¡Gracias a Dios por nuestros sacerdotes! Sin nuestros padres espirituales y sus vocaciones, no tendría los sacramentos.
Mientras celebramos la fiesta de san Juan Vianney, considera algunos consejos espirituales del patrón de los párrocos — ¡y del patrón de nuestro seminario!
¡San Juan Vianney, ruega por nosotros!
«No son las largas ni bonitas las oraciones que el buen Dios mira, sino las que vienen del fondo del corazón, con un gran respeto y un verdadero deseo de gustar a Dios».
«No todos los santos comenzaron bien, pero todos terminaron bien».
«La oración privada se asemeja a la paja esparcida por aquí y por allá en un campo. Si se enciende fuego, la llama tiene poco ardor, pero si se agrupa la paja esparcida, la llama se hace abundante y se levanta hacia el cielo: así es la oración pública».
«Nuestros errores son granos de arena al lado de la grande montaña de la misericordia de Dios».
«Cuando el sacerdote da la absolución, es necesario pensar sólo en una cosa: que la sangre del buen Dios se derrama sobre nuestra alma para lavarla, purificarla y hacerla bella cuanto lo era después del bautismo».
«La oración no es otra cosa que la unión con Dios. En esta íntima unión, Dios y el alma son como dos trozos de cera fundidos en uno solo, que ya nadie puede separar».
«No hay mejor manera de experimentar al buen Dios que encontrarlo en el perfecto sacrificio de la Misa».
«¡Oh mi hijos!, ¿qué hace Nuestro Señor en el Sacramento de su amor? Ha tomado su corazón bueno para amarnos, y extrae de este corazón una transpiración de ternura y de misericordia para ahogar los pecados del mundo».
«Cuando hemos comulgado, si alguien nos dijera: “¿Qué los llevan a casa»?, podríamos responder: ‘Me llevo el cielo'».
«El buen Dios, queriendo darse a nosotros en el sacramento de su amor, nos ha dado un deseo profundo y grande que sólo él puede satisfacer».
