Mary Anne sintió una palmadita en el hombro.
—¿Quieres ir a un concierto esta noche?
Era un sábado de junio del 2018. Jim, quien recientemente había regresado a la Iglesia tras 40 años de ausencia, había notado que Mary Anne asistía fielmente a Misa en la parroquia St. Thomas More en Centennial. Decidió que ese sábado sería diferente —y así también lo quiso el Espíritu Santo.
Lo que Jim no sabía era que, minutos antes, Mary Anne había hecho una sencilla oración:
“Ese sábado, oré: ‘Señor, no quiero nada especial, pero sería muy lindo tener con quién salir a cenar. Nada importante’”, recordó ella.
Pero decir que su historia empieza ahí sería quedarse corto.
“Dios, es tuya”: Rendirse ante la cruz
Retrocedamos unos 40 años desde aquella primera cita.
Aunque en ese entonces Jim no asistía a Misa, tuvo un encuentro con Dios que sembró las primeras semillas de su regreso, aunque en el momento no lo entendiera así.
Cuando a su hija pequeña, Leah, le diagnosticaron un problema en la cadera que requería un yeso en la parte inferior del cuerpo hasta que terminara de desarrollarse, Jim elevó una oración desesperada: “Dios, es tuya”.
Para sorpresa del médico, el problema desapareció de la noche a la mañana. Conmovido por la gracia, Jim buscó el bautismo para Leah, pero enfrentó complicaciones burocráticas como militar de la Fuerza Aérea residente en Minnesota, pero destinado en Utah. Las demoras lo desanimaron y, con el tiempo, se alejó de la Iglesia.
Durante años, Jim vagó entre trabajos y asistía a iglesias no católicas. Pero Dios nunca dejó de obrar en su vida —ni en la de Leah.
Ese trabajo silencioso del Espíritu Santo culminó un domingo de 2018. Jim ya vivía en Colorado.
“Salí a caminar por la mañana; la noche anterior había estado bastante deprimido… y vi a un hombre caminando por un sendero con una cruz al hombro —una cruz de tamaño real”, recordó Jim.
El hombre era Arthur Blessitt, quien ostenta el récord Guinness por la peregrinación más larga del mundo. Su conversación impactó tanto a Jim que sintió la necesidad de contarle a Leah.
La respuesta de su hija lo dejó atónito: ella, su esposo y sus tres hijos se habían hecho católicos por cuenta propia. En pocos minutos, Leah encontró una iglesia cercana para Jim y lo animó a ir a Misa.
Esa misma mañana, Jim entró a una iglesia católica por primera vez en cuatro décadas. Allí le esperaba su segundo encuentro del día con Cristo crucificado.
“Allí estaba Jesús, con los brazos extendidos, clavado en la cruz… y simplemente sentí un amor más allá de lo que uno puede imaginar. Lloré como un niño — estaba avergonzado de mí mismo”, dijo Jim.
Esa iglesia era St. Thomas More en Centennial, donde pronto conocería a Mary Anne.

Una segunda oportunidad para Mary Anne
Mientras tanto, Mary Anne vivía una oración respondida.
En el 2003, se enfrentaba a un futuro incierto con diálisis, tratamiento que ya llevaba cinco años recibiendo. Un día, al salir de la clínica, se dirigió a Dios con sinceridad, sin enojo ni expectativas: “Señor, ya no quiero volver aquí nunca más”. Quería dejar la diálisis.
Al día siguiente, Mary Anne recibió una llamada: había un riñón para ella.
“Cada día es una nueva oportunidad: un reto y una bendición. Y yo recibí una segunda oportunidad en la vida, lo cual es increíble”, expresó.
Mary Anne experimentó la gracia de Dios a través del amor cristiano de un niño de 11 años.
“Años después, recibí una carta de su mamá”, explicó. “Me dijo que en cuanto supo lo que había pasado, supo también qué debía hacer con sus órganos. Su hijo los habría donado él mismo. Era un niño que quería ver felices a los necesitados”.
