Por el Dr. R. Jared Staudt
Director de contenido de Exodus
Deseo ser alguien que importe. Quiero marcar la diferencia, hacer algo grandioso.
«Yo tengo mi misión”. Así es cómo san John Henry Newman sitúa estos deseos, meditando en el “servicio determinado”, la obra particular que Dios nos ha encomendado a cada uno de nosotros. Podríamos pensar en este tipo de misión como algo ambicioso, pero a menudo implica el sacrificio diario y la presencia de otros dentro de nuestros deberes normales.
Tenemos nuestro papel único en el plan de salvación de Dios, que no ideamos para nosotros mismos, sino que debemos recibir. Nuestra identidad no es algo que nosotros creamos; nace de una llamada a entrar en la vida de Cristo, continuando el despliegue de su don de sí mismo en el mundo.
San John Henry Newman
San John Henry reflexiona además sobre cómo nuestra misión proviene de Dios y se ordena a los demás: “He sido creado para hacer algo o para ser alguien para lo que nadie más ha sido creado; . . . Él me ha encomendado un trabajo que no le ha encomendado a otro. Tengo una misión y es posible que nunca lo sepa en esta vida, pero lo sabré en la próxima. De alguna manera, soy necesario para sus propósitos, tan necesario en mi lugar como un arcángel en el suyo; si, en efecto, fallo, él puede levantar a otro, como pudo hacer de las piedras hijos de Abraham. Sin embargo, tengo una parte en esta gran obra; soy un eslabón de una cadena, un vínculo que conecta a las personas”. A medida que cumplimos esta misión, haremos algo grande para Dios y quienes amamos al atraer a otros hacia él.
Este pasaje de las Meditaciones y Devociones de Newman era uno de los favoritos de mi difunto mentor, el Dr. Don Briel. Lo regalaba a los graduados del programa de estudios católicos que fundó en la Universidad de St. Thomas de St. Paul, Minnesota. Tras su diagnóstico de leucemia, ofreció sus propios consejos a muchos de sus antiguos alumnos, como yo, que acudían a visitarle, desgranando “la visión de Newman de que tenemos una obra que nos es dada, de la que depende el plan de salvación. Y él dirá que Dios podría dársela a otro, pero, de hecho, esta es la profunda implicación en cada una de nuestras vidas de que tenemos esta gran dignidad. Estamos destinados a un propósito que no podemos comprender plenamente. Así que, si eso es cierto, entonces el principal propósito en la vida es estar atentos, atentos a la obra de la gracia que nos invita a comprender esa obra más profundamente y a participar en ella más plenamente”. Aclara que la misión no es simplemente “el trabajo, sino una transformación de la vida, su finalidad, no simplemente un trabajo por hacer”.
Nuestra misión
La misión, que nos ha sido encomendada por Dios, constituye nuestro único camino de santidad. Incluye nuestra vocación, trabajo y relaciones, todo moldeado desde dentro por la oración. A través de nuestro bautismo, cuando renacimos de Dios, recibimos un participación en la misión de Cristo. A menudo pensamos en llegar a ser grandes dejando nuestra huella en este mundo, pero la verdadera grandeza, de una manera que perdure incluso después de la muerte, debe venir de fuera de nosotros mismos. Nuestra misión nos presenta una gran aventura cooperativa, convertirnos verdaderamente en quienes debemos ser: guiados por Cristo y siguiendo su camino dentro de nuestra propia historia. Los dos se convierten en uno cuanto más cooperamos, permitiendo que el Señor moldee nuestros pensamientos, deseos y acciones.
