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lunes, diciembre 22, 2025
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Lecciones de los evangelios de Navidad

Por George Weigel

El Misal Romano ofrece cuatro formularios distintos para la celebración de la Natividad del Señor: la Misa de vigilia, la Misa de Nochebuena («Misa de gallo»), la Misa de la aurora y la Misa del día. Los evangelios proclamados en estas Misas de Navidad nos enseñan lecciones importantes para la Navidad del 2025.

La Misa de vigilia

El evangelio de la Misa de vigilia, Mateo 1, 1-25, incluye la genealogía «de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham” y concluye con el relato de la visión angélica de José y su decisión de doblegar su voluntad al plan divino y aceptar a María encinta como su esposa, “porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo”, el niño que «salvará a su pueblo de sus pecados”. Al nombrar a Jesús como “el Cristo” y situarlo firmemente dentro de la historia del pueblo judío —“el total de generaciones desde Abrahán hasta David es de catorce; desde David hasta la deportación a Babilonia, otras catorce; desde la deportación a Babilonia hasta Cristo, otras catorce»— el evangelista subraya que Jesús de Nazaret no puede comprenderse si no es entendido como lo que él mismo entendió ser y como lo entendieron sus primeros seguidores: el cumplimiento de la esperanza mesiánica llevada por el pueblo judío a lo largo de las primeras etapas de la historia de la salvación.

Hoy, cuando los vapores tóxicos del antisemitismo están envenenando la vida pública y parecen influir a demasiados católicos jóvenes, especialmente a hombres jóvenes, el evangelio de la Misa de vigilia de Navidad enseña una lección crucial, comprendida por los cristianos fieles desde que la herejía de Marción fue condenada hace 1,881 años: Jesús provenía de la estirpe de Abrahán, y el cristianismo no puede separarse de sus raíces judías sin comprometer fatalmente la estructura misma de la fe.

La Misa de Nochebuena y la Misa de la aurora

La Misa de Nochebuena y la Misa de la aurora toman sus evangelios del relato de la infancia según san Lucas (Lucas 2, 1-14 y Lucas 2, 15-20), que, en parte gracias al Mesías de Georg Friedrich Händel, se ha convertido en la narración paradigmática de la historia de la Navidad. Si la genealogía de Mateo sitúa a Jesús dentro de la historia del pueblo de Israel, el evangelio lucano de la Misa de Nochebuena coloca al Mesías judío dentro del amplio desarrollo de la historia universal: “Por aquel entonces se publicó un edicto de César Augusto, por el que se empadronase todo el mundo. Este primer empadronamiento tuvo lugar siendo Cirino gobernador de Siria. Todos fueron a empadronarse, cada cual a su ciudad. También José subió desde Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David, llamada Belén, por ser él de la casa y familia de David, para empadronarse con María, su esposa, que estaba encinta”. Aquí hay dos lecciones importantes.

La primera es que la historia de la salvación se desarrolla dentro de la historia del mundo y, de hecho, le confiere a la historia su verdadero significado. La historia no es aleatoria; la historia avanza hacia una meta, el cumplimiento de los designios del Creador. Y al final de la historia, el Creador obtendrá lo que quiso desde el principio: la Nueva Jerusalén de Apocalipsis 21, 2, el cumplimiento eterno de la “ciudad de David” en el tiempo más allá del tiempo, que es la vida en la luz y el amor del Dios tres veces santo.

La segunda lección es que Dios actúa de manera suave, incluso misteriosa, a través de los personajes y los acontecimientos de la historia del mundo para realizar su propósito divino. Al contabilizar su base tributaria en este “primer empadronamiento”, el emperador César Augusto no tenía idea de que estaba disponiendo que el Prometido naciera, como estaba profetizado, en la ciudad de David. Pero así sucedió, una lección sobre la dificultad de leer los signos de los tiempos, reiterada durante la Misa de la aurora, cuando los primeros testigos del nacimiento mesiánico no son los grandes ni los poderosos, sino los humildes pastores.

La Misa del día

El evangelio de la Misa del día de Navidad nos ofrece la teología más densa y, al mismo tiempo, más lírica del Nuevo Testamento: el Prólogo del evangelio de san Juan (Juan 1, 1-18), en el que el Mesías judío que redime toda la historia es identificado con la “Palabra”, la segunda Persona de la Trinidad, por quien «todo se hizo”. ¿La lección aquí? En un mundo cada vez más irracional, debemos aferrarnos a la afirmación bíblica de que Dios imprimió una racionalidad en el mundo y en nosotros: verdades que podemos conocer por la revelación y la razón; verdades que trazan el camino de una vida justa; verdades que allanan el camino real hacia la santificación y la bienaventuranza.

“La Palabra se hizo carne y puso su morada entre nosotros … lleno de gracia y de verdad”. En ello reside nuestra esperanza y la razón de la alegría navideña.

Nota del editor: esta columna se publicó originalmente en inglés y fue traducida por el equipo de El Pueblo Católico.

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