Por Clare Kneusel-Nowak
La foto de Chiara es, en sí misma, una profesión de fe. Vestida con un suéter de cuello de tortuga negro, azul y blanco, tiene un violín en una mano, su cabello recogido de manera sencilla. Un parche adhesivo cubre su ojo derecho y su cabeza está echada hacia atrás, mostrando una risa radiante y llena de alegría.
Esa foto y las otras tomadas ese día muestran a una mujer llena de vida y amor. Quien las vea no puede evitar sentir alegría. Sin embargo, las fotos nos muestran a una joven esposa y madre que acaba de recibir un diagnóstico terminal.
Chiara y Enrico contrajeron matrimonio en el 2008 en Asís, Italia. Pronto concibieron a dos hijos, pero ninguno sobrevivió por mucho tiempo después del nacimiento debido a diagnósticos terminales. Aunque muchos pensaban que la pareja recurriría al aborto, ellos vieron a cada uno de sus hijos como un regalo que debía ser recibido con amor.
“En nuestro matrimonio, el Señor nos dio dos hijos especiales. . . pero nos pidió acompañarlos solo hasta su nacimiento”, dijo Chiara. “Nos dio la oportunidad de abrazarlos, bautizarlos y luego entregarlos en manos del Padre, todo con una paz y alegría que nunca habíamos experimentado”.
La sierva de Dios mencionó que sintió a la Virgen María caminando junto a ella durante sus embarazos. Ella, que llevó el más maravilloso regalo de Dios en el secreto y silencio de su vientre; ella, que acompañó a Cristo en su misión terrenal; ella, que sufrió los dolores de su muerte, también conoció la alegría y el dolor de Chiara.
Cuando Chiara quedó embarazada por tercera vez, ella y Enrico recibieron la noticia de que su hijo estaba perfectamente saludable. Al igual que en los primeros dos embarazos, se regocijaron y nuevamente entregaron a su hijo al Señor. Pero este tercer embarazo estuvo acompañado de una nueva cruz: un tumor en la lengua de Chiara.
En lugar de arriesgar la salud de su hijo, Chiara pospuso el tratamiento hasta después de su nacimiento. La decisión radical fue un fruto del mismo profundo amor que sentía por sus primeros dos bebés, el mismo desinterés y la misma participación en la Pasión de Cristo.
Su amiga, Simone Troisi, recordó cómo el amor “la poseía completamente”. Ella podía olvidarse de sí misma porque tenía un solo objetivo; amaba abundantemente porque estaba completamente perdida en el amor abundante de Dios.
Una muerte llena de vida
La famosa foto de Chiara, sonriendo con su parche en el ojo, fue tomada diez días después de recibir su diagnóstico terminal.
Aunque médicamente Chiara se estaba muriendo, vivió sus últimos meses con una alegría cristiana inconfundible. ¿Y por qué? Porque no esperaba la muerte, sino la vida. Sabía que encontraría a Cristo y a sus primeros dos hijos junto a él.
Sus amigos más cercanos comentaron lo insistente que Chiara era sobre su propia debilidad ordinaria. Ella profesaba que era tímida por naturaleza y que no tenía nada de la valentía audaz por la cual muchos la elogiaban. Más bien, atribuía su alegría al amor de Cristo, quien la sostenía con todo y sus cargas.
“La fuerza viene al hacer espacio, al confiar en uno mismo, al creer verdaderamente que Dios es bueno y que solo tiene cosas increíbles para ti”, decía.
En los días previos a su muerte, Chiara recibía los sacramentos a diario en su casa, de manos del mismo sacerdote que había sido su consejero espiritual durante su cortejo, compromiso, matrimonio y las muertes de sus primeros dos hijos. Como la providencia lo quiso, el padre se llamaba Vito, un nombre que significa vida.
Chiara murió en su vestido de novia, junto a su esposo y su hijo.
Su funeral estuvo lleno de cantos (dirigidos por Enrico); rebosó de luz y del amor de Cristo. En una palabra, fue una muerte llena de vida.
El secreto del sufrimiento alegre
Cuatro horas antes de morir, su esposo Enrico le preguntó: “Pero Chiara, mi amor, ¿esta cruz realmente es dulce, como dice el Señor?” Él recuerda que ella lo miró, sonrió y le dijo: “Sí, Enrico, es muy dulce”.
Esta profunda verdad paradójica es el centro absoluto de la fe cristiana, la fe que aclama al Cristo crucificado como el Señor de la Vida, la fe cristiana que canta: “¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, o muerte, tu aguijón?” (1 Cor 15, 55). No era solo que Chiara no perdiera la fe en su sufrimiento, sino que, porque su fe estaba en el Señor de la Vida y en el “amor pleno [que] expulsa el temor” (1 Jn 4, 18), ella vivía, por así decirlo, en un nivel más profundo que el sufrimiento.
Pero ¿cómo es posible que los cristianos ordinarios imitemos esto?
La respuesta es desarmante en su simplicidad. La verdad es que Chiara era una mujer ordinaria. Pero, como todos los extraordinarios santos que la precedieron, permitió que el amor de Dios actuara en su ordinariez y la transfigurara junto con su sufrimiento.
Como Chiara dijo una vez: “Descubrir que eres amado es el centro de toda la existencia. Y cuando estamos llenos de este amor total y delirante, poco a poco, crecemos y amamos a su vez. Esa gradualidad en nuestros caminos es un signo de la infinita ternura de Dios”.
Este “poco a poco”, o como Chiara lo decía frecuentemente, por “pequeños pasos posibles”, el sufrimiento de Chiara fue transfigurado en la profunda alegría centrada en Cristo que irradia de su foto. Es la alegría del corazón que ha encontrado su descanso en la “infinita ternura de Dios”.
Entonces, ¿cómo podríamos comenzar a imitar a Chiara?
El gran secreto de la vida espiritual no es secreto. Crecemos en el amor amando a aquellos que Dios ha puesto en nuestras vidas diarias, respondiendo a la demanda del amor cada día, con oración diaria, la frecuente recepción de los sacramentos, la limosna y el ayuno para aprender cómo el sufrimiento y la alegría se unen por el amor.
Es decir, podríamos imitar a Chiara poco a poco, por pequeños pasos posibles.