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Cómo mi hijo con síndrome de Down y autismo me enseñó el secreto de la paz

De los controles perdidos a una fe más profunda, mi hijo me está enseñando a soltar el control y a encontrar la paz de Dios en los lugares más inesperados —como el dispensador de hielo.

Por Meg Stout

Como todos los padres, mi esposo y yo hemos aprendido mucho de nuestros hijos sobre la vida. Pero Paul, que tiene síndrome de Down y autismo, ha sido mi mejor maestro.

Paul pasa por diferentes hábitos curiosos. Imagina que te sirves una buena bebida. Tomas un sorbo, la dejas en la encimera y te alejas unos pasos para hacer cualquier cosa. Cuando menos lo esperas, Paul ya vació tu bebida en el fregadero. Nunca deja una taza fuera de su lugar, lo cual mantiene la cocina ordenada, pero también llena el fregadero de trastes, deja a los niños sedientos y provoca una escasez de vasos limpios. ¿Buscas el libro que dejaste sobre la mesa de centro (o tu celular, o una libreta, o…)? Por lo general, está escondido debajo del sillón o fuera de alcance, sobre algún gabinete; aunque a veces aparece en la despensa o en una maceta. Una mañana especialmente “emocionante”, uno de mis hijos fue por hielo para su bebida, y del dispensador del refrigerador salió nada menos que el control remoto perdido del Roku.

Podrías pensar: “¡Qué forma tan pintoresca de vivir!” Con los años, yo también he llegado a verlo así. Es una de esas situaciones donde “no sabes si reír o llorar”. Ahora casi siempre nos reímos, pero antes solía llorar con frecuencia.

La vida puede volverse estresante cuando hay una sucesión interminable de pequeñas frustraciones (sin mencionar los sufrimientos mayores). Cuando la ansiedad se asoma, tendemos a aferrarnos con más fuerza a lo que queremos.

Recuerdo una noche en que mi esposo estaba fuera de la ciudad y mis otros hijos ya dormían. Solo deseaba que Paul subiera a su cuarto para que yo pudiera descansar un poco, pero él se negaba. Ni mis ruegos, ni mis sobornos, ni mis amenazas funcionaban, y ya era demasiado grande para cargarlo. Lloré de frustración. Mi ansiedad era enorme, y me aferraba tanto a mi deseo que no veía el sillón a mi lado, donde fácilmente podría haberme recostado a descansar.

Tuve que enfrentar una realidad incómoda: mi propia pobreza. Por pobreza me refiero a mi vulnerabilidad, mi total dependencia y mi falta de control. En este sentido, ser humano es ser pobre.

Resulta que no puedo tener todo a mi manera. Muy a menudo creemos que así alcanzaremos la paz interior. En su libro Busca la paz y consérvala, una lectura breve y profunda, el padre Jacques Philippe nos recuerda que no encontraremos la paz eliminando todas las causas externas de molestia, ruido o sufrimiento. El camino hacia la paz consiste en renunciar al control y confiar en Dios.

La paz puede parecer difícil de alcanzar, pero san Pablo (patrono de mi hijo —detalle que no pasa desapercibido para mí) habla de la paz incluso desde la prisión. En su carta a los Filipenses nos dice: “No se inquieten por cosa alguna; antes bien, en toda ocasión, presenten a Dios sus peticiones, mediante la oración y la súplica, acompañadas de la acción de gracias. Y la paz de Dios, que supera todo inteligencia, custodiará sus corazones y sus mentes en Cristo Jesús” (Filipenses 4, 6-7).

San Pablo pone la oración en primer lugar, recordándonos que debemos elevar nuestras súplicas a Dios. Pero también nos dice que lo hagamos con acción de gracias. Cuando estamos bajo presión, pedir puede salirnos fácilmente, incluso con desesperación; pero dar gracias, con la mente nublada por la ansiedad, cuesta mucho más.

San Pablo continúa: “Por lo demás, hermanos, todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable y de honorable; todo cuanto sea virtud o valor, ténganlo en aprecio” (Filipenses 4, 8).

Aquí nos ofrece una sabiduría especialmente oportuna. Cuando el mundo quiere llenar nuestra mente de malas noticias, san Pablo nos invita a llenarla de bondad. Si pensamos en todo lo bueno y lo hacemos con agradecimiento, crecerá nuestra confianza y tal vez nuestra ansiedad se disipe.

Cada día, recordemos los bienes que Dios ha hecho y tengamos presente que él cuida de nosotros. Está con nosotros, sosteniéndonos en los buenos y en los malos momentos.

La gratitud nos ayuda a ir más allá de la ansiedad y a adoptar una actitud abierta para recibir a Cristo en cada instante. Cuando abrazamos nuestra pobreza y nos entregamos a Dios en el momento presente, estamos en el camino de la paz.

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