Nuestra misión exige la conformidad con Cristo, permitiéndole vivir y actuar a través de nosotros, transformándonos desde dentro a nosotros y a quienes nos rodean. Independientemente de los detalles, pretende arrastrarnos a la entrega de Cristo en la Cruz, que, a su vez, nos abre a una vida transformada en su Resurrección. Las particularidades de tiempo y lugar difieren, pero la vocación cristiana fundamental sigue siendo la misma: ser Cristo en el mundo. Si permanecemos centrados en las exigencias inmediatas del día y en los deseos egoístas, es posible que no los veamos o que los realicemos solo en parte. A lo largo de nuestra vida, Dios sigue llamándonos a escuchar, a encontrar la paz, a recibir curación y a actuar mientras su gracia brota en nosotros y se desborda.
Los primeros cristianos y su misión
Nuestra cultura secular nos anima a pensar solo en el clero como impulsor de la misión de la Iglesia, pero desde el comienzo de la Iglesia, los laicos encarnaron y difundieron el Reino de Dios. La primera comunidad vendió sus bienes, poniéndolos a los pies de los apóstoles para dar origen a la misión caritativa de la Iglesia. La fe se extendió por todo el Mediterráneo principalmente a través de la amistad y el testimonio de cristianos comunes y corrientes, quienes claramente habían encontrado algo por lo que valía la pena vivir y morir en una cultura espiritualmente anémica. En la Edad Media, la fe dio forma a la vida diaria, y los laicos formaban cofradías para construir vínculos arraigados en la oración y el servicio, que formaban la columna vertebral de la economía y la educación medievales. La fe moldeaba la vida pública, y cada uno tenía su papel, que cumplía inconscientemente, de ofrecer a Dios un sacrificio de alabanza a través de la oración diaria, el trabajo, el servicio y la fiesta.
Cultura secular y la respuesta cristiana
Solo en nuestros días, cuando la sociedad nos dice que guardemos nuestra fe para nosotros mismos, la Iglesia ha considerado necesario recordarnos que todo cristiano está llamado a la santidad y a la misión. Dado que la cultura secular intenta mantener a la Iglesia fuera de la vida pública, los fieles laicos tienen ahora un papel más importante en llevar la fe al mundo. El Concilio Vaticano II reiteró que todos los fieles están llamados a la santidad en Cristo, asumiendo su misión a su manera: “Los laicos están especialmente llamados a hacer presente y operante a la Iglesia en aquellos lugares y circunstancias en que solo puede llegar a ser sal de la tierra a través de ellos. Así, todo laico, en virtud de los dones que le han sido otorgados, se convierte en testigo y simultáneamente en vivo instrumento de la misión de la misma Iglesia en la medida del don de Cristo.” (Lumen Gentium, 33). En un mundo sin Cristo, debemos convertirnos en su presencia, actuando como levadura en todos los rincones de la sociedad.
El documento del Vaticano II sobre los laicos, Apostolicam Actuositatem, explica con más detalle la misión de los laicos. Los laicos aplican la misión de salvación y renovación de la Iglesia en el mundo a través de los detalles cotidianos de sus vidas. “La obra de la redención de Cristo, que de suyo tiende a salvar a los hombres, comprende también la restauración incluso de todo el orden temporal. Por tanto, la misión de la Iglesia no es solo anunciar el mensaje de Cristo y su gracia a los hombres, sino también el impregnar y perfeccionar todo el orden temporal con el espíritu evangélico” (5). Ordenar correctamente el mundo anticipa la realización del “único designio de Dios, que el mismo Dios tiende a reasumir, en Cristo, todo el mundo en la nueva creación, incoactivamente en la tierra, plenamente en el último día” (5).
Tu papel en el plan de Dios
Tú tienes un papel único en este plan. A través de ti, Dios quiere servir a tus familiares, compañeros de trabajo, vecinos y feligreses. Puedes llegar a ellos a través de tus dones y tu presencia para mostrarles el amor de Dios, de modo que él también pueda estar más presente para ellos. Pode- mos tener confianza en Dios a través de cada dificultad, sabiendo que nos ha llamado y equipado para nuestra misión. Como reflexionaba san John Henry Newman: “Confiaré en él. Sea lo que sea, esté donde esté, nunca podrá desecharme. . . Él no hace nada en vano; . . . Él sabe lo que hace”.