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viernes, abril 18, 2025
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De la pérdida al perdón: La travesía de un político para derogar la pena de muerte en Colorado

Por Leroy García
Expresidente del Senado de Colorado

“Pero la misericordia y el amor de Dios son muy grandes; porque nosotros estábamos muertos por nuestros pecados, y él nos dio la vida con Cristo y en Cristo. Por pura generosidad suya, hemos sido salvados”.
Ef 2, 4-5

La fe ha sido la base sobre la cual he construido toda mi vida. Mis padres criaron a mis dos hermanos y a mí en un hogar católico, lo que significó que ciertos valores, como el espíritu de servicio y la compasión por nuestros vecinos, se nos inculcaron desde una edad temprana.

Crecí sirviendo como monaguillo durante varias Misas en la iglesia St. Leander en Pueblo y pasé veranos como voluntario en festivales de la iglesia y en el bingo. Posteriormente, cuando aprendí a tocar el piano, sentí el llamado de compartir ese don uniéndome a los coros de la iglesia para tocar música litúrgica hermosa y de oración, una práctica que aún mantengo. Cuando formé mi propia familia, supe que quería transmitir los mismos valores y tradiciones a mis hijos, Jeremiah y Xan. Como padre, siempre ha sido importante fomentar en ellos su propio sentido de fe, amor a Dios y compromiso de vivir con integridad, compasión y justicia. No quería que estos fueran simplemente principios abstractos, sino más bien testimonios vivos en sus propias vidas.

Mi fe católica me enseñó la importancia del servicio a los demás, lo que me llevó a unirme al Cuerpo de Marinos de los Estados Unidos. Fui desplegado a Iraq en el 2003, donde serví como especialista en asuntos mortuorios. Después de completar mi servicio militar, me convertí en paramédico. En ambos roles, fui testigo de la fragilidad y la resiliencia de la vida. Como paramédico respondiendo a llamadas de emergencia, mi trabajo era ofrecer asistencia médica, así como compasión, dignidad, respeto, esperanza y consuelo a mis pacientes en sus momentos de necesidad. Al presenciar estas situaciones increíblemente difíciles, me apoyé fuertemente en Dios y su plan divino para cada individuo. Estoy seguro de que no habría podido cumplir con las obligaciones de ninguno de estos trabajos si no fuera por mi profunda fe.

Tuve la bendición de tener la oportunidad de postularme para un cargo público y serví como concejal, miembro de la Cámara de Representantes de Colorado, senador estatal y, finalmente, presidente del Senado de Colorado. Durante mi tiempo en el consejo y en la legislatura, enfrentamos varias batallas políticas difíciles, pero una de las más intensas fue el esfuerzo por derogar la pena de muerte. Fue un tema emocionalmente cargado y complicado para todos los involucrados, incluido yo. La historia de mi familia, particularmente nuestras propias experiencias con la violencia y la pérdida, hizo que el debate sobre la pena de muerte fuera profundamente personal.

En 1988, mi primo estaba trabajando en un hotel en Pueblo cuando fue brutalmente asesinado. Además de la devastadora pérdida de alguien a quien amábamos, mi familia tuvo que lidiar con el hecho de que el asesino era un asesino en serie y que la muerte de mi primo había sido aleatoria. Al enfrentar la muerte de nuestro ser querido, mi familia se apoyó fuertemente en Dios y en la oración para guiarnos. Las intensas y, a veces, abrumadoras emociones de duelo no opacaron las enseñanzas de nuestra fe: que cada vida es digna y que el perdón es posible. Sabíamos que más violencia no disminuiría nuestra pérdida y que sanar nuestras propias heridas requeriría misericordia y perdón.

Llevé esta pérdida, así como mis experiencias en Iraq y como paramédico, conmigo en el cargo electo. Cuando comenzó el debate sobre la pena de muerte, entendí verdaderamente el dolor y la razón que escuchaba de colegas, defensores y miembros de la comunidad que querían mantener la pena de muerte en Colorado. Habían visto la tragedia de primera mano y nunca disminuiría su dolor y experiencia vivida. A menudo, oraba por ellos y con ellos.

El debate sobre la posible derogación de la pena de muerte iluminó otros factores que también tenía que considerar: las personas que permanecían en el corredor de la muerte eran todas inequívocamente culpables de crímenes verdaderamente atroces. Los fiscales expresaron preocupaciones de que abolir la pena de muerte podría afectar su capacidad para obtener confesiones y conseguir condenas. Los habitantes de Colorado estaban casi igualmente divididos en ambos lados del tema. Las consecuencias de este debate profundamente personal y políticamente cargado no podrían haber sido más serias.

Si bien tengo el mayor respeto por aquellos que abogaron por la pena de muerte y a veces me encontraba resonando con su perspectiva, no podía darle la espalda a mi fe y todo lo que me había enseñado. Sabía que me había sido otorgada la responsabilidad divina de elegir la misericordia sobre la retribución y de tomar acciones que honraran nuestra creencia de que ninguna persona está más allá de la redención. Votar para mantener la pena de muerte en Colorado habría sido incompatible con los principios más sagrados de mi fe católica.

Decidí que la mejor manera de avanzar era unir a las personas de la manera más suave y compasiva posible. Después de innumerables conversaciones difíciles, logramos convencer a las personas una por una hasta que logramos los votos que necesitábamos para finalmente abolir la pena de muerte en Colorado.

El camino para derogar la pena de muerte en Colorado fue largo y arduo. Tuve que confrontar mis propios miedos y dudas, participar en conversaciones difíciles y, en última instancia, encontrar la fuerza para mantenerme firme en mis convicciones, incluso cuando eran políticamente impopulares. Nada de esto habría sido posible sin mi fe que me anclaba. Me recordó que el trabajo de los legisladores es mucho más que solo cambiar la ley: se trata de afirmar el valor sagrado de cada individuo, sin importar la gravedad de las circunstancias.

La vida está llena de momentos que ponen a prueba tu compromiso con tu fe. Mi educación católica nunca dejó de darme la fuerza que necesitaba para superar incluso los desafíos más severos. En última instancia, sé que vivir verdaderamente estos valores requiere que sea valiente al protegerlos. El esfuerzo por derogar la pena de muerte y el dolorosamente complicado debate que lo rodea fue una de esas pruebas.

Gracias al incansable trabajo y al inquebrantable valor de innumerables personas, la pena de muerte en Colorado fue abolida en el 2020.

Hay muchas razones para oponerse a la pena de muerte, y mi razón personal fue mi fe, que me mostró que cada persona, incluso aquellas que han cometido actos atroces, tiene una vida que es sagrada. En este debate y en tantos otros, estoy inmensamente agradecido de haber sido guiado por una fe que me ordena siempre elegir la misericordia y el perdón sobre la retribución.

 


Leroy M. García es un coloradense de sexta generación. Actualmente trabaja como jefe de personal de Servicios Cooperativos de Negocios Rurales en el Departamento de Agricultura de los Estados Unidos. Antes de que el presidente Biden lo nombrara para este puesto, Leroy fue el senador estatal demócrata del distrito 3 del Senado de Colorado (condado de Pueblo) y fue elegido en 2019 para servir como el primer presidente latino del Senado en la historia de Colorado. Las opiniones presentadas son las del autor y no representan necesariamente las opiniones del Departamento de Agricultura de los Estados Unidos o del Gobierno de los Estados Unidos.

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