52.1 F
Denver
lunes, diciembre 1, 2025
InicioTiempos litúrgicosAdvientoLuz brillante en medio de la oscuridad

Luz brillante en medio de la oscuridad

El pueblo que andaba a oscuras percibió una luz cegadora. A los que vivían en tierra de sombras una luz brillante los cubrió”.
Isaías 9, 1

Cada diciembre, cuando nuestros hogares y vecindarios comienzan a brillar con luces, nuestros corazones vuelven a sentirse atraídos por esta antigua profecía de Isaías. El resplandor que llena nuestras calles y templos es más que un motivo de alegría estacional; refleja una verdad mucho más profunda. Esa gran luz, la verdadera, ha brillado entre nosotros: la luz de Jesucristo, la Palabra hecha carne.

La encarnación, Dios tomando nuestra humanidad, es el misterio más magnífico de toda la historia, después del misterio de la Santísima Trinidad. Por el humilde “sí” de María, el hijo eterno de Dios entró en nuestro mundo, no como un gobernante distante, sino como un niño. El mensaje del ángel a María revela la maravilla de ese momento: “No temas, María, porque has hallado gracia ante Dios; vas a concebir en tu seno y dar a luz a un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. Él será grande, le llamarán Hijo del Altísimo… y su reino no tendrá fin” (Lucas 1, 30-33).

En ese instante, el cielo y la tierra se encontraron. El infinito se volvió un infante. La luz que Isaías anunció irrumpió en la historia humana, no como un fuego ardiente ni como un trueno desde lo alto, sino como el suave resplandor del rostro de un recién nacido. La luz de una estrella condujo a los magos a adorar a Jesús. Y Jesús, la luz del mundo, sigue brillando en nuestros corazones, en nuestras familias, en nuestra Iglesia, en el mundo y aun en las tradiciones alegres que acompañan este tiempo sagrado.

Nuestras decoraciones navideñas, las luces y las celebraciones pueden ser verdaderos actos de fe cuando se realizan con el corazón puesto en Cristo. Las luces que titilan en los árboles y las casas recuerdan la luz que vence toda oscuridad. Los cantos que entonamos hacen eco de la alegría de los ángeles. La belleza de nuestros templos adornados para la Natividad, el cálido resplandor de las velas y la alegría de las reuniones familiares expresan la grandeza del don que hemos recibido.

Hay algo profundamente correcto en celebrar la Navidad con belleza. Si Dios mismo entró en nuestro mundo, si el Creador, el que creó la belleza misma, decidió habitar entre sus criaturas, entonces la única respuesta adecuada es la del asombro y la alegría. Celebrar plenamente, decorar con esmero, dar generosamente y alegrarnos juntos son maneras de proclamar la verdad de que Dios está con nosotros.

La encarnación revela el corazón del amor de Dios. Él no se quedó lejos, sino que se acercó, compartiendo nuestra humanidad para que nosotros compartiéramos su divinidad. Por eso la Navidad no es solo una temporada de nostalgia o tradición, sino la fiesta del amor divino hecho visible. Cada luz que colgamos, cada canto que entonamos, cada oración que susurramos ante el pesebre es un pequeño eco de esa alegría cósmica.

La fe de María nos muestra cómo acoger este misterio. Su “sí” abrió el camino para que la luz de Dios entrara en el mundo. Al preparar nuestros hogares y nuestros corazones para la Navidad, se nos invita a repetir su respuesta y a hacerle espacio a Cristo en medio de nuestras celebraciones. Cuando nos reunimos en torno a la mesa o nos arrodillamos ante el pesebre, participamos del mismo asombro que llenó el establo de Belén.

La encarnación no es un acontecimiento encerrado en la historia. Es una realidad viva. En cada Eucaristía, el mismo Jesús que nació en Belén se hace verdaderamente presente entre nosotros: cuerpo, sangre, alma y divinidad. La alegría de la Navidad, entonces, continúa todo el año en la vida de la Iglesia, donde Cristo sigue habitando con su pueblo.

Este año, dejemos que la belleza de la Navidad nos lleve más profundo en el misterio que proclama. Que nuestras decoraciones sean expresiones de amor al Salvador. Que nuestros villancicos sean oraciones de acción de gracias. Que la luz que llena nuestros hogares nos recuerde la luz eterna que ninguna oscuridad puede vencer.

Porque “el pueblo que andaba a oscuras percibió una luz cegadora”. Esa luz tiene nombre: Jesucristo. Él es nuestra alegría, nuestra paz, nuestra esperanza y nuestra salvación. Que el resplandor de su amor llene sus hogares y sus corazones esta Navidad, y que su celebración brille con la gloria de la Palabra hecha carne.

Que tu luz, Jesús viviendo en ti, lleve a Jesús a cada encuentro que tengas, ya sea con la familia, las personas sin hogar, los ancianos, los enfermos, los migrantes, los encarcelados, los ricos, los pobres o los desconocidos. Que tu amor al prójimo lleve a cada persona a un encuentro con Jesús.

Arzobispo Samuel J. Aquila
Arzobispo Samuel J. Aquila
Mons. Samuel J. Aquila es el octavo obispo de Denver y el quinto arzobispo. Su lema es "Haced lo que él les diga" (Jn 2,5).
Artículos relacionados

Lo último