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miércoles, abril 24, 2024
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Un Papa Latinoamericano para el mundo

Cuando el pasado 13 de marzo, el Cardenal Jean-Louis Tauran anunciaba a la multitud reunida en la Plaza San Pedro y al mundo entero el nombre del nuevo Papa, ciertamente la sorpresa se apoderó de más de uno. No sólo porque el entonces Cardenal Jorge Mario Bergoglio no figuraba entre los papables de la prensa (cuyos oráculos raramente aciertan) sino por tratarse por primera vez de un Papa nacido en esta parte del mundo, en América. En su primera aparición ante los fieles, las palabras iniciales del Papa Francisco, después de saludar a la multitud con un insospechado y calidísimo “buonasera”, serían precisamente las de bromear acerca de su origen: “parece que mis hermanos Cardenales se fueron hasta el fin del mundo para elegir al Obispo de Roma”.

Clave de comprensión
¿Cómo interpretar este hecho inédito? Se viene hablando mucho de ello como un signo de “apertura” de la Iglesia. Cabría preguntarse apertura de qué. Tampoco han faltado interpretaciones del tipo “la Iglesia Católica está sufriendo un desangramiento de fieles, tenía que apostar por un Papa latinoamericano, lugar donde aún los católicos son mayoría, para evitar la hemorragia. Se trata de una maniobra desesperada”. Pretensiones de agudeza o perspectiva analítica que en realidad terminan siendo un coctel de geopolítica con religión y que evidencian falta de comprensión de la naturaleza de la Iglesia y por ende, de la elección de un Papa.

Cristo es el centro
El propio Francisco nos da la clave de lectura de su elección al Solio de Pedro: «Cristo es el Pastor de la Iglesia, pero su presencia en la historia pasa a través de la libertad de los hombres: uno de ellos es elegido para servir como su Vicario, Sucesor del apóstol Pedro; pero Cristo es el centro, no el Sucesor de Pedro: Cristo. Cristo es el centro. Cristo es la referencia fundamental, el corazón de la Iglesia… Cristo está presente y guía a su Iglesia. En todo lo acaecido, el protagonista, en última instancia, es el Espíritu Santo… Él ha orientado en la oración y la elección a los cardenales. Es importante, queridos amigos, tener debidamente en cuenta este horizonte interpretativo, esta hermenéutica, para enfocar el corazón de los acontecimientos de estos días».
No se elige, pues a un Papa, como un representante de una parte del mundo. El Papa no es un equivalente al Secretario General de las Naciones Unidas, ni un candidato presidencial. Se elige un Papa en sintonía con el Espíritu Santo, a Aquel en quien Dios ha puesto sus ojos para ser el siervo de los siervos de Dios.

Historia y carisma personales
La elección de Dios no se da en el vacío, se da en la historia. Quien es elegido es portador de una historia y de un carisma personales. El Papa Francisco es hijo de América Latina. Ha vivido y ha servido como sacerdote y obispo casi toda su vida en Argentina. Vive la fe como latinoamericano. Habla, piensa y reza en castellano como millones de católicos de Hispanoamérica. Toma mate, le gusta el fútbol y el tango como a millones de argentinos, sus compatriotas. Todo ello es parte de su vida y configura su existencia y su carisma personal. Y Dios ha tomado todo eso en cuenta como una riqueza y una aportación para la Iglesia.
¿Qué significa entonces para la Iglesia del siglo XXI tener un Papa “del fin del mundo”? No creo tener el don de profecía y por lo tanto no me atrevo a dar un juicio a priori. De lo que sí estoy seguro es que Francisco está llamado, en continuidad con sus grandes inmediatos predecesores el Beato Juan Pablo II y el gran Benedicto XV, a ser un Padre y Pastor según el corazón de Cristo, a conducir a la Iglesia por el camino de la verdad y de la caridad del Evangelio. A revitalizar a la Iglesia en su misión evangelizadora, que es la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda, como dijo otro gran Papa, Pablo VI.

Tomar en serio la fe
Un Papa de América es un llamado a los más de 500 millones de católicos del Continente a tomarnos muy en serio nuestra fe, a vivirla con alegría y radical compromiso y a dar testimonio de «Jesucristo, rostro humano de Dios y rostro divino del hombre, es quien despierta y transforma los ánimos, es decir, convierte. Cristo ha de ser anunciado con gozo y con fuerza, pero principalmente con el testimonio de la propia vida» (Ecclesia in America, 67).

* El p. Ferroggiaro es Capellán Mayor de la Universidad Católica San Pablo, Perú

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