Ese acto de entrega resonó profundamente en Mary Anne, especialmente porque el año anterior había profesado vivir una entrega semejante en la Orden Franciscana Seglar.
“Es una espiritualidad que toca mi corazón”, dijo Mary Anne. “Uno promete vivir según el evangelio al estilo de san Francisco, quien caminó cada paso con Jesús”.
Como feligresa en St. Thomas More, Mary Anne se sintió sostenida por una comunidad parroquial sólida en medio de sus pruebas. Y, a lo largo del camino, descubrió que Dios sí responde a las oraciones, incluso de formas inesperadas —ya fuera su súplica silenciosa para dejar la diálisis o su deseo de tener a alguien con quien cenar. Las dos veces, Dios le dio mucho más de lo que pidió.
Siguiendo el corazón de Cristo, juntos
En los siete años desde aquella primera cena, Jim y Mary Anne fueron reconociendo poco a poco lo que ambos ya sospechaban: este era el amor que habían pedido en oración.
La navidad del 2023 trajo un regalo inesperado.
Sabiendo que Jim tenía buen gusto para las joyas, Mary Anne le había comentado en broma que quería un anillo con tres piedras.
“Padre, Hijo y Espíritu Santo, ¿verdad? Además, mis nudillos ya están más grandes, ¡así que solo quería algo que me quedara bien en el dedo anular!”, dijo entre risas. “Abrí la caja del joyero y pensé: ‘¡Ay, Jim! Esto es demasiado. ¡Yo solo quería tres piedritas!’”
Entonces vinieron dos preguntas.
—¿Lo usarías?
—¿Lo usarías para siempre?
Mary Anne respondió con un rotundo: “Claro que sí”.
Poco después, comenzaron la preparación matrimonial. Como no necesitaban hablar sobre hijos o planificación familiar natural, se centraron directamente en el corazón de su vocación: el llamado a amar como Cristo. Para Mary Anne, eso significaba reflejar el corazón generoso de Jesús.

“Una amiga me habló de esto hace tiempo. Me dibujó una imagen de un corazón del que salen dos manos”, recordó. “A través del corazón salen tus manos hacia la otra persona, ¿no? ¿No es eso entregarse al otro en el amor?”
Ahora, felizmente casada, Mary Anne aún está aprendiendo a amar como Jesús.
“Estuve soltera por décadas, así que estoy aprendiendo a pensar distinto. Ya no todo gira en torno a mí. No tiene que ser todo como yo quiero —aunque eso sigue siendo difícil”, dijo entre risas. “Pero es maravilloso tener a alguien a quien servir, con quien estar, orar y amar”.
Consejos de los recién casados
Entre la avalancha de consejos sobre el amor hoy en día, el mensaje de Mary Anne y Jim para quienes esperan el tiempo de Dios es sencillo: vive el presente.
“Solo hay que estar abiertos a la presencia de Dios”, explicó Mary Anne. “Confía en lo que cada día te trae y ábrete a ello”.
“No tengas ese ‘radar’ encendido todo el tiempo”, añadió Jim. “Si te gustaría casarte, vive el presente. Vivir en el presente y comprender quién eres en el amor de Dios vale mucho más que correr tras lo que tú quieres —o lo que crees que quieres”.
“¿Qué nos da esperanza? Creo que Dios da esperanza”, continuó Jim. “La vida es buena. Es una verdadera bendición. No teníamos por qué estar aquí. Y creo que la oración me ha llevado a entender eso más que cualquier otra cosa”.
Ya sea que estés regresando a la Iglesia tras años, atravesando sufrimientos o esperando una respuesta a tu oración, la invitación es la misma: sigue el Corazón de Cristo y encuéntralo en el presente.
“Pide lo que deseas y acepta lo que recibes. Porque quizá alguien se acerque, te de una palmadita en el hombro y te diga: ‘¿Quieres ir a un concierto?’”, concluyó Mary Anne.