Por Alfonso Lara
Director de formación de líderes
Arquidiócesis de Denver
En el tiempo de Adviento, cuando la Iglesia se llena de expectativa ante la llegada de nuestro Salvador, es fácil olvidar que la Virgen de Guadalupe está siempre en el centro de las celebraciones. Sin embargo, su figura brilla más que nunca con una luz especial. María, mujer de fe y esperanza, nos enseña a esperar en silencio, con el corazón abierto a la voluntad de Dios. En su “sí”, nos recuerda que, en medio de la oscuridad del mundo, la fe puede hacer resplandecer la luz de Cristo.
Durante el mes de diciembre, su presencia maternal se hace aún más presente a través de las fiestas marianas que celebramos: la Inmaculada Concepción (8 de diciembre), Nuestra Señora de Guadalupe (12 de diciembre) y Nuestra Señora del Nuevo Adviento (16 de diciembre). A través de estas celebraciones, la santísima Virgen María nos hace una invitación personal a vivir el evangelio con alegría, solidaridad y una fe encarnada en el Espíritu Santo.
La presencia de María en la espera del Salvador
En Adviento, la Iglesia contempla a la Virgen María como modelo de fe y de espera, recordando, como señala el Directorio sobre la piedad popular, que la liturgia la presenta “de modo ejemplar”, al traer a la memoria a las mujeres de la Antigua Alianza que fueron “figura y profecía de su misión” y al destacar la actitud con la que ella se adhirió “total e inmediatamente” al plan salvífico de Dios, acompañando los “acontecimientos de gracia” previos al nacimiento de Jesús (#101).
En el continente americano, esta mirada mariana se intensifica con la fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe, que, según el mismo directorio (#102), “acrecienta la disposición para recibir al Salvador” y muestra a María como la “estrella radiante” que iluminó el anuncio de Cristo a estos pueblos. Así, tanto en la liturgia universal como en la devoción guadalupana, María se vuelve una guía cercana que acompaña el camino de Adviento y prepara el corazón para la venida del Señor.
Guadalupe: un mensaje de amor y acogida para nuestro tiempo
Al reflexionar sobre la presencia maternal de María en la historia de nuestro continente, el papa Francisco, en su audiencia general del 11 de diciembre del 2013, profundizó en su papel como madre y evangelizadora de América. Explicó que la imagen en la tilma fue “un signo profético de un abrazo”, un abrazo destinado a todos los habitantes de estas tierras: quienes ya vivían en ellas y quienes llegarían en siglos posteriores. Es así como se manifiesta la ternura de una madre que comparte “las alegrías y las esperanzas, los sufrimientos y las angustias del pueblo de Dios”.
El papa Francisco añadió que este abrazo mariano revela la vocación profunda del continente: ser una tierra donde “pueden convivir pueblos diferentes”, capaz de “respetar la vida humana en todas sus fases” y de acoger a migrantes, pobres y marginados. De este modo, enfatizó que este es “el mensaje de Nuestra Señora de Guadalupe” y también el mensaje de la Iglesia hoy.
Por eso, su llamado sigue siendo vigente: hoy más que nunca nos invita a abrir el corazón y los brazos “como la Virgen María, con amor y con ternura”, para acoger al prójimo en medio de los desafíos actuales y renovar nuestra fe en Cristo desde la cercanía y la misericordia.
«¿No estoy yo aquí?»: El consuelo maternal de Guadalupe que nos conduce a Jesús
El Nican Mopohua, relato en náhuatl del siglo XVI que narra en detalle las apariciones de la Virgen de Guadalupe a san Juan Diego en 1531, ofrece una de las expresiones más hermosas del amor maternal de la Virgen de Guadalupe.
En su diálogo con Juan Diego, María se presenta como “la perfecta siempre Virgen Santa María” y “Madre del verdaderísimo Dios”, mostrando que todo en ella conduce a Cristo. Su deseo de que se le construya una “casita sagrada” revela su misión: “mostrarlo, ensalzarlo” y “entregarlo a las gentes en todo mi amor personal”. A través de estas palabras, la Virgen de Guadalupe manifiesta que su maternidad no es solo hacia Jesús, sino también hacia “todos los hombres … los que me amen, los que me llamen, los que me busquen”, prometiendo escuchar su llanto y sanar “sus diferentes penas”.
En otro momento del relato, María consuela a Juan Diego con una ternura que sigue conmoviendo al corazón del continente. Lo invita a no temer “ninguna … cosa punzante y aflictiva” y le recuerda con fuerza su presencia maternal: “¿No estoy yo aquí, que tengo el honor y la dicha de ser tu madre? ¿No estás bajo mi sombra y resguardo?”. Estas expresiones, como “¿No estás en el hueco de mi manto, en el cruce de mis brazos?”, revelan a una Madre que acompaña, protege y devuelve la paz.
María, modelo de generosidad nos regala a su hijo
Así mismo, en Navidad, María nos enseña que el verdadero regalo nace del corazón: ella entrega a Jesús al mundo con amor y sencillez. Su gesto maternal ilumina nuestra manera de entender los regalos navideños, que no son solo objetos materiales, sino signos visibles de las bendiciones recibidas y de la invitación a vivir la generosidad y la entrega a los demás.
El papa Francisco, en su audiencia general del 9 de enero del 2013, recordó que en el centro de la Navidad está “el don”: Dios “quiso hacerse don para los hombres” y nos mostró que, al dar, lo más importante no es el valor material, sino entregar “un poco de sí mismo”. También advirtió que, a veces, intentamos reemplazar el corazón con “cosas materiales”, perdiendo el sentido verdadero del amor que se dona.
A la luz de esta enseñanza del papa sobre la Navidad como donación, comprendemos mejor por qué el Adviento resalta la espera de Jesús y la devoción a María: ella encarna la entrega total con su “sí”, abriendo el camino para que el Salvador venga al mundo.
La celebración de Nuestra Señora de Guadalupe actúa como esa “estrella” que guía a todos los pueblos del continente americano hacia Cristo y, al mismo tiempo, refuerza el sentido profundo del Adviento: preparar el corazón para recibir al Señor. Su mensaje nos anima a vivir una generosidad semejante a la de María, entregándonos con amor a los demás, sin esperar nada a cambio.
Para vivir apropiadamente la temporada de fiestas y expresar nuestra generosidad, consideremos los siguientes puntos, iluminados por el ejemplo de María:
- El regalo navideño debe trascender lo material y reflejar nuestra participación en el misterio de la encarnación de Jesús, así como lo hizo María al ofrecerlo al mundo con amor.
- Recordemos que estamos llamados a dar de corazón, con sencillez, imitando a la madre que recibió el mayor regalo de Dios y lo entregó a todos.
- No olvidemos que estamos llamados a vivir la solidaridad con los pobres y con los pecadores. Siguiendo el corazón compasivo de María, podemos compartir nuestra mesa y nuestra celebración con quienes no tienen nada o con quienes solemos mantener a distancia.
- Y finalmente, vivamos esta temporada a imitación de Cristo y de María, ofreciendo nuestro tiempo, nuestra presencia, nuestro amor y nuestra generosidad a quienes más lo necesitan.
Como bautizados, estamos llamados a vivir mostrando y celebrando la fe que hemos recibido como un regalo de Dios. Siguiendo a María, que acogió ese don con humildad y alegría, celebremos y regalemos lo que realmente importa: tiempo, compañía y amor. Y que María del Cielo, que supo entregarse sin reservas, nos acompañe en esta tarea.

