Por el Dr. R. Jared Staudt
A san Benito de Nursia se le conoce como el padre de los monjes, y sus enseñanzas sobre la paternidad espiritual fueron una de las razones que me llevaron a hacerme oblato benedictino. Hace trece años, como padre de una familia que seguía creciendo, buscaba un mayor enfoque y dirección en mi vida espiritual, especialmente en la integración de la oración, el trabajo y la vida familiar. Me acordé de un monasterio cisterciense donde había hecho algunos retiros en la secundaria. Ahí me encontré por primera vez con la gran Regla de san Benito para los monjes, que escribió mientras era abad del monasterio de Monte Casino en el siglo VI. El monasterio parecía encajar como modelo para el tipo de vida y cultura que yo buscaba construir dentro de mi hogar y a través de mi trabajo como teólogo.
A continuación, algunas enseñanzas de san Benito sobre la paternidad espiritual que pueden servir de guía para cualquier padre de familia.
1. “Abad”: padre
Para un padre, lo más sobresaliente son las enseñanzas de san Benito sobre el papel del abad, en particular los capítulos 2 y 64. El nombre «abad» proviene de la palabra aramea para «padre», abba. Por ello, san Benito recuerda a los abades sobre la gran responsabilidad de llevar el nombre de nuestro Padre celestial. Al ocupar de manera singular el lugar de Dios, el abad siempre debe tratar de modelar la amorosa misericordia y justicia de Dios.
2. Responsabilidad
El abad tendrá que dar cuenta a Dios de sus discípulos. No es que tengan que ser perfectos, pero el pastor debe hacer todo lo posible por el cuidado de sus ovejas y no permitir que se descarríen sin hacer todo lo posible por traerlas de vuelta.
3. Dulzura y severidad
No debe mostrar favoritismos, sino adaptarse a las necesidades de cada monje, siguiendo las enseñanzas de san Pablo en 2 Timoteo. Escribe: «‘Convence, suplica, reprende’. Que, mezclando la dulzura con la severidad, según las circunstancias, muestre la severidad de un maestro y el afecto de un padre. Es decir, debe convencer a los indisciplinados e inquietos casi con dureza; pero suplicar a los obedientes, a los mansos y a los pacientes, para que progresen aún más» (cap. 2).
4. Supremacía de bienes espirituales
Les recuerda el peso de su vocación y los anima a permanecer fijos en la importancia de los bienes espirituales antes que en todas las muchas preocupaciones terrenales que pesan en su mente al gobernar una comunidad. Si el abad confía en Dios y cumple con sus deberes, Dios proveerá de todo lo necesario.
5. Corrección y disciplina
Suplica especialmente a los abades que no sean negligentes a la hora de corregir las faltas de sus hijos, como el sacerdote Elí (1 Samuel 2), empleando pronto la disciplina antes de que las faltas se arraiguen en la vida de sus monjes. Sin embargo, aconseja hacerlo con medida.
Escribe: “En materia de corrección, actúe con prudencia y no con demasiada severidad, no sea que, al querer raspar demasiado lo oxidado, se quiebre el recipiente […] y procure ser amado antes que temido. No sea turbulento ni ansioso, no sea exagerado ni obstinado, no sea celoso ni demasiado desconfiado”.
Aquí vemos la notable mansedumbre de san Benito, a través de la cual busca una firmeza y disciplina que guíen la vida cotidiana sin llegar a ser demasiado dura o pesada. El abad debe comprender las necesidades de los monjes, sin presionarlos demasiado, pero, al mismo tiempo, debe animarlos cada día a asumir el yugo fiel de Cristo para alcanzar la perfección del amor.
6. Servicio y entrega
En el capítulo 64, que trata sobre la elección del abad, san Benito dice que el abad debe servir más que ser servido, a imitación de Cristo. Para desempeñar correctamente su función, «le incumbe, pues, ser docto en la ley divina, para que de ella pueda sacar cosas nuevas y viejas; ser casto, sobrio, misericordioso; y que exalte siempre la misericordia sobre el juicio, para que él mismo pueda alcanzarla. Que odie las faltas, que ame a los hermanos”.
7. Jefe espiritual de la familia
Benedicto ofrece una catequesis completa de la paternidad, adquirida a través de su propia y larga experiencia de guía de almas. Nada de lo que he mencionado se refiere exclusivamente a la vida monástica. Los padres también son los jefes espirituales de sus hogares y tendrán que responder a Dios por las almas puestas bajo su cuidado. Deben procurar satisfacer las necesidades particulares de cada niño, impulsándolos o conteniéndolos según el momento y sus disposiciones naturales. Los bienes espirituales deben anteponerse a las muchas necesidades materiales que el padre debe proveer; debe tener claro que todo su trabajo sirve en última instancia a estos bienes superiores. Los padres deben equilibrar la firmeza y la corrección con la ternura y el amor, para que los hijos no se aparten de la familia y de la fe.
8. Ejemplo
En última instancia, los padres deben poner a Dios en primer lugar en sus propias vidas, viviendo una vida de oración y virtud para proporcionar un modelo de vida cristiana a sus hijos. La experiencia nos dice que los padres ocupan singularmente el lugar de Dios Padre, tal como san Benito dice a sus compañeros abades. Si un padre resulta ser negligente o demasiado severo, los hijos corren el riesgo de ver a Dios como ausente de sus vidas o como un juez severo al que temen acercarse. En cambio, si los padres encarnan el amor del Padre por sus hijos, sus hijos podrán encontrar más fácilmente su propio lugar en la comunidad de la Iglesia, integrando ora et labora (la oración y el trabajo) dentro de una vida cristiana fiel.