Por Tanner Kalina
En Marcos 4, Jesús se pone muy intenso.
Cuenta tres parábolas seguidas sobre sembrar semillas.
Si miramos estas tres parábolas a través del lente de la evangelización, Jesús nos da un modelo sencillo que todos podemos seguir.
Para fines de esta columna, iré en orden inverso al que Jesús las contó.
Seguramente conoces la parábola del grano de mostaza. Es un clásico de la escuela bíblica, el clásico de clásicos entre las parábolas. En resumen: el Reino de Dios es como un grano de mostaza, la más pequeña de todas las semillas que llega a convertirse en el arbusto más grande.
Si lo vemos desde la evangelización, encontramos un gran consuelo. El Señor puede usar lo más pequeño de nuestros esfuerzos para producir los mayores resultados.
No necesitamos tener una maestría en apologética cristiana. No tenemos que dar una conferencia magistral. No tenemos que crear un video viral.
El Señor puede simplemente usar una conversación que tengamos con alguien para impulsar su conversión. Puede usar un pequeño acto de bondad hacia un amigo para llevarlo a un encuentro más profundo. Puede usar la sonrisa que ofrecemos a un desconocido para moverlo a buscar respuestas a las grandes preguntas de la vida.
Santa Teresa de Calcuta enseñó: “No todos podemos hacer grandes cosas, pero sí podemos hacer pequeñas cosas con gran amor”. ¡Un pequeño acto hecho con gran amor puede tener resultados infinitos! La evangelización no tiene por qué ser un proceso complicado. De hecho, se puede defender bíblicamente que la evangelización es más auténtica cuando es más pequeña y más sencilla.
La segunda parábola de esta serie de semillas es otra sencilla: el Reino de Dios es como un hombre que siembra semilla en la tierra y no tiene idea de cómo crece. Lo que sí sabe es que, cuando el grano madura, él lo cosecha.
Mirando esto desde la evangelización, encontramos otra lección reconfortante. No controlamos los resultados; lo único que controlamos es si respondemos o no a Dios.
El agricultor hizo su parte al sembrar, y luego dejó que la naturaleza siguiera su curso. Cuando se hizo claro que debía actuar, actuó. Mientras hagamos nuestra parte de realizar pequeñas cosas con gran amor, podemos dejar que Dios actúe, y cuando él nos muestre que debemos tomar acción, simplemente la tomamos. Así de simple. No hay nada más que agregar.
San Pablo VI lo expresó bellamente en su exhortación apostólica Evangelii Nuntiandi:
“Debe quedar bien claro que el Espíritu Santo es el protagonista de toda la evangelización: es él quien impulsa a cada uno a anunciar el Evangelio y es él quien en lo profundo de las conciencias hace aceptar y comprender la palabra de salvación” (EN 75).
El Espíritu Santo es quien nos impulsa a evangelizar, y es él quien mueve los corazones. Todo lo que tenemos que hacer es permanecer atentos a su voz.
Y en la última (primera) parábola, la del sembrador, Jesús habla de un campesino que esparce semilla por todas partes. Literalmente en todas partes. Echa semilla en el camino, entre piedras, entre espinos, en tierra buena. Es el agricultor menos económico de todos los tiempos, porque le da a todo la oportunidad de dar fruto.
La enseñanza de Jesús es clara: cuando evangelizamos, debemos dar a todos la oportunidad de dar fruto. Dicho de otro modo, no debemos limitar nuestros esfuerzos evangelizadores a cierto grupo, a cierto espacio o a cierto día de la semana. Nuestro campo de misión es todos, en todas partes, en todo momento.
Debemos sembrar semillas (léase: hacer pequeños actos con gran amor) en casa, en el trabajo, en la escuela, en el transporte, y sí, incluso en esa agencia de autos que siempre tarda demasiado en arreglar algo aparentemente sencillo.
Todos, en todas partes, merecen encontrarse con el Señor a través de ti en todo momento. Incluso esos mecánicos despistados (confesión: yo también puedo mejorar).
En un mensaje del 2015 para la Jornada Mundial de las Misiones, el papa Francisco dijo: “La misión de los servidores de la Palabra —obispos, sacerdotes, religiosos y laicos— es permitir que todos, sin excepción, entren en una relación personal con Cristo”.
Tú eres un servidor de la Palabra, un sembrador al que se le ha confiado semilla ilimitada.
Así que siembra esas semillas, amigo. Haz cosas pequeñas. Escucha al Espíritu Santo. Confía en que Dios hará su parte. Da a todos la oportunidad de dar fruto, porque el fruto en última instancia no depende de ti, y hasta el más pequeño de tus esfuerzos puede producir el fruto más grande.

