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Gratitud y amor: Lo que enseña la Iglesia católica sobre el final de la vida

La enseñanza católica nos recuerda que la dignidad humana permanece hasta nuestro último aliento y que prepararse para la muerte —ya sea la nuestra o la de un padre o ser querido— es un acto de gratitud y de amor.

Por el padre Scott Bailey

Hace poco ungí a un hombre que moría solo en un asilo. No respondía, pero creo que sabía que yo estaba ahí. Su esposa, con quien llevaba más de 50 años casado, estaba confinada en casa y no podía acompañarlo, así que me pidió que activara el altavoz del teléfono para poder escuchar mientras lo ungía. Después de la unción, puse el teléfono sobre la almohada, junto a su cabeza, para que ella pudiera despedirse. Fue muy conmovedor escucharla abrir su corazón y decirle adiós por última vez. Todo lo que quiso decir se resumía en dos cosas: “gracias” y “te amo”.

Desde esa unción he estado reflexionando sobre la relación entre el “gracias” y el “te amo”. Me parece que ambas cosas —la gratitud y el amor— están profundamente unidas. La gratitud es una expresión fundamental del amor hacia otra persona. Y ¿podemos realmente amar a alguien sin sentir gratitud por su existencia? ¡Por supuesto que no! “Gracias” y “te amo” van de la mano. No hay mejor manera de despedirse de un ser querido que se prepara para partir que expresarle gratitud y amor.

Enseñanza católica sobre el final de la vida

Comenzamos el mes de noviembre celebrando a quienes ya están en el cielo (Todos los Santos) y rezando por las almas del purgatorio (Conmemoración de los Fieles Difuntos). Por eso, noviembre es un momento oportuno para reflexionar sobre la muerte y el morir, no de manera morbosa, sino como una preparación para una muerte santa. A continuación, consideremos tres aspectos de lo que enseña la Iglesia sobre morir bien.

1. La dignidad humana no disminuye con la edad

Cada persona humana ha sido creada de manera única por Dios, a su imagen y semejanza. Esto significa que cada uno de nosotros posee una dignidad intrínseca que no se gana ni se pierde. ¡Tienes valor por el simple hecho de existir! ¡Es bueno que estés aquí, y tu vida es un don sagrado! Esto es verdad para toda persona humana, sin importar su edad, capacidades físicas, estado mental o su “utilidad” para la sociedad.

Sobre esta base se apoyan todas las decisiones relacionadas con el final de la vida. La dignidad de la persona no puede ser violada, y esto influye en cada decisión que tomamos al brindar atención a quien se encuentra en esta etapa. También significa defender el derecho a la vida y el derecho a una muerte natural.

He notado que muchas personas mayores luchan con un sentido de propósito. Empiezan a preguntarse: “¿Por qué sigo aquí?” o “¿Qué más quiere Dios que haga?”. Detrás de esas preguntas suele esconderse una mentira sutil: creer que la vida solo vale la pena cuando somos productivos o tenemos buena salud. Pero la verdad es que nuestra dignidad humana no disminuye con la edad ni con la enfermedad. Dios nos ha hecho a su semejanza, y nuestra vida en este mundo es un regalo para nosotros y para los demás.

2. Hay límites morales a las intervenciones médicas.

Cuando la salud de una persona se deteriora a causa de una enfermedad o de la vejez, se suelen proponer diversos tratamientos médicos. No es posible detallar aquí todos los aspectos morales de cada uno, pero la Iglesia establece algunos principios básicos:

  • La nutrición es una necesidad básica. Dar a una persona agua y alimento, incluso por medios artificiales, forma parte del trato digno hacia ella. Es moralmente obligatorio proporcionar nutrición mientras sea beneficiosa para el paciente y alivie su sufrimiento (véase Directrices Éticas y Religiosas, n. 58).
  • Puede ser moralmente lícito suspender tratamientos extraordinarios, siempre que no se tenga la intención de causar la muerte. El Catecismo enseña: “La interrupción de tratamientos médicos onerosos, peligrosos, extraordinarios o desproporcionados a los resultados puede ser legítima. Interrumpir estos tratamientos es rechazar el ‘encarnizamiento terapéutico’. Con esto no se pretende provocar la muerte; se acepta no poder impedirla” (Catecismo de la Iglesia Católica, 2278).
  • En algunos casos, es legítimo no iniciar un tratamiento médico. Si el tratamiento solo ofrece una posibilidad dudosa de mejoría o prolonga la vida con demasiado sufrimiento, puede ser moralmente aceptable no aplicarlo, siempre que no exista intención de provocar la muerte (véase Samaritanus Bonus, nn. 54-56, y Directrices Éticas y Religiosas, nn. 56-57).

Al considerar tratamientos médicos, debemos tener siempre presente la promoción de la vida, nunca la búsqueda de la muerte. Llega un momento en que los tratamientos ya no ofrecen beneficio. Entonces debemos concentrarnos en los cuidados paliativos y pedir la gracia de aceptar la muerte en el tiempo de Dios.

3. La Iglesia desea acompañar al moribundo

La Iglesia camina al lado de quienes se preparan para morir, ofreciéndoles los sacramentos y el amor de los fieles.

Cristo instituyó los sacramentos como medio para estar con nosotros y darnos las gracias que necesitamos. De manera especial, desea que quienes se preparan para la muerte los reciban. ¡No esperen hasta el último momento para llamar al sacerdote! ¡Por favor! Muy a menudo los sacerdotes son llamados cuando la persona está ya a punto de morir, y tristemente, a veces no alcanzan a llegar. Queremos que la persona reciba el sacramento de la unción de los enfermos y la bendición apostólica (indulgencia plenaria) en cuanto inicia los cuidados paliativos. Si aún está consciente, también puede confesarse y recibir la Sagrada Comunión por última vez.

Como cristianos, estamos llamados a acompañar personalmente a quienes se preparan para morir, con nuestra oración y nuestra presencia. El papa Benedicto XVI dijo: “Ningún creyente debe morir en la soledad y el abandono», sino que debe «experimentar el calor del Padre en el abrazo de sus hermanas y hermanos” (Discurso a los participantes en el Congreso de la Academia Pontificia para la Vida, 2008). Cuando un ser querido se prepara para morir, tal vez sea necesario ofrecerle palabras de aliento y recordarle que, al morir “en el Señor”, esperamos la vida eterna con Dios. En medio de nuestro propio dolor, debemos recordar que los lazos de amor que nos unieron en esta vida no se rompen con la muerte, y que esperamos el día en que todos estaremos reunidos de nuevo en el Reino de Dios.

Gratitud y amor

Podríamos decir que todo lo que la Iglesia enseña sobre la muerte y el morir se fundamenta en mostrar gratitud a Dios por el don de la vida y amor por la persona humana, creada a su imagen y semejanza. La enseñanza de la Iglesia nos recuerda que el final de la vida es tan sagrado como su comienzo.

Pensar en nuestra mortalidad puede ser una experiencia seria, pero no debe asustarnos. La muerte nos pone en perspectiva la brevedad de esta vida y la eternidad que nos espera más allá de nuestro último aliento. Reflexionar sobre la muerte debe movernos a una gratitud más profunda por el tiempo que Dios nos concede aquí, y a un deseo más vivo de la eternidad con él.

Al contemplar el don de la vida y prepararnos para el momento en que veamos a Dios cara a cara, cultivemos un espíritu de gratitud y amor. Con un sincero “gracias” y un “te amo” en el corazón, estaremos listos para su abrazo eterno.

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