Por el diácono Daniel Rivas.
Jesús habla muy bien del corazón humano, diciendo: «su boca habla de lo que rebosa el corazón» (Lc 6,45).
Él sabe que la calidad de la sociedad y de la familia depende de la calidad de los corazones que las fundaron. En otras palabras, el problema del corazón es un problema fundamental porque sus perfecciones o imperfecciones repercutirán en quienes proceden de él.
Tomo el ejemplo de mis padres, quienes me fundaron.
Cuando estaba solicitando ingreso al seminario y me preocupaba tener que pagar si ingresaba, mi padre me dijo: «Hijo, no te preocupes por nada de eso, porque todo lo que tengo y todo por lo que trabajo es para ti». Supe entonces que, pasara lo que pasara, él sería fiel.
Con mi madre, cuando estaba enfermo en el hospital y en un día particularmente doloroso, me dijo a un lado de mi cama: «Hijo, dime qué te duele para que pueda sentirlo contigo». Fue entonces cuando comprendí el corazón de María, nuestra Madre de los Dolores, al pie de la cruz.
Ambos, a su manera, me revelaron el corazón de Jesús: manso y humilde, limpio y puro, amoroso y fiel. Por eso estoy aquí hoy.
La Cuaresma es un tiempo adecuado para preparar nuestros corazones, mediante la oración, el ayuno y la limosna, para el encuentro con Jesús en Semana Santa.
¿Para qué sirve el tiempo si no es para asemejarnos a él, que es eterno?
Además, ¿de qué sirve estar en la luz si tenemos los ojos cerrados?
Del mismo modo, ¿para qué orar, ayunar y dar a los demás si no es por amor a Dios?
Pedimos siempre un corazón nuevo para que cuando el sacerdote dice en Misa: «Levantemos el corazón» y respondemos: «Lo tenemos levantado hacia el Señor», realmente tenga un significado.
Pidamos un corazón nuevo en esta Cuaresma, rezando:
Te amo Señor, con todo mi corazón aun pequeño, débil, y dividido;
te pido que lo hagas grande, fuerte, y unido.
Te amo Señor, con todo mi corazón, aunque busque placeres terrenales;
te pido que lo hagas en busca de tesoros celestiales.
Te amo Señor, con todo mi corazón aun humilde, frágil, y pobre;
te pido que por tu gracia y presencia lo hagas más y más noble.
Amén.