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sábado, abril 20, 2024
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Tu vida en las manos de Dios

Recientemente, el Papa Francisco se reunió con personas que sufren de la enfermedad de Huntington, una extraña enfermedad genética que causa movimientos, trastornos cognitivos y psiquiátricos. “Para Jesús”, les dijo, “la enfermedad nunca ha sido obstáculo para acercarse al hombre, sino todo lo contrario. Él nos ha enseñado que la persona humana es siempre valiosa, que tiene siempre una dignidad que nada ni nadie le puede quitar, ni siquiera la enfermedad”.

Este encuentro me sorprendió porque aquellos que están tentados a usar la nueva ley del suicidio asistido por médicos de Colorado, citan su pérdida de dignidad como una razón para hacerlo. Sienten que su vida ya no tiene valor, que son una carga, o que su sufrimiento es demasiado grande. Los sacerdotes de la arquidiócesis también han estado pensando en las personas que están en estas circunstancias, desde que se aprobó la nueva ley. Han venido a mí y me han preguntado: «¿Cómo puedo responder a alguien que pide los sacramentos, pero ha solicitado el suicidio asistido?». Reconocen la seriedad del asunto, por la salvación de las almas involucradas.

Este tipo de preguntas llevó a los cuatro obispos de Colorado a discutir sobre cómo responder de una manera en que se aliente a un encuentro con Cristo y ofrece verdadera misericordia, en lugar de la ilusión falsa de la misericordia que presenta el suicidio asistido. Nuestra discusión dio como resultado un conjunto de pautas recientemente publicadas para los sacerdotes, llamadas: «A tus manos encomiendo mi espíritu», que se resumen brevemente en esta columna.

En el corazón de estas directrices está la importancia de la verdadera compasión y misericordia, que siempre ve la dignidad del ser humano, creada a imagen y semejanza de Dios, y apunta hacia el bien. Cuando las personas describen a alguien o una acción como «compasivo», lo que generalmente tienen en mente es lástima – sentir lástima por la persona que está sufriendo. Pero la verdadera compasión es más profunda que eso:

Cuando alguien tiene compasión, quiere decir que comparte el sufrimiento de otra persona como si fuera suyo y está dispuesto a sufrir con la persona. Del mismo modo, la misericordia no es solo eliminar el sufrimiento, sino que siempre se desea el verdadero bien para alguien y se está dispuesto a eliminar cualquier obstáculo para ese bien.

El suicidio asistido, por otra parte, es una misericordia falsa. Si bien puede terminar con el sufrimiento, introduce simultáneamente una barrera a la salvación de una persona, que es el mayor bien posible. Con el suicidio asistido y el proceso que implica la petición oficial, se encuentra una acción que contradice la gratitud fundacional que debemos tener por la vida como un don de Dios y un rechazo a la forma en que Cristo nos enseñó a vivir y morir.

En este último punto, me viene a la mente la forma en que el Papa Juan Pablo II murió. Aunque estaba sufriendo, amo su vida hasta el final y no la rechazó ni la terminó prematuramente. Sus palabras finales reflejaron su búsqueda de un bien mayor: “Dejadme ir a la casa del Padre”.

Mientras mis hermanos obispos y yo pensábamos en el suicidio médico asistido y en la forma en que este trata la vida humana como desechable, buscamos guiar a los sacerdotes hacia una respuesta compasiva, misericordiosa y arraigada en la dignidad de la persona humana en su camino hacia el Padre.

Por eso, «A tus manos encomiendo mi espíritu» hace hincapié en la necesidad de que los sacerdotes acompañen a las personas que se enfrentan a enfermedades terminales, instándoles a hacer sacrificios personales por aquellos que han optado por el suicidio asistido.

Al mismo tiempo, las pautas también dicen que los sacerdotes no pueden conceder la absolución cuando alguien solicita el suicidio asistido, a menos que una persona se arrepienta y esté dispuesta a llevar a cabo una penitencia. De manera similar, aquellos que no han recibido la absolución por solicitar el suicidio asistido no pueden recibir los últimos ritos o el viático, ya que permanecen en estado de pecado. Todo católico necesita entender la gravedad del suicidio medico asistido y cómo este viola el quinto mandamiento – «No matarás».

La aceptación por parte del estado de esta ley crea una cultura que trata la vida de ciertas personas como desechable e involucra a varios sectores de la sociedad para facilitar su muerte. Debido al riesgo de que la gente pueda creer que la Iglesia apoya el suicidio asistido, los obispos de Colorado han decidido permitir el entierro, pero no las misas fúnebres, para aquellos que mueren por suicidio medico asistido. La Iglesia, en su fidelidad a Jesucristo y sus enseñanzas, nunca puede dar la impresión de apoyar el pecado o a aquello que se oponga a la cultura de la vida.

La Iglesia desea responder a aquellos que se enfrentan a enfermedades terminales con compasión que se basa en la verdad y los guía hacia el bien. Con ese fin, la arquidiócesis ha recopilado una lista de centros de atención y centros de cuidados paliativos, que se distribuirá a todas las parroquias durante el fin de semana de Memorial Day. Aquellos que tengan preguntas sobre este importante tema pueden visitar www.archden.org/life para obtener recursos adicionales.

Sigamos el ejemplo de Santa Teresa de Calcuta que habló en el Desayuno de Oración Nacional de 1994 acerca de la importancia de amar a la gente cuando están en dolor. Ella dijo: ¿Cómo se puede amar a Dios, a quien no se ve, si no amas a tu prójimo a quien puedes ver, puedes tocar, y con quién vives? Por lo tanto, es muy importante entender que amar, para que sea verdadero amor, tiene que doler. Debo estar dispuesto a darlo todo, lo que sea para no hacerle daño a la gente y, de hecho, para hacerle el bien. Esto requiere que yo esté dispuesto a dar hasta que duela. De otro modo, no hay verdadero amor en mí y, por ende, en lugar de traer buenas noticias, le traigo injusticia, y no traigo paz a los que están a mi alrededor».

Arzobispo Samuel J. Aquila
Arzobispo Samuel J. Aquila
Mons. Samuel J. Aquila es el octavo obispo de Denver y el quinto arzobispo. Su lema es "Haced lo que él les diga" (Jn 2,5).
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