Por Allison Auth
Me encontraba estudiando en el extranjero en la Universidad Franciscana cuando falleció el papa san Juan Pablo II. Tuve el privilegio de ir a Roma con mi clase para rezar brevemente ante su cuerpo, reposando en capilla ardiente en San Pedro. Unas semanas después, asistí a la Misa de investidura del papa Benedicto XVI.
Crecí bajo el pontificado de Juan Pablo II y como adulta bajo el de Benedicto XVI, pero crecí como madre bajo el pontificado del papa Francisco.
Mi hijo mayor tenía un año y el segundo era recién nacido cuando se anunció el nuevo papa. Acababa de salir de una profunda depresión posparto y recuerdo haber encendido la televisión en el sótano y esperado durante horas a que saliera al balcón. Me perdí el momento en que el papa Francisco apareció por primera vez, pero esa es otra historia. Al reflexionar sobre la última década criando a mis hijos bajo el pontificado del papa Francisco, cuatro momentos destacan.
El llamado al amor
Estaba escribiendo para CatholicMarriagePrep.com cuando se publicó Amoris Laetitia. Llevaba solo 5 años casada y acababa de quedar embarazada de nuestro cuarto hijo cuando lo leí y me di cuenta de que aún me quedaba mucho por aprender sobre el amor. Mientras viva un momento muy abrumador por el número de hijos, el papa escribió: “La pareja que ama y genera la vida es la verdadera «escultura» viviente… capaz de manifestar al Dios creador y salvador”. (Amoris Laetitia 11). Esta declaración sobre la santidad de la vida familiar me animó en el momento en que más la necesitaba.
Más adelante en el documento, el papa Francisco recordó a los lectores que el amor es más que un sentimiento. Escribió que la gracia del sacramento perfecciona el amor de pareja y nos permite “experimentar la felicidad de dar” (Amoris Laetitia 94). Leerlo me llevó a reflexionar profundamente sobre cómo dar más a mi esposo y a mis hijos, quejándome menos. Se me ocurrieron ideas prácticas para servir a mi esposo con amor, lo que ha dejado frutos duraderos.
El Año de la Misericordia
El Año Jubilar de la Misericordia concluyó pocos meses antes del nacimiento de mi cuarto hijo. Durante ese embarazo, me embarqué en un camino de sanación y misericordia, como relata mi libro, “Baby and Beyond: Overcoming Those Post-Childbirth Woes” (Bebé y más allá: Superando los problemas postparto). Dado que la misericordia fue tema de tantas reflexiones ese año, el mensaje realmente comenzó a arraigarse.
Después de años de reprocharme por no ser una buena madre, después de años de sentir que la confesión era una tarea en lugar de un regalo, comencé a tener una nueva experiencia de conversión. Durante los años siguientes, encontré verdaderamente el amor del Padre a través de Jesús durante la oración, la confesión y la dirección espiritual. Esta experiencia de misericordia lo cambió todo, y finalmente me ayudó a ser una mejor madre
Bendición Ubi et Orbi
Era el año 2020 y el mundo estaba paralizado debido al COVID-19. A finales de marzo, me uní a millones de personas en todo el mundo para ver al papa Francisco en una Plaza de San Pedro inquietantemente vacía. El clima era lluvioso, acorde con el estado de ánimo sombrío del mundo, y el papa Francisco caminaba cojeando. Llevó a cabo la Adoración Eucarística, rezó ante un crucifijo y veneró una imagen de María. El papa Francisco nos exhortó a no tener miedo, a abrazar la cruz, que nos da esperanza, y encomendó a todos a Nuestra Señora. Todavía puedo oír el repique de las campanas mientras, a un mundo a la distancia, el papa Francisco nos bendecía a todos con la bendición de Cristo en la custodia.
Como madre, agradecía haber estado educando a mis hijos en casa para entonces. Pero la fatiga mental de decidir cuándo salir, cómo gestionar mis relaciones y cómo mantener a mi familia a salvo, todo ello mientras deseaba volver a la iglesia, me agobiaba. Ese día, me impactó cómo el papa unió en la esperanza a todo el sufrimiento del mundo y representó a la Iglesia y su misión de llevar a Cristo a todas las personas. Su reflexión sobre el evangelio de los discípulos en la barca me ayudó a tener esperanza y a confiar en el poder de Dios para sacar algo bueno de las situaciones difíciles.
Año de la Esperanza
Ese mismo mensaje de esperanza resuena en mi ser cinco años después, en el nuevo Año Jubilar de la Esperanza. En la bula papal que declara el nuevo año jubilar, el papa Francisco escribió: “En el corazón de toda persona anida la esperanza como deseo y expectativa del bien, aun ignorando lo que traerá consigo el mañana”. (Spes non confundit 1).
Vivimos en un mundo lleno de guerras y desastres naturales, y hemos visto pueblos devastados por inundaciones o incendios. Vivimos en una era de profunda división política, falta de relaciones auténticas y una tecnología invadida por la inteligencia artificial. Y en medio de todo esto, intento criar a mis cinco hijos en una cultura que no valora a los niños ni nuestra fe. Hay muchas razones para sentir ansiedad por el futuro.
Y, sin embargo, el papa Francisco continúa diciendo: “Ell Espíritu Santo, con su presencia perenne en el camino de la Iglesia, es quien irradia en los creyentes la luz de la esperanza. Él la mantiene encendida como una llama que nunca se apaga, para dar apoyo y vigor a nuestra vida. La esperanza cristiana, de hecho, no engaña ni defrauda, porque está fundada en la certeza de que nada ni nadie podrá separarnos nunca del amor divino”. (Spes non confundit 3).
Me encanta la imagen de una lámpara encendida, como un faro, que sostiene nuestra esperanza en medio de las tempestades y las tormentas.
La riqueza de las gracias de estos años jubilares se hace más evidente al reflexionar sobre ellas y cómo han moldeado mi maternidad. Ahora, en mi oración, el anhelo por mi hogar eterno se fortalece al adentrarme más en el amor de la Trinidad.
Hoy, mientras lloramos la muerte del papa Francisco, agradezco su aliento en mi maternidad y rezo para que haya recibido el abrazo misericordioso del Padre, en el que depositó su esperanza.