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¿Sufres de ansiedad? Cómo Dios transforma la ansiedad en paz a través de su Palabra

Estas reflexiones de las Escrituras revelan cómo Jesús nos encuentra en nuestras preocupaciones y nos trae una paz duradera.

Por Allison Auth

He sido una persona ansiosa la mayor parte de mi vida, pero todo se intensificó cuando me convertí en mamá. En estos catorce años de maternidad, he aprendido mucho sobre el origen de mi ansiedad y he descubierto herramientas que me ayudan a sobrellevarla.

En especial, Dios me ha hablado a través de su Palabra, mostrándome un camino para atravesar mis luchas mentales. Comparto a continuación algunas reflexiones bíblicas que me han ayudado.

Antes de comenzar, quiero recordarte que somos una unidad profundamente entrelazada de cuerpo y alma. A veces, la ansiedad tiene raíces físicas: puede ser una respuesta a un trauma, un desequilibrio hormonal, o falta de vitaminas o minerales. Cuando nuestro cuerpo está sano, podemos atender mejor las necesidades de la mente y del espíritu.

También la mente puede verse influida desde fuera, para bien o para mal; por eso es importante aprender a “llevar todo pensamiento cautivo para obedecer a Cristo” (2 Corintios 10,5). Habla de tus preocupaciones con un amigo, tu cónyuge o un consejero espiritual. Escríbelas en un cuaderno y permite que Dios las confirme o las disipe. Cuando sacamos los pensamientos de nuestra cabeza y los presentamos ante Él, podemos verlos a la luz de su verdad.

Isaías 58, 7-9

“¿No será más bien este el ayuno que yo escogí:
compartir tu pan con el hambriento,
albergar al pobre sin techo,
vestir al desnudo cuando lo veas
y no desentenderte de tu propia carne?
Entonces brotará tu luz como la aurora
y tu herida se cerrará rápidamente…
Entonces clamarás, y el Señor responderá;
pedirás auxilio, y él dirá: ‘Aquí estoy’.”

La ansiedad y la depresión son como heridas que muestran dónde estamos lastimados. A veces, nos concentramos tanto en nuestro propio dolor que dejamos de ver el sufrimiento ajeno.

La luz de la verdad resplandece cuando servimos a los demás: compartiendo el pan, cubriendo al desnudo, acogiendo al que no tiene hogar. Cuando dejamos entrar la luz de Jesús en nuestras heridas, Él ilumina los rincones oscuros donde habitan las mentiras y el miedo, y comienza a sanar.

Marcos 16, 3

“Decían entre sí: ‘¿Quién nos correrá la piedra de la entrada del sepulcro?’”

Los discípulos se preocupaban por un problema que ya estaba resuelto: la piedra ya había sido removida.

Así también nosotros gastamos energía en preocupaciones que Dios ya ha previsto. Cuando aprendemos a confiar, descubrimos que él abre caminos donde parecía no haberlos, como un mar dividido o una piedra ya apartada. Cada pequeña oración es un ejercicio que fortalece nuestra confianza para peticiones más grandes.

Lucas 24, 35

“Ellos contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.”

Jesús se da a conocer al partir del pan. No solo al levantarlo o bendecirlo, sino también al partirlo. Dios se revela en la fragilidad. La misericordia divina actúa entrando en lo más profundo de nuestras heridas.

Recuerdo cuando mi mamá se fracturó la muñeca. El cirujano tuvo que abrir la herida para alcanzar el hueso roto y colocar una placa de titanio que fortaleció su estructura.

Jesús es el médico divino, y la gracia es como esa placa que refuerza nuestras almas. Por eso en Pascua proclamamos: “¡Oh feliz culpa que nos mereció tal Redentor!” A través del arrepentimiento por nuestras debilidades y heridas, Dios nos hace más fuertes, más santos y semejantes a él.

En el siguiente versículo, Jesús se presenta ante ellos y dice: “La paz esté con ustedes” (Lc 24,36). Él viene a darnos su paz. Dios no nos santifica quitando la ansiedad, sino transformándonos por medio de ella.

Filipenses 4, 6-7

“No se inquieten por nada; más bien, en toda ocasión, presenten sus peticiones a Dios en la oración y la súplica, con acción de gracias.
Y la paz de Dios, que supera todo entendimiento, custodiará sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús.”

Al principio, este pasaje me causaba ansiedad, ¡porque decía que no debía tener ansiedad! Pero no se trata de forzarnos a dejar de sentirla, sino de presentar nuestras inquietudes al Señor, una por una, con confianza. Esa entrega continua es la verdadera oración: unir todo nuestro ser, incluso nuestras preocupaciones, al corazón de Cristo.

1 Pedro 5, 7

“Depositen en él todas sus preocupaciones, pues él cuida de ustedes.”

Este versículo está enmarcado entre un llamado a la humildad y una exhortación a la vigilancia. El Señor sabe cuánto necesitamos crecer en virtud y resistir el mal, pero nos da su presencia, su gracia y su cuidado.

Podemos descargar nuestras ansiedades hablándole con sinceridad en la oración. No significa que todo se resuelva de inmediato, pero cada vez que arrojamos nuestras cargas sobre Cristo, crece nuestra confianza y nuestra amistad con él. En esa cercanía, experimentamos su paz.

Palabras de Jesús a santa Faustina (Diario, 1488)

“Los mayores obstáculos para la santidad son el desaliento y una ansiedad exagerada, que te quitan la capacidad de practicar la virtud”.

La ansiedad exagerada nos impide acudir al Señor en nuestras necesidades. Cuando nos enfocamos tanto en la preocupación, dejamos de avanzar en la virtud que se forma al perseverar junto a Dios.

Se necesita esfuerzo, constancia y fe para atravesar la ansiedad con él.

Al final, todos caminamos hacia Dios, paso a paso. Si acudimos a él con nuestras inquietudes, nos dará su paz, transformándonos día tras día.

 

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