José contada por María, habrá que recurrir a su corazón contemplativo y silencioso que narra el alma de José a través de lo que vivieron juntos. María fue capaz de penetrar la bondad sufrida de su prometido que la acogió con respeto y amor, sabiendo que para él humanamente era el final de una historia que se había soñado con una vida matrimonial y unos hijos como todos los demás. María, en silencio, lo vio abrazar con fe el plan de Dios que le daba la esposa más pura y un hijo adoptivo divino.

BUEN HOMBRE

No es inusual que cuando alguien le pregunta a una esposa cómo es su marido, ella responda: “¿Mi marido? Mi marido es un buen hombre”. Quizá María no nos hubiera dado una respuesta diversa: “¿Mi esposo José?… José es un buen hombre”. Esta respuesta podría tal vez parecernos simple y corta. Como que José merecería algunos calificativos más sofisticados: es santo, es extraordinario, es excepcional… Pero ese “es un buen esposo, es un buen hombre” en labios de María, que ha contemplado a este hombre largamente, es con toda probabilidad lo que mejor define a José: la bondad. Jesús dijo en una ocasión: “¿Por qué me llamas bueno? Bueno solo Dios.” (Lc 18,19).

María experimentó la bondad de corazón de José en su acogida, en sus ojos, en sus palabras, en sus cuidados, en esa ternura natural que tenía hacia ella y hacia el niño. Ella podría decir: “Mi marido es el hombre más bueno del mundo”. Aunque parezca un modo muy ordinario de definirlo, esas palabras dichas por María tendrían toda la resonancia de la bondad divina presente en el corazón de un hombre limpio y sincero. Ellos vivieron la realidad matrimonial en su expresión más elevada: en una entrega purísima del uno al otro, fieles al plan de Dios.

BUEN PAPÁ

Alguien le podría pedir a María que nos dijera algo más. Ella probablemente diría que José es un buen papá. En el embarazo, en el nacimiento, en el Templo, en la vida ordinaria, en las vicisitudes de la vida, José siempre estuvo presente junto a su esposa y junto a su hijo con esa presencia constante y providente que denota la verdadera paternidad.

Así define Jesús a su Padre cuando dice: “El que me ha enviado está conmigo: no me ha dejado solo“ (Jn 8,29). Él llega a decir que Él y su Padre son uno. En su humanidad, Jesús aprendió que ser papá es estar siempre junto a su hijo, dándole protección y haciéndole sentir que nunca está solo en esta vida. “Con corazón de padre: así José amó a Jesús”: con estas palabras comienza la carta apostólica “Con corazón de padre”, escrita por el papa Francisco con motivo del 150 aniversario de la declaración de san José como patrono de la Iglesia universal. De José, Jesús aprendió y experimentó lo que el corazón siente cuando se pronuncia la palabra “padre”.

La paternidad crea, respecto al hijo, una identificación entre él y su padre fundada en el tiempo que han pasado juntos, en el modelo que el papá presenta al hijo y que el hijo trata de copiar. El papá se gana a pulso esta identificación por la atención y amor que muestra por su hijo y por el tiempo que le dedica.

FUERTE PROTECTOR

María había visto el temple de espíritu y la madurez de José cuando él decide alejarse en secreto para no dañarla, aunque tuviera el corazón destrozado. Tiene que haber sido un hombre fuerte física y moralmente para poder asumir todo lo que le implicó hacerse cargo de María y del niño: el embarazo misterioso, el viaje inesperado, las inclemencias de la jornada, la pobreza, los ataques de los poderosos, el trabajo duro, la migración a una tierra desconocida…

María sabía que contaba con un hombre cabal, responsable y fuerte. Se sentía protegida. Sentía que su hijo estaba seguro con José. Ella quizá nos hubiera retratado a José como un hombre responsable e íntegro.

DISCÍPULO OCULTO

No: María no nos dijo que José era “un buen hombre”, “un buen papá” y “un hombre fuerte e íntegro”. Pero la historia evangélica nos dice que, por este hombre, por el modo como era y precisamente por ser José, María se sintió acogida, entendida, protegida, defendida, acompañada, sustentada en la vida; y que Jesús, su hijo, era el tipo de hombre que era precisamente por la presencia de esa figura paterna en su vida, por el ejemplo de su padre, por las cualidades que Él aprendió de su papá.

El papa Francisco, en la carta antes mencionada, recuerda que “nuestras vidas están tejidas y sostenidas por personas comunes –corrientes, olvidadas–, que no aparecen en portadas de diarios y de revistas, ni en las grandes pasarelas del último show, pero, sin lugar a dudas, están escribiendo hoy los acontecimientos decisivos de nuestra historia”. Y añade:

“Todos pueden encontrar en san José –el hombre que pasa desapercibido, el hombre de la presencia diaria, discreta y oculta– un intercesor, un apoyo y una guía…. San José nos recuerda que todos los que están aparentemente ocultos o en ‘segunda línea’ tienen un protagonismo sin igual en la historia de la salvación”.

LA SOMBRA DEL PADRE

José vivió el misterio de su esposa María y el misterio de su hijo sin ver portentos, sin ser testigo de milagros, hosannas y muchedumbres. Vivió en la presencia de Dios –encarnado en su hijo– cumpliendo sus deberes de esposo y de padre. Este fue su insustituible servicio a la obra de la salvación. San Pablo VI dice que José hizo de su vida “un don total de sí mismo, de su vida, de su trabajo; al haber convertido su vocación humana de amor doméstico en la oblación sobrehumana de sí mismo, de su corazón y de toda capacidad en el amor puesto al servicio del Mesías nacido en su casa” (Homilía, 19 de marzo de 1966). Su vocación fue “el amor doméstico”, es decir, amar con toda el alma a ese niño que corría y crecía bajo su mirada paterna.

El papa Francisco, refiriéndose al libro La Sombra del Padre de Jan Dobraczynski, dice que “la imagen evocadora de la sombra define la figura de José, que para Jesús es la sombra del Padre celestial en la tierra: lo auxilia, lo protege, no se aparta jamás de su lado para seguir sus pasos.” La sombra es algo que no te roba la atención, sino que simplemente se goza. Rara vez alzamos la mirada para buscar de dónde viene esa sombra tan agradable. Pero cuando el niño levanta la mirada, ve que esa sombra viene de su papá.

HOMBRE JUSTO

Todos queremos mucho a san José y le tenemos grande devoción. Quizá su sencillez que lo define como un buen hombre, excelente marido y estupendo padre es lo que la Escritura quiere decir cuando dice que José era un hombre justo (Mt 1,19). San José es un hermano que de modo ordinario y cotidiano nos muestra la pureza, la belleza y la santidad de la vida matrimonial y de la paternidad en el plan de Dios.

Haz clic en la imagen para leer todos los artículos de la edición “Conoce a san José: Padre, guía, modelo y guardián nuestro” de la revista de El Pueblo Católico.

Este artículo se publicó originalmente el 6 de agosto del 2021.

Obispo Jorge Rodríguez
Obispo Jorge Rodríguez
Mons. Jorge H. Rodríguez sirve como obispo auxiliar en la arquidiócesis de Denver desde el 2016.
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