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Ordenados en medio del caos: sacerdotes del 2020, cinco años después 

Por Matt Walker

Era sábado 16 de mayo del 2020, y las olas de interrupción social causadas por el coronavirus estaban lejos de calmarse. 

A pesar de los cambios indeseados que dominaban el mundo, cinco hombres estaban sentados en la casi vacía catedral basílica de la02 Inmaculada Concepción en Denver, a punto de experimentar una transformación espiritual radical por la que no solo habían esperado con anhelo, sino que llevaban años preparándose. 

Estaban a punto de ser ordenados al sagrado sacerdocio de Jesucristo en una ceremonia que no se parecería a ninguna otra en la historia de la arquidiócesis de Denver. Sus primeros meses como sacerdotes serían igualmente inusuales: aprenderían a ser sacerdotes en casi total soledad y con escasas oportunidades de servir a sus nuevas comunidades. 

Cinco años después, con esas experiencias aún presentes y formando parte de quienes son, tres miembros de esta “generación COVID” aceptaron la invitación a recordar aquellos inicios en un momento único —y bendecido— para la Iglesia en Colorado. 

De la crisis a la gratitud: cómo comenzó todo 

Padre Juan Adrián Hernández 
Esto me transporta directamente a ese día inolvidable. La catedral estaba casi vacía. Solo nosotros, los ordenandos, el arzobispo Samuel Aquila y el obispo Jorge Rodríguez, algunos sacerdotes y unos cuantos empleados que ayudaban con la transmisión en vivo. No creo que fuéramos más de 20 personas. Era un ambiente silencioso, solemne y profundamente conmovedor. 

Fue difícil no tener a mi familia ni a mis amigos, porque las restricciones de viaje les impedían viajar desde México. Como muchos de mis compañeros, había imaginado ese día de forma muy distinta… lleno de gente, música, abrazos y celebración. De repente, todo eso desapareció. En su lugar, entramos a un espacio vasto y casi vacío, despojado de todo. 

Y, sin embargo, en ese silencio y esa sencillez, Dios obró algo profundo. Aunque muchos no estaban físicamente presentes, sentí su cercanía. Sabía que estaban orando junto a mí y mis hermanos, y eso me dio fuerza. Me recordó que el sacerdocio nunca es un camino solitario. Llevamos con nosotros las oraciones y el amor de muchos. 

Recuerdo ver la única llama encendida en la catedral oscura, la lámpara del sagrario, y pensar cuán cierto es que Cristo es la única luz capaz de guiarnos en momentos de oscuridad. Sentí que estaba siendo ordenado, no a pesar de las tinieblas, sino dentro de ellas… para llevar la luz de Cristo a un mundo herido, aislado y temeroso. 

Padre Christian Mast 
Aunque nuestra ordenación fue muy diferente de lo habitual, fue hermoso poder orar durante la Misa. Reinaba un gran silencio. Recuerdo que un sacerdote me dijo el día anterior que, después de la ordenación, uno ve el mundo de forma distinta, como sacerdote de Jesucristo. Estaba profundamente agradecido al Señor por haberme elegido. 

Como sacerdotes, estamos al servicio del Señor donde él nos necesite. Solo pedimos la gracia de responder “sí”. El consuelo que recibí al ser ordenado durante una pandemia fue saber que Cristo me había llamado en ese momento concreto, y él sabe lo que hace. 

Padre Juan Madrid 
Antes de la ordenación, viví una especie de crisis, sobre todo por el temor de que la fecha se pospusiera indefinidamente o incluso se cancelara por el COVID. A pesar de eso, la fecha no cambió, y aunque mi familia, mi comunidad y mis amigos de Chile no pudieron asistir, la ordenación sucedió. En cierto modo, me sentí privilegiado de ser ordenado en un tiempo tan caótico. 

P. Adrián Hernández.
Se suponía que no debíamos celebrar después de la ordenación debido a todas las restricciones del momento. Y, siendo sincero, me sentía bastante decaído. No tener a mi familia fue muy duro. 

Pero Dios proveyó de una manera sencilla e inesperada. Las hermanas carmelitas que viven en el seminario organizaron algo increíblemente simple y hermoso: una pequeña reunión llena de alegría y calidez. No hubo una gran fiesta, pero su cariño hizo que se sintiera como una verdadera celebración. Fue como si Dios dijera: “No me he olvidado de ti. Sigo aquí, incluso en esto”. 

P. Christian Mast 
Al principio, varios de mis compañeros queríamos hacer una gran celebración conjunta e invitar a todos nuestros seres queridos. Por la pandemia, esos planes se cancelaron. Pudimos tener a nuestros padres y hermanos en la ordenación. En total, yo tuve siete invitados. Me sentí agradecido de celebrar mi ordenación con mi familia inmediata en el patio del seminario. 

Nuevos pastores, rebaños ocultos 

Padre Juan Madrid 
Comenzar mi ministerio durante la pandemia fue un desafío, pero también un regalo. Fui asignado como vicario parroquial a la parroquia Holy Cross en Thornton y como capellán en la academia católica Frassati. Estar rodeado de miedo e incluso de muerte me impulsó a atender al pueblo, especialmente a los enfermos, llevándoles un mensaje de esperanza y fe en el Señor resucitado. 

Padre Christian Mast 
Mi primera unción fue a una persona con COVID. Ya estaba nervioso por hacer bien una unción “normal”, así que recuerdo que tuve que llamar a varios hermanos sacerdotes para que me explicaran cómo hacer una unción en esos casos. 

