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viernes, abril 18, 2025
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No podemos ser “espirituales, pero no religiosos”

Cómo la resurrección cambió el concepto de “religión”

Por el Dr. R. Jared Staudt, director de contenido de Exodus

«Destruyan este templo, y yo lo reconstruiré en tres días”. Esta misteriosa declaración fue una de las razones que condujo a la muerte de Cristo, pues surgió como uno de los testimonios conflictivos que se presentaron en su contra durante el juicio ante el Sanedrín. El Sanedrín consideraba a Jesús una amenaza para el ambiente religioso del momento. Los evangelistas dejan claro que Jesús se refería al templo de su cuerpo, pero aun así las autoridades lo entendieron correctamente: como una profecía de que un nuevo Templo derrocaría al antiguo. Jesús trajo algo nuevo, algo que reemplazaría la antigua forma de hacer las cosas, no solo en el judaísmo, sino en toda la historia de la religión.

Tendemos a pensar que “religión” es una mala palabra. Incluso podríamos pensar: “¿Acaso no se deshizo Jesús de la religión?”. Si fuera así, entonces ¿qué ocuparía su lugar? A menudo oímos a personas decir: “Soy espiritual pero no religioso”. De esta manera, en lugar de confiar en otras personas y en tantas reglas, parece mejor encontrar nuestro propio camino hacia Dios. Sin embargo, la ironía es que se podría decir que “encontrar nuestro propio camino” hacia Dios podría considerarse la definición misma de la religión.

El ser humano es un ser religioso

Los seres humanos somos seres religiosos. A lo largo de la historia, siempre hemos reconocido un orden dentro de nosotros que nos impulsa hacia algo que sobrepasa lo físico. Es cierto que este sentido trascendente a menudo no dejaba de ser una idea vaga, pero aun así inspiraba a una búsqueda de sentido: ¿de dónde venimos?, ¿adónde vamos, ¿cómo se vive una buena vida? De esta manera, implicaba un intento de superar la oscuridad de la vida humana. Ante la realidad del sufrimiento y la muerte, los humanos siempre han iniciado rituales religiosos para expiar los pecados, obtener favores divinos y establecer un camino hacia la vida eterna.

No obstante, desde este punto de vista, la historia de la religión sigue siendo trágica. La contemplación humana puede llegar a conocer con certeza que Dios existe, pero no puede conocerlo bien ni establecer una relación directa con él. Ningún sacrificio de cualquier bien terrenal puede expiar el pecado. No existe puente humano que nos pueda llevar al cielo. En última estancia, nuestra naturaleza religiosa se encuentra en un callejón sin salida. Esta realidad incluso se manifiesta en la búsqueda espiritual sin rumbo del hombre moderno. Dado que muchos siguen sin conocer a Dios, la búsqueda se centra en gran medida en uno mismo: en los propios pensamientos, deseos y aspiraciones.

Jesús trae un nuevo estilo de culto

El papa Benedicto XVI, en el segundo volumen de Jesús de Nazaret, señala un inesperado y “decisivo punto de inflexión en la historia de las religiones”: la purificación del Templo por parte de Jesús. Aunque Dios estableció el culto religioso en la antigua alianza, esto no fue suficiente para llevar a la humanidad a una estrecha comunión con él. Jesús no solamente limpió el Templo del abuso de los cambistas al expulsarlos a latigazos, sino que también señaló la necesidad de algo fundamentalmente nuevo: no una ausencia de religión, sino una religión que surge de la propia iniciativa de Dios hacia nosotros y que nos lleva a la comunión con él.

La purificación del Templo apuntaba a la necesidad de un nuevo Templo que no estuviera confinado por los límites de un edificio de piedra. El Templo antiguo requería que uno viajara a Jerusalén, comprara animales para el sacrificio y permaneciera en el atrio exterior, pues solo los sacerdotes podían entrar. Sin embargo, en el nuevo Templo que Jesús erigió en su resurrección podemos entrar en el lugar santísimo para estar con él. La purificación de Jesús mostró que “el Templo de piedra debe ser destruido, para que pueda venir el nuevo: la nueva alianza con su nuevo estilo de culto. No obstante, esto también significa que Jesús debe soportar la crucifixión, para que, tras su resurrección, pueda convertirse en el nuevo Templo” (p. 170). Con la muerte de Jesús desapareció por completo el viejo orden de la religión, en el que se buscaba a Dios confusamente, y se abrió un nuevo camino hacia el Padre gracias a la vida transformada que Jesús asumió en la Pascua.

La Pascua: El momento decisivo

La Pascua significa que ya no tenemos que encontrar nuestro propio camino, por inútil que este intento haya sido siempre. En lugar de nuestro tanteo ciego en busca de sentido, Jesús nos da una relación con el Padre. No nos da solamente una parte de la verdad o una participación limitada en su vida. Él derrama todo lo que ha recibido del Padre, dejándolo fluir en nuestros corazones a través de su Espíritu Santo. Esta es la respuesta a nuestra búsqueda de sentido y a la comunión que anhelamos desde que perdimos nuestra inocencia original.

Jesús mismo describió este cambio drástico en la historia de la religión. Los gentiles no conocían a Dios, mientras que los judíos, que sí lo conocían, no podían relacionarse con él como hijos. En conversación con la samaritana, Jesús expone su nuevo plan religioso: “Créeme, mujer, llega la hora en que ni en esta montaña ni en Jerusalén se adorará al Padre. Ustedes adoran lo que no conocen; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero la hora se acerca, y ya ha llegado, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque esos son los adoradores que quiere el Padre. Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad” (Jn 4, 21-24). El culto religioso no desaparece, sino que se inflama desde dentro por la propia presencia de Dios en nosotros, lo que nos permite llegar a nuestro destino final: el amor del Padre.

Una religión de relación

El nuevo Templo no es un lugar, sino una persona, lo que nos muestra que la nueva religión que Jesús trae se centra en la relación por encima de todo. No se deshace del ritual religioso, como el sacrificio eucarístico de su cuerpo, ni de la acción moral, como se ve en las bienaventuranzas o las obras de misericordia. En cambio, las sitúa en relación con el Padre. Llegamos al Padre a través de él, que nos hace entrar en comunión con él como miembros de su cuerpo, permitiéndonos no solo imitarlo, sino llegar a ser uno con él.

¿Quieres ser espiritual? Tendrás que ser religioso también, pero dentro de una religión del Espíritu. Jesús es el camino hacia el Padre, y nosotros recorremos ese camino, animados por la presencia viva de Dios en nosotros, que nos convierte en templo de Dios, una piedra dentro del nuevo Templo erigido por Jesús en su cuerpo. La nueva religión nos saca de nosotros mismos en el amor. No es un amor egoísta que utiliza la espiritualidad para afirmar las propias emociones y deseos, sino un amor que nos impulsa una felicidad superior a la que podemos imaginar: la unión con la Santísima Trinidad. Toda la historia, e incluso nuestra inquietud social actual, apuntan a la gran obra de la Pascua: una recreación de toda la humanidad, incluso de nuestro anhelo religioso, que se realiza en su Templo nuevo y eterno.

Este artículo ha sido traducido y adaptado del original en inglés por el equipo de El
Pueblo Católico y se publicó en la edición de la revista
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