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jueves, abril 18, 2024
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Una Navidad inédita: El fruto de la celebración en medio de la pandemia

Este artículo fue publicado en la edición de la revisa de El Pueblo Católico titulada El asombro de la Navidad”. Para suscribirte y recibir la revista en casa, HAZ CLIC AQUÍ.

Por Mons. Jorge Rodríguez, Obispo Auxiliar de Denver

Solo al genio del intelecto divino se le podía ocurrir que el ser humano tuviera que acurrucarse en el vientre de una mujer para irse haciendo un cuerpecito y luego nacer. Me recuerda el modo como se forman las perlas: un cuerpecito extraño se introduce en el interior de la ostra, y esta comienza a cubrirla lentamente con capas de cristales —el nácar— que va transformando ese pequeño cuerpo extraño en una bellísima perla.

¡Qué maravilla! Así nos formamos cada uno de nosotros por nueve meses en el seno de esa mujer que cada uno identifica como “mi mamá”. Y pensar que Dios mismo no quiso privarse de esa experiencia. Él también quiso acurrucarse por nueve meses en el seno de una mujer hebrea, María de Nazaret, que también él aprendería a llamar “mi mamá”. Esto es lo que llamamos el misterio de la encarnación del Hijo de Dios.

Pero en Dios esta encarnación en el seno de María tenía un propósito muy preciso: venir a salvarnos. Le pidió a su madre que le hiciera un cuerpo, formado de sí misma, que él pudiera ofrecer en sacrificio para el perdón de los pecados de la humanidad: “Por eso, al entrar Cristo en el mundo dice: Tú no quisiste sacrificios ni ofrendas, sino que me formaste un cuerpo. No te agradaron los holocaustos ni los sacrificios por el pecado, entonces dije: Aquí estoy yo, oh, Dios, como en un capítulo del libro está escrito de mí, para hacer tu voluntad… [Para que] seamos santificados por la ofrenda única del cuerpo de Cristo Jesús. (Heb 10, 5-7).

Este es el verdadero misterio de la Navidad: Dios se hace hombre para venir a salvarnos del pecado, de la muerte y del mal, y darnos la vida eterna.

Esta Navidad 2020 nos toma en medio de la pandemia. Así hemos vivido prácticamente todo el 2020, y así tendremos que celebrar la Navidad en medio de restricciones, distancias y menos fiesta, luces y comidas. Un poco más cercanos a lo que fue la experiencia de la primera Navidad: a oscuras, aislados, con miedo, encerrados en un establo y lejos de cualquier celebración o reunión social.

La ausencia de alboroto y fandango esta Navidad a causa de la pandemia puede ser una ocasión especial para celebrar el verdadero misterio de la Navidad: la venida del Salvador del mundo. Y meditar en el amor de Dios concentrado en esta historia.

Al hacerse hombre, el Hijo de Dios mostró la solidaridad de Dios con la humanidad. Se hizo nuestro hermano para compartir nuestras tragedias y penas y salvarnos de ellas.

Necesitaba un cuerpo como el nuestro porque quería hacerse solidario con nuestra condición, quería sufrir nuestros sufrimientos y sentir nuestras emociones. “El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre. Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de los nuestros, semejante en todo a nosotros, excepto en el pecado” (GS 22).

Este tiempo de pandemia nos ha hecho sentir que, en realidad, todos formamos una única familia, y que el dolor y la enfermedad son patrimonio común. Como auguraba el Papa Francisco en su última encíclica: “Asimismo, cuando estaba redactando esta carta, irrumpió de manera inesperada la pandemia de Covid-19… Anhelo que en esta época que nos toca vivir, reconociendo la dignidad de cada persona humana, podamos hacer renacer entre todos un deseo mundial de hermandad” (cf. Fratelli Tutti, nn. 7 8).

Nunca como hoy necesitamos escuchar la buena nueva de la Navidad: Dios no solamente se hizo hombre para compartir con nosotros, sino para salvarnos desde dentro. Esta Navidad dentro de la pandemia nos dice que Dios camina con nosotros en la vida, que comparte nuestros sufrimientos, que entiende nuestras tragedias y que no es indiferente a ellas. Él nos salva del dolor, de la enfermedad y de la muerte. Para eso se hizo hombre en Belén hace más de dos mil años. ¡Eso sí que debe ser celebrado a lo grande! Pero en el silencio del corazón, mientras contemplamos al niño Jesús en el pesebre.

Por eso en la misa el día de Navidad se nos pide que nos arrodillemos al rezar el credo cuando decimos: “Y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre”, después de haber dicho, “que por nosotros los hombres y por nuestra salvación, bajó del cielo”.

Con pandemia o sin pandemia, esta es la noticia más maravillosa que hemos recibido y la mayor fuente de alegría de todas las navidades: “El ángel les dijo: ‘No temáis, pues os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor; y esto os servirá de señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre” (Lc 10-12).

 

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Obispo Jorge Rodríguez
Obispo Jorge Rodríguez
Mons. Jorge H. Rodríguez sirve como obispo auxiliar en la arquidiócesis de Denver desde el 2016.
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