Fue difícil incorporarme al ministerio sacerdotal en comparación con alguien ordenado en un año normal. Empecé en mi parroquia, Our Lady of the Valley en Windsor, en julio de ese verano. Todo parecía estar en constante cambio, y, sin embargo, mucha gente buscaba guía en uno. 

Sin duda tomó más tiempo conocer a los feligreses, porque había muy poca gente en las Misas. Cada fin de semana, durante todo un año, conocía personas nuevas por primera vez. Pero una de las mayores bendiciones fue aprender cuán necesario es depender del Espíritu Santo. No necesito conocer todo el plan; basta con conocer al que sí lo conoce, y estar unido a él. 

Padre Juan Adrián Hernández 
Mis primeros años como sacerdote estuvieron marcados por aquella ordenación silenciosa: menos multitudes, menos distracciones y más espacio para la intimidad con Dios y con su pueblo. 

Había mucho temor, incertidumbre y soledad. A menudo sentía que tenía muy poco para ofrecer. Pero una y otra vez, Dios hizo que eso fuera suficiente para que actuara su gracia. Realmente es su obra, no la mía. Yo solo soy el vaso. 

He llegado a comprender que el Señor no necesita una iglesia llena para hacer algo poderoso. Solo necesita corazones abiertos, y el mío estaba completamente abierto aquel día. 

Mi primer destino fue la parroquia St. Thomas Aquinas en Boulder. Recién ordenado, lleno de energía y listo para lanzarme a la vida parroquial… pero de repente todo se volvió distante y silencioso. Las personas estaban con mascarillas, separadas unas de otras, y muchas aún se quedaban en casa. Era difícil aprender nombres, leer expresiones, construir relaciones… todo eso tan importante cuando uno inicia su ministerio sacerdotal. 

Recuerdo vivamente los primeros momentos en que empecé a ver regresar más personas a la iglesia. Sentí que por fin estaba conociendo al rebaño que me habían encomendado. Ya era su sacerdote, pero fue hasta meses después que empecé realmente a ver sus rostros, a escuchar sus historias y a sentir que caminábamos juntos. Había imaginado que esas conexiones llegarían desde el principio, pero en realidad se dieron poco a poco, con paciencia y confianza. Y sinceramente, eso me hizo apreciarlas aún más. Cada apretón de manos, cada conversación, cada momento compartido, se sentía como un regalo. 

Cinco años después 

Padre Juan Madrid 
En julio de 2024 fui asignado a una Missio ad Gentes en Alto Hospicio, una ciudad en el desierto del norte de Chile. [Missio ad Gentes es una pequeña comunidad del Camino Neocatecumenal, formada y enviada a petición de los obispos locales a zonas donde la Iglesia necesita ejemplos vivos y vibrantes de la belleza del evangelio.

Mi misión aquí es básicamente comenzar dos comunidades desde cero en dos lugares totalmente distintos. Una está en la ciudad, y la otra en un asentamiento precario en los suburbios. En gran parte, mi experiencia aquí en el desierto ha sido de una profunda relación con Cristo, viviendo entre los pobres. El Señor me impulsa a confiar en él en todo momento y a depender de su providencia. A pesar del peligro que supone uno de los lugares más pobres de Chile, cada día encuentro el mismo desafío y motivación que sentí durante el confinamiento por el COVID: la salvación de las almas. 

Padre Christian Mast 
Estuve tres años en Our Lady of the Valley y fui capellán en la preparatoria Bishop Machebeuf en Denver desde el otoño del 2023 hasta la primavera del 2025. Este próximo otoño comenzaré como capellán en la nueva preparatoria St. John Paul the Great en Denver. 

Ser ordenado durante una pandemia me llevó a reflexionar profundamente sobre el Señor y su llamado para mí. Lo que importa es lo que él quiere y necesita de sus sacerdotes, y su voluntad es lo que realmente cuenta. No me hice sacerdote porque se viera cómodo; dije “sí” porque Cristo me lo pidió, y le pertenezco a él y a las necesidades que tiene para mi vida. 

Padre Juan Adrián Hernández 
Actualmente estoy en Thornton, en la parroquia Holy Cross, y también sirvo como capellán en la Academia Católica Frassati. Es un ministerio profundamente gratificante que continúa formándome como padre espiritual. 

Cuando veo esas fotos de la ordenación, parece que estuviéramos siendo enviados a una misión. Y así fue. Pero no como héroes con todas las respuestas. Más bien como rescatistas… que también están siendo constantemente rescatados por la misma gracia que están llamados a ofrecer. Esa es la hermosa paradoja del sacerdocio. Llevamos a Cristo a los demás, pero él también está obrando continuamente en nuestros propios corazones. 

Creo que mi sacerdocio es distinto por la forma en que comenzó, y en muchos sentidos, estoy agradecido por ello. Como había menos ruido externo, tuve más espacio para escuchar: a Dios, a las personas en momentos silenciosos y a mi propio corazón. Ese tipo de reflexión quizá hubiera tardado años en llegar en un contexto “normal”. En cambio, fui invitado a ella desde el inicio. 

Ha habido sorpresas, dificultades y bendiciones que nunca hubiera imaginado. Pero no cambiaría este camino por nada. Me ha hecho un sacerdote más atento, un hombre más agradecido y, espero, un servidor más fiel. Si algo he aprendido, es a no apresurarme. El Señor hace su mejor obra con el tiempo. Y todavía no ha terminado conmigo. 

 

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